Le decían 'Mexicano' porque le encantaban el mariachi y otros aspectos de la cultura popular mexicana, pero en realidad nació en el departamento de Cundinamarca, en el centro de Colombia.
Gonzalo Rodríguez Gacha fue otro de los líderes del Cártel de Medellín, la estructura narcotraficante fundada por Pablo Escobar, quien murió el 2 de diciembre de 1993.
Ambos capos de la droga eran amigos y en alianza trasladaron miles de toneladas de cocaína a Estados Unidos, se volvieron millonarios y sembraron el terror en suelo colombiano.
Al igual que Escobar, al Mexicano le gustaban el lujo y las excentricidades, pero guardaba un perfil un poco más bajo.
Aunque eso no significaba que haya sido menos sanguinario que su amigo, sino todo lo contrario.
En ese entonces, Rodríguez Gacha era llamado el “jefe militar” o el “ministro de guerra” de la organización criminal.
La violencia era prácticamente parte de su forma de ser y, tal vez, eso explique la cinematográfica forma en la que terminó sus días, acribillado con su hijo desde un helicóptero tras un espectacular enfrentamiento con las fuerzas del orden.
Falleció el 15 de diciembre de 1989, tras ser rastreado y localizado cerca de la costa caribeña colombiana.
Una vez que el Mexicano fue dado de baja, los soldados presentes gritaron “¡Viva Colombia!”.
Lo mismo sucedería cuando su amigo Pablo Escobar cayera muerto por un disparo en la cabeza cuatro años después.
La maldición de las esmeraldas
“Piedra maldita”, “embrujo verde”, “maldición”.
De esa forma se han referido más de una vez en Colombia a las esmeraldas, la gema que abunda en este país y que es asociada tanto con la elegancia como con el crimen.
Para Rodríguez Gacha fue lo segundo, porque esta piedra preciosa significó su inicio en la delincuencia.
Con menos de 25 años se unió a la organización del “zar de las esmeraldas” de ese entonces, Gilberto Molina, y desde allí combatió a sangre y fuego a los grupos de esmeralderos que también buscaban quedarse con una tajada del negocio de la gema verde.
Poco a poco fue subiendo de jerarquía, ganando cada vez más respeto, pero sobre todo más dinero.
Fue cuando decidió dar el salto y buscar la fortuna en el nuevo negocio ilegal que más rendía en Colombia: el narcotráfico.
Los contactos que había obtenido en el mundo criminal durante esos años lo ayudaron a conocer a otro joven ambicioso que empezaba a ganar poder en el negocio, Pablo Emilio Escobar Gaviria.
El despiadado
“El más folclórico y despiadado de los narcos del interior, conocido como El Mejicano (sic)”.
Así definió el periodista Fabio Castillo a Gonzalo Rodríguez Gacha en su emblemático libro “Los jinetes de la cocaína”, publicado originalmente en 1987, en pleno auge de la narcoviolencia del Cártel de Medellín.
Castillo, que tiempo después tuvo que salir del país para evitar un ajuste de cuentas, en su libro relata las excentricidades del narco, como bautizar a sus propiedades con nombres asociados con México como “Discoteca Chihuahua”, “Bar Mi Tenampa” o “Rancho Hermosillo”.
Y también relata sus feroces ataques a objetivos del mundo del crimen organizado o de la política.
Se estima que llegó a tener entre 500 y 1.000 hombres dentro de su ejército personal. Tiempo después se supo que eran adiestrados por mercenarios de varios países, entre ellos un ex militar israelí.
La cantidad de propiedades y poder que comenzó a ganar lo pusieron en el radar de las autoridades colombianas en los primeros años de la década del 80, casi al mismo tiempo que sucedía con Pablo Escobar.
Por ello fue que el ministro de Justicia de aquel entonces, Rodrigo Lara Bonilla, emprendió acciones en su contra como la confiscación de avionetas y retiro de licencias de vuelo.
Luego, en 1984, aquella misma autoridad ordenó desmontar el megacomplejo de producción de cocaína del Cartel de Medellín conocido como “Tranquilandia” y destruir al menos 13 toneladas de droga.
La venganza del Mexicano y sus socios no tardó en llegar…
Menos de dos meses después de aquel operativo, una moto roja de marca Yamaha se acomodó al lado del Mercedes Benz en el que viajaba Lara Bonilla y acribilló al ministro.
Después de ese crimen, los capos del Cártel de Medellín tuvieron que escapar a Panamá durante un tiempo.
Dos años después también asesinaron al Coronel Jaime Ramírez Gómez, quien dirigió el operativo para destruir a Tranquilandia.
El Mexicano
Aida Levy, ex esposa del difunto Roberto Suárez, el “Rey de la cocaína” de Bolivia, cuenta que Rodríguez Gacha solía viajar con su conjunto de mariachi en el avión.
En su libro “El Rey de la cocaína” (2012), la autora relata que el Mexicano llegaba a sus haciendas acompañado de sus músicos para compartir fiestas junto al resto del Cártel de Medellín, sus socios bolivianos e incluso políticos y militares de ese país.
El capo narco animaba con su música favorita las fiestas en zonas selváticas del departamento de Santa Cruz (al este de Bolivia) mientras el resto de los socios brindaba con Dom Pérignon.
Desde luego, en Colombia tampoco faltaba el mariachi en sus celebraciones.
Cuando su enorme casa en un barrio residencial fue allanada por las autoridades, vieron que las paredes de la sala de esa mansión tenían una cubierta especial para absorber el ruido.
De esta manera los conjuntos de música mexicana podían tocar los temas favoritos de Rodríguez Gacha sin correr el riesgo de que el estruendoso ruido del mariachi despertara a todo el vecindario y llamara la atención de las autoridades.
La caída
A la muerte de Lara Bonilla siguieron las de centenares de policías, de periodistas, autoridades judiciales y la del carismático político Luis Carlos Galán en 1989, entre muchas otras.
También atentados con explosivos en Bogotá y Medellín y el estallido de una bomba en un avión en pleno vuelo el 27 de noviembre de 1989.
Rodríguez Gacha era uno de los más implacables líderes del Cártel de Medellín en la guerra emprendida contra el Estado colombiano para evitar que el país aprobara la extradición de narcos a Estados Unidos.
Por algún dato que permitiera dar con Mexicano y con Pablo Escobar se ofrecían recompensas nunca antes vistas en Colombia.
Las fotografías de ambos aparecían en afiches y en anuncios de televisión.
Con las autoridades sobre su rastro y con un infiltrado en su estructura de seguridad, el 15 de diciembre de 1989, Rodríguez Gacha viviría sus horas finales en medio de un temerario intento de escape.
Con su posición delatada y comandos de élite persiguiéndolo por cielo y tierra, trató de defenderse con una ametralladora alemana hasta que un disparo le destruyó el rostro y acabó con su vida.
Su muerte sucedió 18 días después de que Colombia se estremeció con la noticia de que un avión de Avianca con 109 pasajeros a bordo había estallado en el aire por orden de los capos del Cártel de Medellín.