Hacerse el santo, ir por una gallina negra, rezar la foto de un pariente por su bienestar, e incluso pedirle a la diosa María Lionza para que aleje el coronavirus, son actividades normales en Venezuela. Una país de muchas caras y por lo tanto de muchos cultos, alberga un crisol de religiones conviviendo en un mismo territorio donde el espiritismo y la santería se tocan.
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Venezuela cuenta con al menos 31 millones de fieles católicos. Sin embargo dentro de este importante conjunto, podemos hallar un interesante grupo de practicantes de la santería y el espiritismo. Ambas dialogan sin ser exactamente lo mismo, ya que tienen su raíz principal en África y la desafortunada migración a la que fueron obligados millones de esclavos.
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En la patria bolivariana se tejen leyendas en torno a los líderes políticos venezolanos y estas prácticas mágico-religiosas. “Todo el que quería estar cerca del presidente [Hugo] Chávez tenía que aceptar esos ritos”, dice un general del ejército venezolano consultado por Infobae. El militar cuenta que fue testigo de la instalación de altares en el Palacio de Miraflores, que vio a muchos generales desfilar en varios rituales.
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Sobre este lugar, —conocido como el “Salón de las Brujerías” en el Palacio de Miraflores —, el autor David Placer tiene una detallada descripción en su libro “Brujos de Chávez” (2015). El periodista venezolano cuenta en sus textos y entrevistas a medios que logró entrar a dicho espacio. Lo describe como un lugar colmado de velones, ofrendas de flores y frutas. El régimen bautizó como “El Salón de la Patria”.
“Como yo no era aún general, simulé que toleraba lo que pasaba, pero hoy en día lo que quiero es irme de la Fuerza Armada con la satisfacción del deber cumplido y no pensar en esas cosas que creo son un pecado y yo creo que la aprendió de los cubanos”, añade el militar venezolano.
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Por su parte, al parecer con Nicolás Maduro, las cosas no habrían cambiado mucho. En junio de 2019 el exdirector de Inteligencia y Contrainteligencia Militar del régimen, Hugo Carvajal, reveló mediante una carta publicada en Twitter que Maduro habría gastado US$500.000 en santería cubana.
“Eres un devoto santero, seguidor de Sai Baba y quién sabe de qué otra religión. Supongo que de alguna manera debes canalizar en tu interior las atrocidades que has cometido contra el pueblo de Venezuela (…); la gente debería saber que tu padrino de santería es Carlos Osorio”, escribió el diputado de la Asamblea Nacional en aquella carta dirigida a Maduro.
Según investigaciones de Placer, cuando Hugo Chávez visitaba hoteles y se disponía a cenar solo, pedía un plato con plátanos y pollo para Simón Bolívar. El líder político parecía mantener una singular relación con el “más allá”. En sus reuniones de ministros siempre dejaba una silla para el libertador y además se cuenta que en ocasiones mantenía charlas con “el espíritu de Bolívar”.
El ex mandatario venezolano nunca negó tener una fuerte conexión con la santería cubana. De hecho, se dice que Chávez se convirtió en santero antes de tomar las riendas del poder en Venezuela en 1998. No se sabe con exactitud si el ritual se llevó a cabo en La Habana o en Caracas.
Como se sabe, la santería cubana proviene del oeste de África, le la cultura Yorubá. Este sistema religioso llegó al Caribe como consecuencia del comercio de esclavos. En un intento por preservar su cultura, apostaron por el sincretismo religioso y por eso hay una doble identidad entre los orishas del panteón yorubá y los santos católicos.
Tras sobrevivir a la conquista española y la posterior formación de las repúblicas latinoamericanas, la santería se diversificó y se mantuvo tras bambalinas. Fue así que varios rituales, como el popular ebbó —sacrificio de animales y/o plantas para pedir un favor—, sobrevivieron. Y hasta la fecha, cuando se le pide le pide algo a un orisha se le debe entregar “una comida”.
La relación entre el poder y la santería en América Latina no es nueva. Andrés Oppenheimer en “Crónicas de héroes y bandidos” relata el enfrentamiento que mantuvieron el coronel Roberto Díaz Herrera y el presidente de Panamá, el Gral. Manuel A. Noriega, a fines de la década de los 80. Según la crónica, ambos tenían a su servicio sendos “guías espirituales” que utilizaban sus mejores herramientas para mantenerlos en el poder.
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