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Los padres de los 43 estudiantes que desaparecieron hace cinco semanas en la ciudad mexicana de Iguala, en el estado de Guerrero, mantienen la esperanza de hallarlos con vida.
La noche del 26 de setiembre, los estudiantes fueron atacados a tiros por órdenes del entonces alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa María de los Ángeles Pineda, ambos prófugos de la Justicia y operadores del cártel Guerreros Unidos.
Esa noche murieron seis personas, 25 resultaron heridas y 43 alumnos fueron detenidos por policías y entregados a Guerreros Unidos, sin que hasta ahora se conozca su paradero a pesar de que hay 56 detenidos, incluido el máximo líder del cártel, y unos 10.000 agentes dedicados a buscarlos.
El siguiente es parte de un informe publicado por el periodista Arturo Cano, del diario “La Jornada”. es el testimonio de María Micaela Hernández, madre del estudiante Abel García Hernández:
Las lágrimas de María Micaela Hernández son grandes, redondas e interminables. Ha pasado más de un mes y siguen cayendo igual, sobre su brazo moreno de mixteca; escurren y caen sobre el rojizo piso de tierra de su casa que no termina de tragarlas.
Mi mamá casi no habla español, somos mixtecos, explica Verónica, su hija, y hermana de Abel García Hernández, que habla por ella mientras la madre llora.
Su madre sostiene, entre lágrimas, la carta que dictó en mixteco y que Verónica puso en español. Dice así:
“Hoy que no estás conmigo siento un dolor tan grande que no puedo explicar con palabras, creo que mi corazón cada vez se hace más pequeño y poco a poco siento cómo se va desgarrando dentro de mí.
Cada día que miro tu foto recuerdo aquel día en que naciste, un 15 de junio de 1995, hoy ya un joven de 19 años con una gran ilusión por delante para ser un gran maestro que siempre soñaste.
Recuerdo que cuando partiste y con esa alegría en tu cara te fuiste a la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, para hacer realidad tu sueño de darnos una vida mejor a nosotros tus padres.
Desde aquel día de tu partida te sigo esperando, hijo, y sé que estas lágrimas que lloro al final será el precio por verte de vuelta, hijo, para verte comer tu comida favorita, la cocolmeca, que subías al cerro por ella para que yo te la guisara…
Desde que no estás aquí tu padre no ha dejado de buscarte y a gritos pide y exige que regreses con vida.
No existe dolor más grande como el que yo siento, y si alguien cree que por ser pobre y humilde no tenemos sentimientos, yo les digo que este dolor me está matando lentamente.
Quisiera saber dónde estás para ir corriendo y salvar tu vida, no importando quitarme la mía.
Por último, hijo, quiero decirte que tu pueblo te está buscando. Tu pueblo te reclama y vivimos con la esperanza de volver a verte“.