Trípoli (AP)
A lo largo del último año, un grupo de ex futbolistas profesionales sirios y jugadores de la selección juvenil del país desgarrado por la guerra se reunieron en el vecino Líbano para realizar una tarea ambiciosa: crear un equipo de fútbol en el exilio que se convertiría en la selección nacional después de la caída del gobierno del presidente Bashar al Asad.
El equipo de jugadores refugiados se llama formalmente Selección Nacional Siria Libre. En escasas ocasiones, cuando juegan contra un club local en Trípoli, al norte del Líbano, ostentan una versión de la camiseta revolucionaria siria: blanca y negra con una bandera siria y tres estrellas sobre el corazón, en lugar de dos.
“Nuestro objetivo es liquidar el equipo, que juega en nombre del régimen (de Al Asad)”, dijo Ammar, un mediocampista de 17 años. El joven, que se identificó solamente con su nombre por miedo a las represalias, es el único jugador que combatió con los rebeldes contra las fuerzas de Al Asad.
Después de ocho meses en el campo de batalla, Ammar cambió de opinión sobre la lucha armada. Huyó al vecino Líbano para sumarse a los más de un millón de refugiados y se unió a un grupo de ex jugadores, todos opositores salidos al exilio y convencidos de que pueden cambiar el gobierno en Siria jugando bien al fútbol.
“Yo sigo con la revolución, pero dejé mi arma”, dijo Ammar.
El grupo de jugadores, de entre 14 y 29 años, no tiene patrocinadores, recursos ni respaldo oficial, sea del bloque político opositor, la Coalición Nacional Siria, ni su brazo militar, el Ejército Libre Sirio. Ni siquiera tienen dinero para pagar un televisor y ver el Mundial.
Ocho de ellos comparten un minidepartamento por el que pagan 250 dólares mensuales de renta.
Los 10.000 dólares que reunieron durante una campaña de recaudación de fondos entre los exiliados sirios más pudientes han desaparecido. Los gastaron en balones y botines, alquiler, algo de alimentos y agua y el campo de fútbol que alquilan por 35 dólares la hora para entrenarse.
No los mueve el deseo de fama o dinero, sino el de liberar a Siria del gobierno de Al Asad sin disparar un arma. Otros esperan que sus esfuerzos en las circunstancias desesperadas en que viven los refugiados devuelvan algo de orgullo nacional a los millones de sirios desarraigados durante el conflicto que ya lleva tres años, sin esperanzas de un cambio en el futuro inmediato.
“Me sumé al equipo debido a toda la gente que murió en esta guerra”, dijo Sobhy al-Abed, un defensor de 20 años. “Siento que estoy haciendo algo bueno por mi pueblo y mi país. La gente estará orgullosa de nosotros y tal vez les dará la esperanza de que la situación mejorará mañana”.
Para Khaled Samir, el director técnico, quien lleva a los jugadores a partidos y entrenamientos en su desvencijada camioneta blanca, jugar al fútbol bajo la bandera revolucionaria siria no es distinto de combatir a las fuerzas de Al Asad y las milicias progubernamentales. “Estos jugadores, que dejaron a sus equipos en Siria y se sumaron al equipo de la oposición, son como los soldados que desertaron del ejército sirio y se sumaron a los rebeldes”, dijo Samir.
La mayoría de los jugadores provienen de la ciudad central de Homs, considerada la capital de la revolución desde que comenzó la insurrección contra el régimen de Al Asad en marzo del 2011. Las fuerzas del gobierno reprimieron a los disidentes y bombardearon implacablemente la ciudad con aviones y artillería durante dos años hasta acordar un alto el fuego con los rebeldes en mayo.
El fútbol fue suspendido cuando comenzó el conflicto y los jugadores dejaron el país o se sumaron a la revuelta. Esta comenzó con protestas pacíficas, pero se transformó en una guerra civil que se ha cobrado más de 160.000 vidas y desplazado a casi un tercio de los 23 millones de habitantes.
Los estadios de fútbol del país se han convertido en campos de batalla. Las fuerzas del gobierno los han utilizado como centro de detención, mientras los rebeldes han atacado los escenarios desde el año pasado, cuando el gobierno trató de reanudar la liga doméstica, disparando morteros durante los partidos y entrenamientos que han matado o herido a por lo menos media docena de jugadores.
A principios de este año, la liga siria se reanudó y la televisión estatal ha estado transmitiendo partidos en vivo como parte de los esfuerzos del gobierno para mostrar que la vida está volviendo a la normalidad después de una serie de victorias militares.
Los jugadores refugiados consideran que aquellos que siguen jugando en Siria son unos traidores. “Ellos no están jugando para su país y su gente. Están jugando solo para el régimen ”, dijo Ibrahim Akkar, un delantero de 18 años que había jugado en el extranjero antes del conflicto como miembro de la selección juvenil siria. “Jugamos por nuestro pueblo, y a pesar de que no tenemos apoyo, jugamos por una Siria libre”.