El velorio se lleva a cabo en una especie de cobertizo de madera (luego descubriremos que es en realidad la mitad de la casa). Del techo, de lámina hirviente, cuelgan pocillos, una regadora de lata y un pequeño y aporreado mecedor de plástico para niño. El ataúd está en la mitad. Tiene abierta la parte superior, a la altura del rostro. Nadie se acerca a mirar. A un lado, postrada en una cama, una anciana se queja de tanto en tanto. Es la abuela de Mario Pérez Beltrán, recolector de limones, de unos 40 años, quien el día antes, a las 11 de la noche, murió de un disparo en la frente.
Estamos en las afueras de Antúnez, una de las poblaciones que controlan las autodefensas de Michoacán. Una mujer ya entrada en años reza un rosario en voz alta. Los asistentes, en su mayoría también mujeres, le responden con voz cansada. Los acentos son distintos, pero el dolor y la pobreza son idénticos a las decenas de velorios a los que asistí en Colombia, en especial en la región de Urabá, en el departamento de Antioquia, durante la década del noventa.
Hay más similitudes: como Urabá, Michoacán es una rica región en disputa. Acá, entre autodefensas y el cartel de los Caballeros Templarios. Allá, entre las FARC y los paramilitares. En ambos casos, las fuerzas armadas, aunque lo nieguen, parecen favorecer claramente a uno de los bandos.
Y existe una coincidencia más: lo brumosa que se vuelve la frontera entre lo que es verdad, verdad a medias y mentira. La muerte de Mario Pérez Beltrán es un ejemplo. Su familia y amigos nos dicen que en la noche del lunes fueron convocados por las autodefensas para protestar porque el ejército intentaba desarmarlos. Al verse rodeados por los pobladores -continúa su relato- los soldados dispararon “al viento”. Luego, aseguran, uno de los militares apuntó a Mario y le dio un tiro en la frente.
Me dicen que su familiar era un recolector de limones. Que no pertenecía a las autodefensas, aunque sí las apoyaba. El ejército, por su parte, aseguró a la Cadena Milenio que todo ocurrió cuando unos 200 militares se desplazaban por la zona, vieron un grupo de autodefensas e intentaron desarmarlos. Se presentó entonces un forcejeo.
“En el momento en que los civiles fueron desarmados por el personal militar adoptaron una actitud agresiva, registrándose un forcejeo y disparos de armas de fuego, sin que se pueda confirmar su origen o si haya resultado algún herido”.
Horas después, el secretario de Gobierno, Miguel Angel Osorio Chong, indicaría que los militares se dirigían hacia la población de Apatzingán cuando “se encontraron con un grupo de personas seguramente no tan bien informadas respecto de las labores que haría el ejército y la policía federal y entonces se dio un forcejeo (...) en este forcejeo con un soldado -lo tenemos identificado- se dio un disparo en el que falleció una persona”.
Según quien dé la información, se habla de cuatro, tres, dos o incluso solo un muerto. Lo cierto y contudente es que un cadáver es velado en medio de los ayes de su abuela. Y que en el lugar, además del dolor, reina el temor. Uno de los dolientes nos dice, preocupado, que con lo que nos han contado no pretenden ofender a nadie. Me mira y con voz suave repite: “En vez de que se ofendan, que nos ayuden. Nosotros somos pura gente de trabajo. Pobre. Muy pobre”.
Tierra caliente
Entre Morelia, la capital del estado de Michoacán, y “Tierra Caliente”, la zona donde se concentra el conflicto, hay poco más de dos horas por una carretera amplia y bien pavimentada. En veinte minutos se pasa por los tres climas: frío, templado y cálido. Pinos, mangos y limones. También se atraviesan varias fronteras, por completo invisibles para el que llega de afuera, pero conocidas e incluso mortíferas para quien habita en la región.
Hay algunas señales: dos camionetas rojas de las autodefensas estacionadas a la entrada del poblado de Nueva Italia, con un hombre embozado dirigiendo el tráfico. Más adelante, pellejos quemados de llantas en la carretera y luego los esqueletos calcinados de un bus y un camión que cargaba refrescos. Tres hombres, tiznados hasta la coronilla, terminan de desguazar los vehículos, llevándose rines, ejes y cualquier otra parte que puedan aprovechar.
Ya en el parque de la ciudad de Apatzingán -supuesto núcleo de los Caballeros Templarios, ahora completamente tomado por la policía federal y el ejército- un hombre bajito y de gorra me dice que tiene que ir a una diligencia judicial en Morelia, pero que le da miedo hacerlo.
El sólo hecho de vivir en Apatzingán le hace temer por su vida si cruza por Nueva Italia y Antúnez.
-¿Y a los que vienen de allá hacia acá?, le pregunto.
Mira al suelo, lo piensa unos segundos y me responde:
-¡Pos también!
Las nuevas autodefensas
Pos también: un veterano periodista de Michoacán con el que hablo largamente sobre la situación me dice que, al ser el centro urbano más importante de la zona, Apatzingán es un sitio obligado de compra tanto de suministros como de maquinaria en esta región eminentemente agrícola.
Hace poco, me cuenta, siete personas, entre ellas una mujer embarazada -todos residentes de Buenavista, donde existe un foco de las autodefensas- se atrevieron a visitar Apatzingán. Casi de inmediato fueron “levantados” (secuestrados) y todavía no aparecen.
El periodista me explica que en Michoacán la situación empezó a deteriorase realmente en el 2007, cuando surgió el cartel de la Familia Michoacana, del cual los Caballeros Templarios son una escisión. Entonces empezaron las extorsiones, el robo de tierras y las amenazas de manera generalizada.
Si se rastrea en los archivos de prensa, se puede ver que el primer grupo de autodefensas se creó en abril de 2011, cuando en el poblado indígena de Cherán, cansados de la tala ilegal de sus bosques, se conformó una “guardia comunitaria”. A los indígenas mexicanos, por normatividad constitucional de “usos y costumbres”, se les permite tener una policía propia. Es, por ejemplo, lo que ha ocurrido en el estado de Guerrero.
Sin embargo, las autodefensas involucradas en el actual conflicto en Michoacán son algo muy distinto. Aparecieron hace un año y dijeron ser esencialmente agricultores y comerciantes que estaban hartos de las extorsiones y amenazas de los Caballeros Templarios.
Varias personas con las que hablé me dijeron que la fuerza real de las autodefensas puede ser unos 1.500 hombres armados (no 10.000, como algunos han dicho). Muchos portan armas de alto calibre, como fusiles AK-47 (o “cuerno de chivo”, como se les conoce en México) y hasta ametralladoras M60.
Otro periodista me revela que se sospecha que algunas de estas armas largas les fueron proporcionadas por el ejército y la policía federal. Es algo que, cuando se lo pregunto, lo niega con indignación Estanislao Beltrán Torres, coordinador general de las autodefensas de Michoacán, mejor conocido como 'Papá Pitufo'.
Estamos parados en el camellón de la vía central de Antúnez, uno de los principales reductos de los “comunitarios” como les dicen también a las autodefensas. Cuento casi 30 camionetas, muchas nuevas, con logos de las autodefensas, ocupadas por decenas de hombres armados. El calor es denso y atenaza todo objeto y ser viviente.
Chaparro, barbudo y rechoncho -como me lo describió un colega- 'Papá Pitufo' me asegura que todas las armas largas que tienen sus hombres se las quitaron en combate a sus enemigos.
“¿Qué quiere decir eso? Que han caído muchos, muchos Caballeros Templarios”, asevera.
También rechaza que reciban otro tipo de ayuda de las fuerzas armadas, como entrenamiento, información clave o respaldo armado.
“Nos han apoyado en este sentido: les pedimos por ejemplo 'oiga, por qué no me bloquea ese puente'. Pero nada más”.
En este lugar, uno de los ejidos más grandes de México, Estanislao Beltrán asegura ser un ejidatario más que se cansó de ser extorsionado.
Estrategia
Ninguna de las personas con las que hablé en Michoacán duda de que las autodefensas son apoyadas por las fuerzas armadas. Si no por acción, sí por omisión.
Al escucharlos, es evidente que tanto los dirigentes de las autodefensas -como 'Papá Pitufo'- y los altos funcionarios gubernamentales -como Osorio Chong- son muy cuidadosos con sus palabras para no ofender o descalificar al otro.
Pero hay más. Un simple vistazo al mapa del conflicto muestra la estrategia que se desarrolla: un movimiento de pinza, para rodear y aislar a la ciudad de Apatzingán, supuesto fortín y centro de operaciones de los Caballeros Templarios.
El proceso de toma de las poblaciones, me explican aquí, es casi siempre el mismo. Llegan en sus camionetas al lugar escogido, donde ya tienen apoyo entre la población, se apoderan de la Dirección de Seguridad y desarman a los policías locales. Si sospechan que tienen vínculos con el cartel de los Templarios -dicen que la misma población se los señala- los entregan a la policía federal.
El procedimiento es anunciado, por lo que se evitan enfrentamientos y se da tiempo a los “jefes de plaza” del cartel a escapar. Sin embargo se han presentado choques, en especial por emboscadas de los sicarios templarios (que se calcula son unos 200).
En total once municipios -con decenas de pequeñas poblaciones incluidas- ya están en manos de las autodefensas, que, sin embargo, no son un bloque granítico: me aseguran que hay fisuras y desconfianza entre algunos grupos y comandantes.
Al control de los municipios hay que añadir algo que los observadores veteranos de la zona no ven como una coincidencia: en noviembre pasado, la marina ocupó el Puerto de Lázaro Cárdenas, sobre el Pacífico, uno de los más importantes del país y punto vital para los Templarios, pues por allí exportaban minerales -controlan varias minas- y entraban precursores químicos para producir anfetaminas.
En estos momentos, el cerco sobre Apatzingán está prácticamente cerrado.
En Apatzingán
Quizás es cierto que no hay nada más calmado que el ojo del huracán. Esta población de unos 130 mil habitantes, en el corazón de la Tierra Caliente -y con un clima acorde-, parece tranquila. Tal vez demasiado.
Un recorrido por las calles comerciales muestra hilera tras hilera de cortinas metálicas cerradas, con uno que otro resquicio de un negocio abierto. Se ven las paredes calcinadas de los minimercados incendiados el pasado viernes por la noche.
Esa misma jornada, hombres al parecer al servicio de los Caballeros Templarios, en una demostración de fuerza atacaron también el palacio municipal, balearon un banco y quemaron el camión y el autobús que encontramos en la carretera.
Desde entonces, a pesar de las decenas y decenas de militares y policías federales que el lunes empezaron a llegar a Apatzingán y le quitaron las armas y relevaron a los policías municipales, los pobladores se sienten más aislados que nunca. Los camiones con suministros no llegan, pues las empresas temen que los incineren.
En el hotel al que vamos ya se terminó la cerveza en botella y la leche para el café es de lata. También han sufrido intermitentes pero constantes cortes del servicio de internet.
Allí, un periodista local me explica la encerrona en que se encuentran: los Caballeros Templarios los llaman a amenazarlos y decirles qué pueden publicar. El gobierno, por su parte, al ver que no sacan el material que les envía sobre capturas y golpes, piensa que están al servicio del cartel. Suelta un risita amarga y sacude la cabeza ante el absurdo de su situación.
En el parque principal de la ciudad, un sacerdote local está dando declaraciones. Un enjambre de periodistas y pobladores lo rodea. Su voz truena por encima de las cabezas.
“La presencia de los militares no es suficiente. Ahora falta la efectividad (…). El gobierno le está dando el favor a los Templarios. Los policías estaban coludidos. ¿Qué hacen los comunitarios? Venir a quitar esas lacras (…) (Los Templarios) por ahora se sienten seguros porque tienen una red de protección dentro de la ciudad. No es un 100% de la población que los ayuda, quizá un 10%. Pero han penetrado todos los ámbitos. Acá no impera la ley, las decisiones fundamentales las toman desde el cerro Nazario Moreno, 'La Tuta' y 'El Quique' (las cabezas del cartel)”.
Es poco después que se me acerca el hombre bajito de gorra que no puede desplazarse a Morelia. Me dice que la iglesia no debería meterse en esos asuntos y me asegura que las autodefensas son, en realidad, hombres del cartel Nueva Generación de Jalisco, que entran por el municipio de Tepancatepec, en la frontera entre los dos estados.
En nuestra conversación, 'Papá Pitufo', el comandante de las autodefensas, me hizo un anuncio ominoso: por ahora no se han tomado a Apatzingán porque quieren que la gente compare cómo es vivir bajo los Caballeros Templarios y bajo los comunitarios. Pero también la van a ocupar, me asegura.
Carteles. Autodefensas comunitarias e indígenas. Policía federal y municipal. Ejército y marina. Hacía mucho no veía tantas armas y tantos grupos armados en un solo lugar.
En medio de todo esto, como en Urabá, Colombia, los pobladores están arrinconados, asustados y en muchos casos obligados a ser leales a una facción. Algo es cierto: aunque tengan miedo, casi siempre saben quién aprieta el gatillo. Quién los mata.