Ya era sábado de Carnaval. Mientras Barranquilla estaba de fiesta, Ómar Enrique Hernández López se escapaba la muerte. No era un personaje carnavalesco, era la misma muerte. El reciclador, con un brazo roto y con la cabeza llena de sangre, llegó en la madrugada del 29 de febrero de 1992 a un puesto de la policía al grito de que en la Universidad Libre (Unilibre) intentaron asesinarlo.
Estaba agitado, ya que había corrido corrió por varios minutos como si su vida dependiera de eso. Sin aliento agregó que se le escapó a la muerte, que en cuatro días iba a ir por Joselito. Con una herida de bala y un brazo roto, sin saber muy bien lo que decía, les contó a los policías que había ingresado a la institución en busca de material reciclable, por invitación de los vigilantes. Fue conducido por los pasillos hasta llegar a las inmediaciones del anfiteatro y allí fue atacado.
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Era difícil de creer teniendo en cuenta la apariencia de Hernández, quien tenía 24 años. Podría tratarse de un loco. Pero ante la insistencia, un oficial decidió acompañarlo hasta la universidad, en el cruce de la ruta 46 con la calle 48.
Intentaron ingresar al lugar para buscar los supuestos cadáveres, pero los vigilantes, quienes tenían una actitud sospechosa, lo impidieron. Esto llamó la atención del policía, quien pidió refuerzos para entrar. Fue así como el mismo día en que los barranquilleros iban a comenzar a disfrutar de su carnaval se enteraron de una de las matanzas más atroces en la historia de la ciudad.
Un carnaval manchado por la matanza
En un rincón de la sede de Medicina Legal de Barranquilla están los rostros de 11 personas elaborados con yeso. Son las víctimas de lo que se conoce como la matanza de Unilibre. Fueron elaborados durante dos años por profesionales de la entidad con el propósito de aportar al esclarecimiento de los hechos, así como para identificar a los asesinados, que fueron encontrados gracias a la “loca” denuncia de Hernández López, que terminó siendo cierta.
Ese sábado, en la ciudad estaban listos para gozar. Se habían despertado con toda la energía para disfrutar de la Batalla de Flores, pero, al contrario de lo que habitualmente sucede en épocas de carnaval, las noticias no hablaban de la fiesta.
En la radio solo se hablaba del hallazgo de cadáveres en la Universidad Libre. Pero no se trataba de los cuerpos sin vida con los que los estudiantes de Medicina realizaban sus prácticas. Eran de personas que habían sido asesinadas en las instalaciones de la institución. En ese momento, no se sabía por qué.
Gracias a Hernández, esa madrugada, la policía halló 11 cadáveres en la morgue de la universidad y, según la historia, el reciclador se hizo el muerto para no ser el número 12. Los cadáveres, aunque estaban desfigurados por los golpes, estaban completos. Nueve fueron asesinados con armas contundentes, mientras que los otros tres tenían impactos de bala. De acuerdo con las investigaciones, durante la madrugada los vigilantes invitaban a los recicladores a ingresar a la universidad para buscar cartones, papeles y otros materiales reciclables. Una vez adentro jamás salían, ya que eran sorprendidos a trancazos (golpes). La universidad, conocida como Unilibre, incluso comenzó a ser llamada en la ciudad como ‘Unitranca’.
Así se salvó Hernández de la muerte
Hacia la 1:30 a.m., Hernández, quien tan solo llevaba dos meses trabajando como cartonero, recorría las calles de la ciudad en búsqueda de material para vender en la mañana en las bodegas de Barlovento y ganarse unos pesos. Justo cuando pasaba al frente de la Universidad Libre escuchó un grito: “Negro, ¿tú recoges cartón? –le preguntó uno de los vigilantes–. En los patios hay montañas de cajas”. Fue así como ingresó a la institución pensando que era su día.
El joven les narró a los medios de comunicación, días después los hechos, que cuando él, acompañado de cuatro personas que trabajaban en la institución, llegó al lugar donde estaban los cartones, se agachó a recogerlos y le pegaron un garrotazo en la cabeza.
Cayó al piso y lo siguieron golpeando. Luego escuchó un disparo, era el tiro de gracia, pero seguía vivo. No sabía ni se explicaba por qué, y nunca nadie pudo explicar por qué quien apretó el gatillo falló. Pensó que debía hacerse el muerto si quería vivir.
“Lo desnudaron, lo pusieron en una mesa de anfiteatro y allí vio cuando llegaron con el otro herido. Luego lo metieron en una cubeta de formol, de donde se salió para salvarse”, escribieron los corresponsales de El Tiempo que cubrieron los hechos. Incluso, antes de quedar solo en ese cuarto, Hernández alcanzó a escuchar a uno de los hombres que lo atacaron decir: “Solo nos falta uno para cumplir con la cuota”.
El joven recordó que unos minutos después, no sabía exactamente cuánto tiempo, regresaron los hombres y llevaban a una persona golpeada con ellos, identificado posteriormente como Vicente Manjarrés, a quien subieron a otra mesa. “Después entraron con él y uno de ellos (de los atacantes) se me acercó, me tocó y dijo: ‘Este está aún muy blando’”, publicó este diario en aquel entonces, que tituló una de las primeras noticias sobre los hechos como ‘Extraña matanza’.( Recordó que por unos minutos discutieron si terminaban el trabajo, pero finalmente dijeron que continuarían luego. Salieron y apagaron las luces.
Siguió esperando y cuando estuvo seguro de que no había peligro, se levantó y vio al otro reciclador golpeado, baldes con partes de cuerpos humanos y las paredes y el piso llenos de sangre. Olía a formol.
“Como a las 3 de la mañana me fui pa’ la puerta, que se abrió cuando la moví, pero no salí enseguida, sino como a las 6″, narró desde el hospital. Logró escapar por el patio de atrás aprovechando que no había nadie y corrió hasta el CAI que estaba ubicado a pocas cuadras de la universidad, donde contó su historia y se conoció lo que hacían en Unilibre. Luego fue llevado al Hospital de Barranquilla.
¿Por qué mataban a cartoneros y personas en situación de calle?
Por esos días, extrañamente, habían desaparecido algunas personas que vivían en la calle y cartoneros de la ciudad. Sin embargo, no había explicación hasta que se conocieron los hechos en la universidad. La institución fue cerrada mientras se adelantaban las investigaciones que permitieran esclarecer qué estaba pasando allí. Incluso, los estudiantes salieron a marchar para exigir que volviera a ser abierta y reanudar sus clases. Durante una época se estigmatizó a los estudiantes de esta universidad, quienes no tenían nada que ver y nunca se vinculó a ninguno con el caso.
Las primeras hipótesis de las autoridades señalaban que las desapariciones de los habitantes de calle en la ciudad estaban vinculadas a lo que sucedía por las noches en la Unilibre y que todo se realizaba en marco de una operación de tráfico de órganos. Y las víctimas eran seleccionadas porque, podría decirse, “no tenían doliente”.
Pero ahí no se quedaban los hechos. Esos cuerpos y órganos eran utilizados por los estudiantes de Medicina en sus prácticas. Se habla, por lo menos, de unas 50 víctimas. En un principio, 14 empleados de la universidad fueron vinculados al caso y entre el 29 de febrero y el 1º de marzo de 1992 se efectuaron las capturas de Pedro Antonio Viloria Leal, jefe de seguridad, y los vigilantes Wilfrido Arias Ternera, Armando Segundo Urieles Sierra y Saúl Hernández Otero, quienes eran los supuestos responsables de llamar a las víctimas, golpearlas y asesinarlas.
Además, fue detenido Santander Sabalza Estrada, preparador de cadáveres en la Facultad de Medicina y señalado de descuartizar los cadáveres. Saúl Hernández aseguró un par de días después del hallazgo, desde prisión, que no sabía nada, aunque el joven reciclador lo señalaba como la persona que lo llamó para que ingresara a recoger unos cartones.
“Llegué a trabajar a las 10:30 de la noche. No sé nada, llegué borracho, no sé nada de lo que está pasando allá. No tenemos nada que ver con eso. Son rateros los que estaban ahí, que juzguen los que son, los metidos en la rosca. No estamos en nada de ese cuento. Estaban unos rateros robando ahí, no sé nada, nada”, dijo en entrevista con Ernesto McCausland, quien hizo un reportaje para televisión 10 días después de los hechos. “No tiene por qué reconocerme él porque yo no lo he llamado a él para nada, no tengo que llamar a ninguno para nada porque no estoy pa’ estar vendiendo cartón ni nada”, agregó el hombre.
Pero los vigilantes confesaron su participación en los hechos e, incluso, aseguraron que recibían 130.000 pesos por cada cuerpo que entregaban a la morgue. Además, uno de ellos le aseguró a un medio local que “garroteó como a 50″.Sin embargo, casi dos años después, en noviembre de 1993, los implicados fueron dejados en libertad. También quedó libre el exsíndico Eugenio Castro Ariza, de quien en su momento se habló que era el cerebro de la operación.
“La jueza aplicó la norma de favorabilidad consagrada en las reformas recientemente introducidas al Código de Procedimiento Penal y les impuso, además de la caución pecuniaria, la prohibición de salir del país y la obligación de presentarse cuando sean requeridos, en particular a la audiencia en la fecha que sea fijada”, informó este diario. El caso tomó trascendencia internacional. El País de España, por ejemplo, tituló: ‘Mendigos colombianos eran asesinados para vender sus cadáveres a una Facultad de Medicina’. La universidad no fue vinculada a los hechos como institución, pues se comprobó que estos los cometieron personas particulares, pese a que trabajaban allí.
¿Hubo impunidad por los asesinatos?
El martes 29 de febrero del 2000, curiosamente cuando se cumplieron ocho años del descubrimiento de los asesinatos, cinco personas fueron condenadas por estos hechos. Pero los medios titularon que hubo impunidad. El Juzgado Segundo Penal del Circuito absolvió de esa responsabilidad a los cinco vigilantes que venían siendo procesados por los asesinatos de estas ocho personas, por no encontrar nexos entre estos y las circunstancias en que se cometieron los homicidios.
No obstante, Pedro Antonio Viloria Leal, Wilfrido Arias Ternera, Armando Segundo Urieles Sierra, Saúl Hernández Otero y Santander Sabalza Estrada fueron condenados a pagar 13 años de cárcel por tentativa de homicidio agravado en concurso homogéneo por atacar con arma de fuego y a garrote a Hernández López y Vicente Manjarrés, también reciclador. Otro de los implicados, Sebastián Cuello Barbes, quien hubiera sido condenado, fue asesinado en Ciénaga, Magdalena.
En ese momento, los condenados, a excepción de Sabalza, estaban en libertad desde noviembre de 1993 porque se habían vencido los términos para la audiencia de juzgamiento. Eugenio Castro Ariza, el síndico de la época en la universidad, fue absuelto. Después de la sentencia se ordenó capturar nuevamente a los responsables de esos delitos.
En Barranquilla no olvidan esta matanza y, cada miércoles de Carnaval, cuando se llora a Joselito, también hay quienes recuerdan a las víctimas. Incluso se comenta que los verdaderos responsables, los cerebros de la red de tráfico de órganos, ni siquiera fueron judicializados y solo cayeron quienes se encargaban de dar garrote.
Por Matías García Acudelo
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