En la avenida Santo Cristo, junto a la plaza de la Biblia, Gilberto Klais se apea de su todoterreno decorado con un adhesivo gigante de Jair Bolsonaro. El comerciante, con camisa jean, sonríe y augura: “En el balotaje, la ciudad de Nova Santa Rosa será la más bolsonarista de Brasil”.
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Por ahora, esta pequeña localidad del estado de Paraná (sur), formada por hileras de casas bajas en medio de una extensión infinita de cultivos de soja y maíz, fue la segunda que más votó al presidente ultraderechista en la primera vuelta del 2 de octubre (82%), frente al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva.
No es un caso aislado en esta región habitada por una mayoría blanca y cristiana, descendiente de colonos europeos. Los municipios vecinos de Quatro Pontes (80%) y Mercedes (78%) fueron tercero y quinto, respectivamente, un podio celebrado sin disimulo, a diferencia de otros lugares de Brasil, donde el bolsonarismo se hace más discreto.
“Bolsonaro encendió nuestra llama por Brasil”, dice Klais, de 39 años, presidente de la asociación local de comerciantes.
Prueba de ese despertar patriótico que el excapitán del ejército insufló: el mar de banderas nacionales que despuntan de los edificios y su efigie con los colores “verdeamarelos” fundida en el paisaje urbano.
Encontrar un cartel de Lula es misión imposible.
El agronegocio dedicado esencialmente a la exportación a Asia es dueño y señor de esta región fronteriza con Paraguay cercana a las turísticas Cataratas de Iguazú, donde se conduce en pick up por unas carreteras semidesiertas.
Bolsonaro, un estrecho aliado del sector, nos “dio seguridad para invertir”, defiende “una economía fuerte” y la familia y Dios “como bien supremo”, enumera Klais, panadero de profesión. “Es como nosotros”, resume.
Aquí, las críticas por las 687.000 muertes de covid, el aumento del hambre o la deforestación amazónica son inaudibles.
- ¿Visita de Bolsonaro? -
En la hacienda de su padre, donde un camión se ha convertido en un gigante panel con el lema de Bolsonaro “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”, Ricardo Lorenzatto, de 35 años, ultima su campaña: quiere convertir a por lo menos 200 de los 800 habitantes que votaron a Lula y hacer subir los números de cara al balotaje del 30 de octubre.
El presidente “prometió que visitaría la ciudad que más le votó. Se me dispara el corazón solo de pensarlo”, dice este ingeniero agrónomo de ojos azules, muy metido en grupos de WhatsApp para organizar actos proselitistas, como un desfile sobre ruedas que promovió durante la fiesta nacional de 7 de septiembre.
“Formamos 4 km de cola” bolsonarista, dice, orgulloso de un presidente que todavía “será mejor”, ahora que la pandemia terminó, sin acabar de concretar cómo.
En cambio, con el expresidente izquierdista (2003-2010), a quien la ultraderecha asocia con el comunismo, solo ve peligros para el “futuro” de sus dos hijos. “Que los indígenas invadan nuestras tierras, que nos obliguen a compartir el ganado”.
- Miedos -
“Me sentiría muy insegura si Lula ganara”, afirma Clarice Radoll, de 60 años, con su nieto de un año en brazos en el porche de su casa sin verja, en la entrada de Mercedes.
En la fachada colgó una foto de Bolsonaro para dar “fuerza” al candidato, que en la primera vuelta obtuvo 43% de los votos frente a 48% para el izquierdista, favorito en la segunda vuelta.
Evangélica en esta ciudad con una docena de iglesias para menos de 6.000 habitantes, Radoll repite a pies juntillas el discurso de algunos pastores conservadores para espantar el voto a Lula: que la vuelta al poder de la izquierda supondría una “perversión moral” para los más jóvenes.
“Es el miedo que toda madre y todo padre brasileño tiene con el Partido de los Trabajadores de Lula”, dice.
- Intereses afuera
André Fiedler no quiere ser “hipócrita”. “El agronegocio no dejó de ser atendido durante los gobiernos de Lula”, afirma este productor agropecuario, en uno de sus galpones en Mercedes donde cría pollos de engorde para exportación.
Pero el gobierno de Bolsonaro está defendiendo como ningún otro el comercio exterior de Brasil, abriendo “nuevos mercados para nuestros productos”, sostiene este ingeniero de formación que se instaló hace tres años en su tierra natal tras una carrera en el extranjero.
“Dicen que Bolsonaro afea la imagen de Brasil, pero “se trata de un juego comercial. El proteccionismo en Francia, Alemania y Estados Unidos es muy fuerte. ¿Quién es el mayor productor de soja del mundo? Brasil. ¿El mayor exportador de aves? Brasil. Hay un interés muy fuerte por no dejarnos avanzar”.
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