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El Pericón, en el estado mexicano de Guerrero, está de luto. Ahí es donde se ubica la casa de Alexander Mora, el estudiante de 19 años de edad que quería ser docente para educar a los pobres. Su padre, Ezequiel Mora, exige justicia. “Si me prestaran a Abarca y a los policías...”, dice en referencia al alcalde de Iguala, sindicado como autor intelectual del crimen.
Al señor Mora, que tiene la mirada desorbitada, lo acompañan Edith, Hugo y sus otros hijos para darle el último adiós al más joven de la familia, quien fue calcinado por el crimen en México.
En la casa de los Mora Venancio, en donde el lujo es que no se vengan las paredes abajo, velan fotos de Alexander… no hay cuerpo, lo poco que se pudo rescatar en el municipio de Cocula, en donde fue asesinado, lo enviaron a otro país para practicar pruebas de ADN.
La noche es larga, más larga luego de 70 días de búsqueda de los 43 normalistas.
Los pies de Ezequiel están cuarteados como la tierra en donde trabaja con su familia. Su voz se corta: “Ya no puedo aguantar más, mi hijo me duele. Lloro cuando veo su rostro en las calles, en las pancartas”.
Por momentos se muestra fuerte ante sus hijos, pero su mirada dice lo contrario. Tiene sentimientos encontrados. Su dolor lo hace extenso. “A todo el país nos está doliendo esto”, deplora.
Amistades acompañan a la familia dedicada al campo, específicamente al maíz y a la calabaza, y para que no quede duda, muestran parte de su trabajo.
“Si fuéramos narcotraficantes usted cree que viviríamos así… le voy a mostrar a qué nos dedicamos para que a mi hijo no lo tachen de delincuente”, fustiga el padre.
El señor Ezequiel lleva su mano al pecho. Hace una pausa y continúa. “Su sueño no lo cumplió, ser maestro de Ayotzinapa. Tengo una rabia que nadie lo puede creer… ya me lo dijeron, está muerto. No se me acaba el pinche coraje”.
Se desahoga, como no lo había hecho en 70 días de esperanza de encontrar con vida a su hijo, el más pequeño de ocho.
“Mi hijo está muerto y exijo justicia para él. Que no quede impune. El gobierno siempre deja las cosas a medio camino, no sirven, no confiamos en ellos… vamos a seguir con la lucha porque aún faltan 42 normalistas”, comenta.
La noticia por parte del equipo argentino forense la recibió el señor Ezequiel. Les dije-narra- “no se aprieten el pescuezo y díganme la verdad; en ellos (los peritos argentinos) sí confiamos”.
Las palabras de don Ezequiel le llegan a sus hijos que le acompañan en la noche más larga de sus vidas.
“A mi familia que no la atropellen, ya perdí a uno… estoy como padre por delante. Yo voy a luchar por la justicia de mi hijo (…) hasta las últimas consecuencias”, comenta.
Don Ezequiel respira profundo, empuña la mano derecha y de nuevo la lleva a su pecho. Su voz se corta pero hace un esfuerzo por desahogar el dolor guardado en 70 días.
“Por qué creen que pasó eso con mi hijo, fue la delincuencia y los policías, fueron ellos junto con el presidente municipal de Iguala (José Luiz Abarca) y su esposa (María de los Ángeles Pineda), fueron quienes iniciaron su pinche desmadre…”.
TRES MENSAJES
Uno al titular de la Procuraduría General de la República (Jesús Murillo Karam), a los padres de los desaparecidos y a los autores intelectuales de aquel 26 de setiembre.
“Se la voy a cantar derecho a Murillo Karam… no queremos mentiras, no queremos que jueguen con nosotros. Todos los padres estamos así y vamos de frente a seguir luchando… a nosotros nos duele el corazón. Si me prestaran a Abarca y a los policías… lo pido de corazón al procurados, que me los presten, los quiero ver…”.
Fuente: El Universal, México/ GDA