La onda expansiva de la explosión en un hospital de Gaza en la que murieron cientos de personas ha atravesado los límites de la Franja de Gaza para sacudir toda una región habitualmente volátil pero que hoy se encuentra más cerca delestallido.
Sus consecuencias humanitarias, militares y diplomáticas son aún difíciles de calcular.
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El ejército israelí y las milicias palestinas se acusan mutuamente del ataque, que ha desatado violentas protestas en las calles de Cisjordania, Líbano, Jordania o Turquía, en las que las que manifestantes se han enfrentado a la policía y han intentado atacar las embajadas de Israel, Estados Unidos o Francia.
La escala de la masacre contra civiles desesperados que se refugiaban en un hospital que consideraban uno de los pocos lugares seguros en un territorio asediado está dificultando los esfuerzos diplomáticos para contener la guerra en el interior de Gaza y aliviar la catástrofe humanitaria que viven los gazatíes.
Los aliados árabes de Estados Unidos han dado un portazo al presidente Joe Biden, que tenía previsto reunirse en Amán con el rey Abdalá II de Jordania, el presidente egipcio, Adbel Fattah al Sisi, y el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas.
La cancelación de este encuentro aleja las posibilidades de un apaciguamiento de la situación, a la vez que refuerza la imagen en Medio Oriente de que las lealtades de Washington -que buscaba hacer de mediador y que sí se ha reunido con Benjamín Netanyahu en Tel Aviv- se encuentran únicamente con Israel, apuntan algunos analistas.
Está por ver qué efecto tendrá la noticia de que Israel permitirá la entrada de ayuda humanitaria a Gaza por la frontera egipcia, que dio a conocer Biden tras su encuentro con Netanyahu.
Desde la explosión en hospital, que no se sabe si se debió a un misil israelí, como dicen los palestinos, o a un cohete de los yihadistas cuyo lanzamiento falló, como alegan los israelíes, la escalada de declaraciones en la región ha avanzado sin freno.
Hezbolá, la milicia chiita libanesa que ha librado varias guerras contra Israel y que es apoyada por Irán, llamó el martes a un “día de la ira” para condenar la masacre, y pidió a los musulmanes y los árabes a que salieran “inmediatamente a las calles y las plazas a demostrar su intensa furia”.
En Irán, el presidente Ebrahim Raisi no fue menos contundente: “Las llamas de las bombas estadounidenses-israelíes lanzadas esta tarde sobre las víctimas palestinas pronto consumirán a los sionistas”, declaró el mandatario, según la agencia IRNA.
Y en Siria, otro enemigo jurado de Israel, la presidencia acusó a los países occidentales “especialmente a Estados Unidos” de la masacre, “ya que son socios de la entidad sionista en todas las operaciones organizadas para matar palestinos”.
La respuesta en las calles no se hizo esperar y una oleada de protestas se desató en numerosas ciudades palestinas de Cisjordania, pero también en países tan lejanos de la región como Marruecos.
Gritos de “muerte a Israel” y “muerte a Estados Unidos” volvieron a resonar en marchas improvisadas en Jordania, Líbano, Irán, Egipto, Turquía o Túnez, que se saldaron con brotes violentos y con intentos, como el caso de Beirut y Amán, por ejemplo, de asaltar las legaciones diplomáticas de estos países.
En Beirut, en una multitudinaria manifestación este miércoles se coreaba “respondemos a tu llamamiento, Nasrallah”, en referencia al líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah.
Los riesgos de que la situación escale han obligado a numerosos países occidentales, entre ellos Reino Unido, Francia, Alemania o Estados Unidos, a pedir a sus ciudadanos que no viajen a países como Líbano por motivos de seguridad.
El riesgo de que el conflicto entre Israel y Hamás se expanda más allá de la Franja de Gaza es “muy real y extremadamente peligroso”, ha dicho el coordinador especial para el proceso de paz en Medio Oriente de la ONU, Tor Wennesland, quien ha alertado de que “nos encontremos al borde de un profundo y peligroso abismo que podría cambiar la trayectoria no solo del conflicto palestino-israelí, si no de Medio Oriente en su conjunto”.
Es precisamente en Líbano donde más preocupa que la tensión, que ha ido en aumento desde que Hamás atacara Israel el pasado 7 de octubre y este respondiera bombardeando Gaza, acabe estallando en un conflicto armado.
Israel ha evacuado poblaciones cercanas a su frontera con Líbano, y en los últimos días se han producido varios bombardeos en ambos lados, que han matado a 18 personas en Líbano, entre ellos un periodista de Reuters, y otras 3 en Israel.
Una nueva guerra entre Hezbolá e Israel sería devastadora para ambos. El ejército israelí se enfrentaría al escenario que más teme, el de una guerra a dos flancos, Gaza por un lado al sur, y Líbano al norte. Para el país árabe, sumido en una profunda y devastadora crisis económica, un conflicto armado a gran escala sería catastrófico.
El conflicto podría tener ramificaciones por toda la región.
El propio Estados Unidos, que ha mandado dos portaaviones al Mediterráneo oriental para mostrar su apoyo a Israel y ejercer de fuerza disuasoria contra Hezbolá e Irán, podría verse obligado a apoyar militarmente a su aliado, mientras que otros grupos del llamado “eje de la resistencia”, la alianza que Teherán impulsa en Medio Oriente, podrían verse asimismo arrastrados a la guerra.
Pero la cólera de muchos palestinos no se ha dirigido únicamente contra Israel, a quien consideran responsable del ataque contra el hospital Al-Ahli y a quien acusan de intentar cometer un genocidio en Gaza, como han afirmado fuentes de la Autoridad Nacional Palestina.
En las calles de Cisjordania muchos claman estos días también contra el presidente palestino Mahmoud Abbas y su gobierno, al que muchos palestinos acusan de hacer el juego a Israel para someter a la población.
Decenas de manifestantes, muchos de ellos partidarios de Hamás, se enfrentaron a pedradas con las fuerzas de seguridad de la ANP en Ramala, la capital administrativa palestina, y en ciudades como Nablus, Yenín o Tubas, donde fueron dispersados con gases lacrimógenos.
El presidente palestino ha responsabilizado a Israel de la masacre, que ha definido como un “crimen imperdonable” y ha decretado tres días de luto oficial.
El descontento contra Abbas viene, sin embargo, de lejos.
La presidencia palestina no se ha renovado desde 2005, cuando fue elegido Abbas, y su Parlamento no se reúne desde 2007, cuando una guerra civil entre Hamás -que se hizo con el control de Gaza- y Fatah, el partido secular en el que milita Abbas, dividió a los palestinos.
Abbas ha gobernado desde entonces por decreto. Muchos de los críticos acusan a la ANP de corrupción y del estancamiento de la política palestina, además de ayudar a Israel de forma activa a mantener un control sobre la población de Cisjordania.
Israel, explica el editor de información internacional de la BBC, Jeremy Bowen, también tiene su parte de responsabilidad en ello. “Usando la clásica táctica del divide y vencerás”, Netanyahu se esforzó por socavar la ANP, que “durante años participó en conversaciones de paz finalmente infructuosas y que reconoció a Israel hace una generación”, argumenta Bowen.
Nuevos grupos armados como “La guarida del león” han surgido en los últimos años en Cisjordania al calor de la desesperanza de muchos jóvenes, que ya no creen en la vía pacífica para conseguir el objetivo histórico de conseguir un Estado propio.
La masacre del hospital gazatí ha sido, para muchos palestinos, la gota que colma el vaso de lo que perciben como una debilidad de su gobierno ante la amenaza israelí, aunque aún no se sabe si Israel es el responsable de la misma.
La explosión en el centro médico también dificulta los esfuerzos diplomáticos que se venían recabando en los últimos días para frenar el derramamiento de sangre.
“Ya no hay nada de lo que hablar ahora, salvo de parar la guerra”, dijo el ministro de Exteriores jordano en cuanto se conoció la amplitud de la matanza. Mahmoud Abbas había cancelado el encuentro con el presidente estadounidense, Joe Biden, previsto el miércoles.
Pero Biden sí se reunió en Tel Aviv con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en una visita relámpago que ha supuesto demostración de apoyo a su principal aliado en Medio Oriente y en la que ha corroborado las tesis israelíes de que la explosión del hospital se produjo por un misil defectuoso de la Yihad Islámica.
“Por lo que he visto, parece que vino de los otros, no de vosotros (en referencia a Israel), pero mucha gente no está segura”, ha dicho en su encuentro con Netanyahu.
A falta de una investigación independiente, imposible en las circunstancias actuales, es muy difícil saber a quién pertenece la autoría la matanza.
Las manifestaciones de las últimas horas demuestran que los ánimos están encendidos entre los ciudadanos de muchos de los países de la región.
Mientras que la primacía de la causa palestina “ha ido desvaneciéndose gradualmente entre varios gobiernos árabes”, analiza Sebastian Usher, editor de asuntos árabes de la BBC, “aún provoca profundas emociones entre sus ciudadanos”.
La calle o las redes sociales de gran parte de los países de Medio Oriente son prueba de ello y, aunque durante el curso de la guerra ya se había observado un endurecimiento del discurso de los gobierno árabes contra Israel, la matanza del hospital ha supuesto un punto de inflexión.
Varios países que han normalizado recientemente sus relaciones con Israel en los conocidos como Acuerdos de Abraham, como Emiratos Árabes Unidos, Marruecos o Baréin, condenaron en durísimos términos la masacre del hospital Al Ahli, responsabilizando a Israel.
En el aire también queda el acercamiento entre Arabia Saudita e Israel, que se estaba negociando en los últimos meses y que parecía encaminarse a una normalización de las relaciones diplomáticas.
Las conversaciones se paralizaron con el inicio de la guerra y, por el momento, las perspectivas de que puedan reanudarse no parecen demasiado factibles.
Biden puede haberse encontrado con el portazo y la frialdad de sus tradicionales aliados árabes en la región, pero ha conseguido arrancar a Israel un acuerdo para la entrada de alimentos, agua y medicinas a la Franja de Gaza.
El combustible, necesario para alimentar la central eléctrica de Gaza que se encuentra paralizada no parece formar parte del acuerdo por el momento.
Decenas de camiones cargados con ayuda humanitaria esperan desde hace días en el Sinaí un acuerdo entre las partes para poder entrar a la Franja.
Egipto, que controla el paso de Rafah con Gaza, desconfía de las intenciones de Israel.
“Lo que está sucediendo ahora mismo en Gaza es un intento de forzar a los civiles a que se refugien y migren a Egipto, algo que no será aceptado”, ha dicho el presidente egipcio, Abdel Fattah al Sisi. Jordania también se ha negado a acoger a más refugiados palestinos en su territorio.
Las consecuencias para los 2,3 millones de gazatíes de la escalada de tensión de las últimas horas aún están por ver.
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