Hay un pueblo en el suroeste de Colombia, allí donde los Andes se desgarran en tres, que vive de una minería tan verde como los bosques que lo rodean, y produce un oro tan “ético” que fue elegido para la Palma de Cannes.En las montañas de Nariño, zona roja del conflicto armado que azota a Colombia desde hace más de medio siglo, rodeado de cultivos de coca, se encuentra La Llanada, la Tierra Dorada que se jacta de brillar en las creaciones de famosos joyeros europeos.“Este es un oro limpio”, dice a la AFP Edison Rosero, capataz de la mina de su tío Célimo, una de las que acaba de recibir el reconocimiento internacional de minería justa Fairmined.El joven de 23 años es uno más en la fila de motos que asciende en esta soleada mañana desde el pueblo hasta los yacimientos. Los mineros trepan diariamente para meterse ocho horas en los túneles, a unos 100 metros de profundidad, a recoger las rocas detonadas la víspera junto a la preciada veta dorada. Como ríos de piedra gris, el material de descarte se escurre por las laderas de los cuatro cerros donde Coodmilla Ltda, la cooperativa del pueblo, posee permisos de explotación minera.“Es un modelo sostenible y que beneficia tanto a las personas como a la naturaleza”, destaca Diego Riascos, gerente general de Coodmilla, orgulloso del sello Fairmined que los posicionó en el mercado global.Desarrollado por la ONG Alianza por la Minería Responsable (ARM), una iniciativa global creada en 2004, con sede en Colombia y operaciones en Latinoamérica, África y Asia, el estándar exige explotaciones acordes a las normas, protección ambiental y laboral, además de desarrollo social de las comunidades involucradas. - Fiebre del oro, pero ecológico -En el caso de La Llanada, su tradicional método de trabajo sin químicos tóxicos, como cianuro y mercurio, le valió además la etiqueta de oro ecológico.“Si hay un mercado internacional es mucho mejor para nosotros, porque los mineros van a poder vender su oro a un mejor precio”, asegura Riascos, un diseñador industrial de 27 años, cuya familia, como el 90% de los 8.000 habitantes de La Llanada, depende de la minería.La cooperativa creada en 1977, con unos 150 asociados actualmente y una producción de 60 kg de oro al año, no sólo mejoró la calidad de vida de la comunidad.También contribuyó a su identidad, marcada por la minería de filón que ya hacían en la zona los indígenas Abades, extintos hacia 1530, y reiniciada cuatro siglos más tarde con compañías canadienses en la década de 1930 hasta fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando la caída del precio internacional del oro propició su partida.Años después, los pobladores locales regresaron a las entrañas de los cerros, pero para su propio beneficio, lo cual, según Riascos, evitó que se desatara una fiebre del oro. “Aquí esa violencia entre mineros no existe”, asegura, a pesar de que enfrentamientos entre guerrilleros y fuerzas militares dejaron su huella en el pueblo, donde hay quienes lloran muertos y aún se ven marcas de balas en algunas puertas.- Buscar lo que Dios dejó guardado -A 2.300 metros sobre el nivel del mar y con un humeante volcán Galeras en el horizonte, en La Llanada se respira armonía. Una tarde cualquiera, los niños corretean en la plaza, los vecinos conversan y los mineros juegan voleibol.Algunos, como Edison y su tío, encuentran incluso tiempo para tocar música andina y cantar rancheras más allá del duro trabajo de sacar y moler toneladas de roca y el resultado incierto de lograr un gramo de oro después de horas de mover una batea.“A veces es mayor el gasto que la ganancia. La minería es siempre una aventura”, asegura Edison.“Uno nunca sabe lo que dejó guardado el Todopoderoso allá adentro”, acota Célimo, de 51 años, tan devoto de San Sebastián que instaló un altar en su honor en el túnel de ingreso a la mina que explota.- “Hacia el lujo sostenible” -Cual película con final feliz, el oro que producen los Rosero ha llegado al prestigioso festival de cine de Cannes, en Francia. No sólo en su trofeo, sino en joyas que estrellas como Marion Cotillard han lucido en la alfombra roja.Todo es parte de un “viaje hacia el lujo sostenible”, un programa de abastecimiento respetuoso de materias primas emprendido por la joyería suiza Chopard. “Para mí era muy obvio que la Palma de Oro tenía que volverse verde”, señala Caroline Scheufele, copresidente y directora artística de la firma, mientras muestra a la AFP las piezas en los talleres en Ginebra.Chopard se alió con ARM en 2013 para apoyar a La Llanada, cuya distinción Fairmined, otorgada en octubre, es la segunda en Colombia después de la otorgada en agosto de 2014 a otra cooperativa en Íquira, Huila (centro).“El gobierno nacional ha estado decididamente trabajando en replicar estos modelos en todo el país”, explica en su despacho en Bogotá la viceministra de Minas, María Isabel Ulloa.Esa política prevé “darle a cada tipo de minería lo que le corresponde en términos de regulación”, un clamor entre los mineros que se legalizaron y se sienten sobreexigidos por el Estado en relación a su escala de producción.Para Ulloa, generar mejores prácticas del lado del productor es importante, pero también existe una responsabilidad por parte del comprador a la hora de comprobar de dónde viene.- Oro sin sangre -Regularizar la actividad minera en un país donde el 63% de esta práctica es ilegal, y garantizar que el oro, hoy más rentable que el narcotráfico que financia a grupos armados al margen de la ley, sea trazable y sin sangre, es la meta de las autoridades.“La Certificación Fairmined es una ruta hacia la formalización y el empoderamiento de las comunidades mineras”, según afirmó Lina Villa, directora ejecutiva de ARM, al anunciar el certificado en La Llanada. En un país donde la minería ilegal campea, casos como este parecen utópicos, pero a pesar de las dificultades que supone cumplir altos estándares internacionales, los propios mineros son los primeros en señalar que es posible.Doris Cuatín lleva 20 de sus 44 años persiguiendo vetas de oro. Menos meterse en los túneles a picar piedra, algo vedado a las mujeres por seguridad, ha hecho de todo con relación a la minería.
“Todos en Colombia deberíamos ser mineros legales”, dice la empresaria aurífera en su casa en La Llanada, donde trozos y más trozos de cuarzo desbordan las estanterías de la sala. “Si nosotros lo hacemos, ¿por qué no lo van a poder hacer los demás?”.