Cuando los ojos del mundo se centraban la semana pasada en reciente estallido de violencia entre israelíes y palestinos, otra historia de grandes proporciones se estaba gestando en Medio Oriente.
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Y es que la diplomacia parecía avanzar entre otros dos grandes antagonistas: el pasado 10 de mayo, el gobierno de Irán confirmó por primera vez públicamente que está dialogando con su, hasta ahora, archirrival: Arabia Saudita.
Durante 40 años ambos países han competido por tener la mayor influencia regional y por imponer en el mundo musulmán la supremacía de su propia rama del Islam (sunita vs chiita).
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Arabia Saudita e Irán han vivido un largo enfrentamiento que algunos expertos han llegado a calificar como “la nueva Guerra Fría de Medio Oriente”, apoyando a grupos rivales en los conflictos de Yemen, Líbano y Siria, entre otros.
Ahora, ambos sorprenden al mundo sentándose a conversar.
“Esto es algo sin precedentes”, dice Ayham Kamel, jefe del equipo de investigación sobre Medio Oriente y el Norte de África de Eurasia Group, a propósito de estas conversaciones que se están realizando, al menos, desde enero pero que habían sido mantenidas en secreto.
La primera pista de lo que ocurría fue ofrecida a mediados de abril por el diario Financial Times, que reveló que funcionarios de ambos países se habían reunido en Bagdad con miras a reparar su relación.
Aunque inicialmente esa información fue negada por Arabia Saudita, un par de semanas más tarde, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, considerado como el gobernante de facto del reino, dijo en una entrevista en televisión que buscaba “una relación buena y especial con Irán”.
Sus palabras causaron gran sorpresa. No era para menos, pues procedían de alguien que hace apenas tres años había dicho que el líder supremo iraní, Alí Jamenei, “hace que Hitler luzca bien”.
Pero ¿cómo es posible un giro semejante?, ¿cuáles son las razones que han llevado a estos archirrivales a sentarse en la misma mesa en un diálogo directo?
Cambios en la política de Estados Unidos
Uno de los principales impulsos para el giro de la política saudita hacia Irán, procede de la nueva política de Estados Unidos hacia Medio Oriente: concretamente del deseo manifiesto del gobierno de Biden de reducir su implicación, sobre todo militar, en esa región del mundo.
“Un factor pesa más que todos los demás: las crecientes señales de que Estados Unidos se toma en serio la idea de cambiar su enfoque en Medio Oriente”, señaló en Trita Parsi, vicepresidenta ejecutiva del Quincy Institute for Responsible Statecraft, un centro de estudios con sede en Washington, en un artículo en la revista Foreign Policy.
Destacó que durante la campaña presidencial de 2020, el actual mandatario estadounidense se comprometió a retirar las tropas de Afganistán, a quitar el apoyo a Arabia Saudita en la guerra de Yemen y a buscar reincorporarse al acuerdo nuclear con Irán. Desde su llegada a la Casa Blanca, Biden ha seguido esa agenda.
“El factor que más impulsó a los actores de la región a seguir la ruta diplomática no es el compromiso de Estados Unidos de respaldar a Riad contra Teherán o alguna nueva iniciativa diplomática para la región. Más bien, lo que catalizó las conversaciones es exactamente lo contrario: las cada vez más claras señales de que Estados Unidos se está retirando de Medio Oriente”, escribió Parsi.
Ayham Kamel, del Eurasia Group, atribuye gran parte del giro de Arabia Saudita a la nueva política de Biden hacia Irán.
“Creo que la política menos agresiva del gobierno de Biden hacia Teherán ha empujado a Riad a considerar estrategias alternativas para la situación regional y eso incluye la búsqueda de un nuevo marco para gestionar el tema de Irán. Eso, indudablemente, llevó a los sauditas a hacer nuevos cálculos”, dice Kamel a BBC Mundo.
Explica que al ver que Estados Unidos está considerando con seriedad volver al acuerdo nuclear con Irán, Arabia Saudita no quiere quedarse atrás. “Ellos quieren hallar su propio marco para un desescalamiento con Irán, al igual que lo hace Washington por su parte”, agrega.
La amenaza de la alianza con Israel
Aunque unas mejores relaciones con Arabia Saudita pueden favorecer el objetivo de Irán de lograr un acuerdo nuclear que derive en el retiro de las sanciones económicas y petroleras en su contra, Kamel señala que la mayor motivación para Teherán es otra: evitar el surgimiento de una alianza contra Irán en la región.
Durante los últimos años, el temor al programa nuclear iraní ha impulsado el acercamiento entre sus rivales regionales llevando a confluencias que hasta hace poco lucían impensables como la creciente alineación de las monarquías sunitas con Israel.
“Teherán sabe que su poder tiene limitaciones en la competencia con Arabia Saudita y no quiere ver el surgimiento en la región de una alianza coherente anti iraní. Ellos preferirían no ver la normalización de relaciones entre Arabia Saudita e Israel y que este esfuerzo (de diálogo) sirviera para convencer a Riad de no buscar esa normalización”, afirma Kamel.
El reciente conflicto entre Israel y Hamás parece favorecer este objetivo iraní, pues el clima político en la región se ha tornado más hostil hacia Israel, llevando a Arabia Saudita a criticar duramente las “violaciones flagrantes” de los derechos de los palestinos y haciendo menos probable la normalización de relaciones en el corto plazo.
Una rivalidad costosa
Otro elemento que favorece el diálogo entre Irán y Arabia Saudita, aunque según los analistas tiene menor peso, son los altos costos económicos que implica esta confrontación permanente.
Aunque no se sabe con precisión cuánto gasta Irán en apoyar a sus aliados en Yemen, Irak, Líbano y Siria, estimaciones divulgadas en 2018 por David Adesnik, analista principal de la Fundación para la Defensa de las Democracias, un centro de estudios con sede en Washington, ubicaban ese monto entre US$15.000 millones y US$20.000 millones al año.
Aunque en sí misma es una cantidad apreciable, lo es mucho más para un país que se encuentra sometido a fuertes sanciones que afectan su economía.
El pulso con Irán también es uno de los factores detrás del enorme gasto militar de Arabia Saudita que superó los US$57.000 millones en 2020, llegando a representar el 2,9% del gasto mundial en este sector, de acuerdo con datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (Sipri, por sus siglas en inglés).
Esta enorme inversión consume valiosos recursos que podrían ser invertidos en el plan de modernización de la economía saudita que impulsa Bin Salman con miras a reducir la dependencia del país de la riqueza petrolera.
De hecho, este es un punto en el que los intereses de Riad y Teherán coinciden pues se trata de dos países que dependen de la exportación de hidrocarburos en el contexto de un mundo que, debido a la lucha contra el cambio climático, avanza hacia la reducción del consumo de combustibles fósiles.
Así, a ambos países les resultaría beneficioso recortar sus gastos militares y reconducir esos fondos.
Los límites del diálogo
Aunque llevan cuatro décadas en aceras opuestas, las relaciones entre Irán y Arabia Saudita se han deteriorado severamente en los últimos años, cuando el enfrentamiento que han mantenido a través de terceros (apoyando a fuerzas opuestas en distintos conflictos como el de Siria) ha dado paso a algunos incidentes más directos.
A inicios de 2016, tras la ejecución por parte de Arabia Saudita del jeque Nimr al-Nimr -considerado como el clérigo con mayor influencia sobre la minoría chiita en ese país y condenado bajo cargos de “terrorismo” y “sedición”- una turba atacó e incendió la Embajada saudita en Teherán, causando la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.
Otros incidentes graves han sido las agresiones a territorio saudita ejecutadas por los rebeldes hutíes de Yemen, aliados de Teherán.
También lo fue el ataque de un escuadrón de drones contra instalaciones petroleras en Arabia Saudita, ocurrido en septiembre de 2019, y que obligó a ese país a reducir temporalmente su producción petrolera en casi 50%. Riad responsabiliza de ese ataque a Teherán que, a su vez, niega estar implicado.
En este contexto, el objetivo de estos diálogos es “explorar vías para reducir tensiones en la región”, según admitió Rayed Krimly, jefe de planificación del ministerio de Exteriores saudita, el pasado 7 de mayo.
De acuerdo con la información que se ha filtrado a la prensa, hasta ahora las conversaciones han estado centradas principalmente en la guerra en Yemen, aunque también habrían abordado otros temas como el acuerdo nuclear de Irán o la situación en Siria y Líbano.
Para estar claros: los expertos no esperan que la rivalidad estratégica, religiosa y económica entre ambos países vaya a desaparecer.
“No quiero que se crea que esto ya está cerca de nada concreto. Esto no será un gran acuerdo. Será más bien un marco de desescalamiento, una situación en la que ambas partes concuerdan en algunas cosas mientras pueden seguir en desacuerdo en otras”, dice Kamel.
Según el experto, si las cosas marchan bien, los efectos favorables de este diálogo podrían verse, por ejemplo, en Yemen, donde las milicias hutíes podrían volverse más receptivas a una solución diplomática; o en Líbano, donde se puede facilitar un acuerdo político entre las distintas facciones para solucionar la grave crisis en ese país.
“Se trataría de una situación en la que Irán y Arabia Saudita no estén enfrentándose de forma constante por cada tema en la región, algo que en si mismo no pondría fin a su rivalidad”, señala Kamel.
“Sus diferencias son y seguirán siendo grandes, pero el marco de desescalamiento haría que fuera más manejable y crearía menos inseguridad en Medio Oriente y en el norte de África”, concluye.
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