La monja colombiana Gloria Cecilia Narváez, secuestrada en Mali en febrero de 2017 y liberada el pasado 9 de octubre, contó este viernes la crudeza de su cautiverio, en el que incluso tuvo amarrada una bomba al cuello y del que trató de escapar tres veces sin éxito.
En una rueda de prensa en Bogotá, a donde regresó el martes pasado procedente de Roma donde se reunió con el papa Francisco, Narváez contó que cuando la secuestraron un hombre le puso “cadenas en los pies, me amarró de un árbol y me dijo: ‘aquí te quedas y se fue con su teléfono satelital’”.
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“Me amarraron una especie de bomba en el cuello y me dijeron que me quedara callada”, dijo sobre otro momento crítico del secuestro.
En esos primeros días, relató, uno de los jefes le dijo: “¿sabes quién te tiene, quién te secuestró? (...) Al Qaeda”.
“En este tiempo cambiaban los jefes cada mes, dependiendo del peligro que corrían, sí veían drones que los cercaban o helicópteros o aviones”, aseguró.
La religiosa fue secuestrada el 7 de febrero de 2017 en Karangasso, en el suroeste de Mali, en las zonas fronterizas con Costa de Marfil y Burkina Faso.
La monja de 59 años realizaba su labor humanitaria y de evangelización en el continente africano, primero en Benín y posteriormente en Mali.
En diciembre de 2018 el grupo yihadista Nusrat al Islam wal Muslimin (Grupo de apoyo al islam y a los musulmanes), activo en la región del Sahel y aliado con Al Qaeda, publicó el nombre de cinco rehenes que tenía secuestrados, entre ellos la monja colombiana.
En Mali actúan distintos grupos yihadistas que tienen entre sus blancos al Ejército regular y las fuerzas de la misión de la ONU (Minusma), y que recurren a secuestros para obtener fondos o liberaciones de sus miembros encarcelados.
VIOLENCIA Y SUFRIMIENTO
Narváez afirmó que los diferentes captores siempre le decían que “el Islam es nuestra religión” y que ella era “un perro de iglesia”, y “con palabras muy duras seguían insultándome. Yo no respondía nada”.
“En todo momento me mantuve serena, no decía nada con mucho respeto a los grupos y su religión”, aseguró, pese a que “todas las cosas” se las arrojaban en lugar de entregárselas en las manos.
También contó que en los últimos meses de su cautiverio vivió un momento de preocupación porque las autoridades tenían cercado al jefe que estaba a cargo de ella y que se escuchaban gritos, bombas: “no sabía si eran personas que estaban torturando, nunca supe qué pasó con ellos”.
Finalmente expresó cómo fue su liberación, que terminó con una reunión con el presidente interino de Mali, Assimi Goita, y también como hizo tres intentos fallidos de escape que terminaron con palizas que le propinaron sus secuestradores e incluso en una ocasión la abandonaron a su suerte en el desierto durante tres días.
Solo cuando llegó a la Ciudad del Vaticano, donde se reunió con el papa, se enteró como tal de la existencia de la pandemia de la COVID-19 y recibió la vacuna, pues alguna vez algún jefe le había dicho que había en el mundo una enfermedad muy grave pero no le dio más detalles al respecto.
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