Mientras miles estudiantes venezolanos abandonan sus estudios y el país para huir de la crisis, otros universitarios extranjeros hacen el camino inverso.
Tito Bohórquez, ingeniero agrónomo, viaja dos veces al año una distancia de 2.500 kilómetros entre su natal provincia de Los Ríos, en Ecuador, y Maracaibo, en el noroeste de Venezuela, para participar en clases presenciales de su doctorado en Ciencias Agropecuarias.
El primero de los vuelos que toma tarda tres horas antes de hacer escala en Caracas. Debe pagar también por estadías en hoteles, comidas y taxis. El desgaste vale la pena, dice.
Profesor contratado y director de la carrera de Agropecuaria en la Universidad Técnica de Babahoyo, en Ecuador, Bohórquez es parte de un grupo cada vez más numeroso de profesionales ecuatorianos y colombianos que cursan estudios de postgrado en la Universidad del Zulia (LUZ) en Maracaibo, cerca de la frontera con Colombia.
Estudian especialidades, maestrías y doctorados en Medicina, Odontología, Ingeniería, Derecho, Veterinaria, Humanidades y Agronomía.
“Nunca pensé en estudiar acá”, admite Bohórquez antes de explicar por qué se decidió.
Es la segunda de sus tres estancias de clases intensivas en Venezuela durante su doctorado. La primera fue en abril, también por tres semanas.
Profesionales de Colombia y Ecuador interesados en cursos de cuarto y quinto nivel académico hallan en las universidades públicas de Venezuela una combinación perfecta: matrícula muy económica y calidad en la educación, a pesar de la crisis.
Bohórquez y el resto de cursantes de doctorados pagan en LUZ US$1.500 dólares cada semestre. La inscripción les costó US$500. A eso le suman gastos de vuelos, hospedaje, alimentación y transporte cada vez que viajan a Maracaibo: unos US$1.000.
La inscripción y el pago de su doctorado en LUZ representarán, al final de sus estudios, una inversión aproximada de US$8.000.
“La colegiatura y los viáticos de un doctorado en Perú saldrían en entre US$28.000 y US$30.000. En Colombia, los cursos son cada tres semanas y cuestan US$40.000. En Chile, igual, y hay que residir allá”, dice Bohórquez.
Boom por ahorro y calidad
El interés en los postgrados de la Universidad del Zulia de parte de extranjeros ha aumentado exponencialmente desde hace siete años, dice Rosa Raaz, coordinadora de Doctorados de la Facultad de Agronomía.
El proyecto en el que participa Bohórquez, por ejemplo, inició en el 2011 exclusivamente con estudiantes venezolanos. En el 2012, dos profesionales de Cúcuta, ciudad colombiana en la frontera con Venezuela, se registraron. En el 2013, otros dos colombianos de Barranquilla.
“Y en el 2017 hubo un boom”, cuenta Raaz a BBC Mundo. “Hubo dos cohortes con 33 estudiantes ecuatorianos de universidades de Manabí, Machala y Guayaquil, también de empresas privadas, solo en Agronomía”.
“Ganar-ganar”
La experiencia ha sido también económicamente beneficiosa para la Universidad del Zulia, una institución centenaria que depende del Estado venezolano y cuyas autoridades se quejan de un déficit presupuestario.
Los ingresos por estudios de postgrados permiten a las facultades de LUZ reparar su infraestructura, pagar salarios a los docentes participantes o adquirir equipos.
“Es una relación ganar-ganar. Significa mantener la universidad abierta”, opina la profesora.
Los cursos, en una Venezuela que experimenta una economía hiperinflacionaria y con un control cambiario desde el 2003, tuvieron su pizca de polémica.
El diario local “Versión Final” publicó en junio una serie de reportajes sobre la venta de cupos de postgrado en LUZ a extranjeros por hasta US$5.000.
El decanato de la Facultad de Medicina anunció entonces el despido de cuatro empleados por participar en tales extorsiones.
Agradecido con Venezuela
Rafael Palmera Crespo, arquitecto y profesor colombiano de 51 años, tiene tres años cruzando a pie la frontera de Maicao con la Guajira venezolana para luego emprender un viaje por carretera de tres horas hasta Maracaibo.
Cada 15 días repite el extenuante viaje. Su motivación es académica: asistir a las clases presenciales en la Universidad del Zulia para completar su doctorado en Arquitectura.
“No fue muy fácil llegar”, admite en conversación con BBC Mundo desde Barranquilla, donde reside y trabaja. Ya alista su tesis sobre la emancipación de los suelos, con la esperanza de graduarse en mayo del 2019.
Su meta académica le costaría en Colombia entre 80 y 100 millones de pesos (US$31.000 al cambio oficial). Los gastos del curso, estadía, alimentación y transporte en Venezuela suman 4 millones de pesos (US$1.250). Es un 96% menos de dinero que si hubiese estudiado en su país.
“Estoy muy agradecido con Venezuela, independientemente de las condiciones en que viven y que lamentamos los colombianos. En Venezuela es más asequible la educación en este nivel que en Colombia”.
Además del ahorro, la calidad docente es tal como se la habían descrito otros colegas: “Única”, dice.
Patrimonio que no se devalúa
El nivel académico de Venezuela es uno de los atractivos. Docentes locales con títulos de doctor, la mayoría formados en universidades de América del Norte y Europa, garantizan que el programa sea de alta calidad.
Víctor Granadillo, doctor en Química, autor de 300 artículos en revistas arbitradas y tutor de alumnos extranjeros, certifica que los 50 profesores que integran su departamento en la Facultad de Ciencias tienen doctorados.
Ketty, su esposa y también profesora de la Facultad de Economía de LUZ, asegura que la excelencia universitaria ha sobrevivido a la diáspora o la crisis en su departamento. “El conocimiento es un patrimonio que jamás se devalúa”, dice.
Medicina es una de las carreras con mayor demanda. Hay en ella al menos 600 colombianos y ecuatorianos entre especialidades y doctorados, según Freddy Pachano, médico cirujano pediatra y director de Postgrado de esa facultad.
La participación de médicos sudamericanos ha sido tal que está a punto de igualarse a la de venezolanos. Este año, se censaron 120 extranjeros y 170 profesionales locales solo en las especialidades.
“Venezuela no está devastada”
Pese a las ventajas económicas, Bohórquez, el agrónomo de Los Ríos, Ecuador, tuvo miedo de estudiar en Venezuela.
Los índices de inseguridad, las tensiones políticas y la hiperinflación le alarmaban. Dos médicos amigos que cursan estudios en LUZ desde 2017 lo animaron.
“Venezuela no está devastada”, cree. Pero la inflación -la peor del mundo- es tan ruda que pulveriza el poder hasta de las monedas duras.
Los dólares valían más en el mercado venezolano durante su primera viaje, en abril, cuando un día de servicio de taxi le costaba US$3. Hoy, esa tarifa cubre solo una hora de transporte privado.
Su grupo de amigos estudiantes ya no cena con frecuencia en restaurantes y puestos callejeros. Prefieren cocinar en sus apartamentos para rendir el dinero.
Antes de la entrevista, Bohórquez asistió a una clase junto a siete compañeros en una de las habitaciones que alquilan. Improvisaron el encuentro tras un inconveniente eléctrico en los salones de la facultad, algo habitual por las fallas eléctricas que padece esta región venezolana.
Los problemas no le hacen arrepentirse. “El conocimiento es un diamante en bruto que tienen las universidades de Venezuela. Esta es una oportunidad de oro”.