Así como la epistemología estudia la producción del conocimiento, la ‘agnotología’ estudia la ignorancia intencionalmente fabricada por grupos de poder. No analiza la ausencia del saber per se, sino el proceso de crear deliberadamente un estado de desconocimiento sobre un tema vital. La idea es dudar hasta de lo más evidente. Los ejemplos van desde los negacionistas del cambio climático, del holocausto y los antivacunas. A nivel nacional, hay un refrito que surge cada tanto, especialmente en campaña electoral, que evoca este fenómeno social: la llamada ‘ideología de género’. Ambos candidatos han mostrado su oposición a este fantasma, con la excusa de defender un ideal de ‘familia’ arraigado en un statu quo conservador y profundamente desigual.
La etiqueta de ‘ideología de género’ no es nueva. En 1998 apareció en un informe de la Conferencia Episcopal Peruana para alertar del ‘peligro’ que representaban las ideas feministas que distinguían el ‘sexo’ del ‘género’. Es decir, de separar los atributos biológicos entre hombres y mujeres (genitales, hormonas y cromosomas) de los culturales (ideales de cómo ser hombre o mujer en sociedad). Aunque el término ‘género’ surgió antes, su origen le fue atribuido a la IV Conferencia Mundial de la Mujer de la ONU en Beijing, dado el impacto global que tuvo. Reconocer que el género es una construcción social y cultural que varía en tiempo y lugar despertó, como era de esperarse, múltiples resistencias. Detrás, habitaban temores previsibles a cambios importantes en la base y célula de la sociedad.
Hablar de género implica desafiar los roles tradicionales asignados a hombres y mujeres, y asumir que estas últimas no tienen por qué seguir el destino de madres, amas de casa y principales cuidadores. Basta entrar a una tienda de juguetes para confirmar que el adoctrinamiento de esos roles femeninos es endémico. Lo mismo con los roles masculinos. Cuestionar estas expectativas de comportamiento que producen relaciones desiguales de poder en la sociedad significa desequilibrar un ideal conservador de familia heterosexual incongruente con la emancipación de las mujeres. Esto, por su parte, entraña ceder espacios de poder ocupados históricamente por varones (más mujeres en el mercado laboral, la política, la educación, etc.), lo que a no todos gusta. Pero además la noción de ‘género’ lleva a cuestionar el discurso de ‘lo natural’, ergo, de la procreación como fin último de la humanidad y la identidad como algo inmutable. Esto es lo que más temen unos: que el género también incluye admitir que no hay un único mandato de sexualidad. Abrazar la idea de que hay varias formas de ejercerla es rechazado por un sector que le tiene fobia a lo diferente, etiquetándolo de ‘antinatural’.
Reducir la complejidad de este sistema de género a una ‘ideología’, además de falaz, es audaz. Llamarlo así es político y busca hacer creer a la población que el género es una teoría sin base científica. Pero basta revisar la amplia literatura para confirmar que es una realidad y sus más reveladoras muestras están en las múltiples formas de violencias hacia las mujeres y personas LGTBIQ+, además de otras formas más sutiles de discriminación que se acentúan con el clasismo y el racismo. Quienes se oponen a las agendas que buscan combatir las desigualdades de género reproducen las mismas estrategias que la agnotología estudia: desinforman, confunden y tergiversan la verdad. Y han sido tan eficaces en ciertos sectores que, a estas alturas, es titánico el reto de desbaratar la supuesta ‘homosexualización’ de niños o el plan para acabar con la ‘familia’. Desmontar estas narrativas que se instalan como ‘sentido común’ pasa por insistir en que la igualdad de género no es un capricho, sino una prioridad que ha de orientar todo Estado que se jacte de democrático y constitucional.