En el 2010, la Comisión Política del Apra decidió retirar la candidatura de Carlos Roca a la alcaldía de Lima. El motivo esgrimido por la dirigencia fue ahorrarse una derrota segura que, a sus ojos, sería deshonrosa para el partido. Más de diez años después, luego de un fallo desfavorable del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), la comisión ha tomado una decisión similar: retirarse de un proceso electoral en marcha. En las circunstancias actuales, ha dicho Mauricio Mulder, no solo es inevitable la cancelación de la inscripción de la organización, sino que mantener la candidatura resultaría en “una exigua votación”. Primer déjà vu.
PARA SUSCRIPTORES: El Apra en remojo, una crónica de Fernando Vivas
Sin embargo, la sensación de que esto se ha vivido antes no acaba allí. Nos encontramos frente a la segunda candidatura aprista que se ve frustrada en medio de disputas internas. Tenemos que remontarnos al 2000 para ubicar una plancha electoral aprista que haya culminado una contienda electoral y que no fuese encabezada por Alan García. En buena parte debido a ello, tras la renuncia de Mercedes Araoz a su candidatura en el verano del 2011, se escucharon demandas de recambio entre los militantes apristas: la necesidad de renovación, de reestructurar el partido, la urgencia de nuevos liderazgos. Esas voces se vuelven a oír hoy. Segundo déjà vu.
En este contexto, también se han oído anuncios de defunción. Sin embargo, la fijación de algunos adversarios por una especie de hito final es absurda. Es casi seguro que el Apra podrá reinscribirse sin muchos problemas en los siguientes meses, pero ese acto administrativo de ninguna manera será muestra de vitalidad. El Apra se ha ido extinguiendo como organización desde hace al menos diez años, perdiendo presencia de manera consistente en todos los espacios de poder político a nivel nacional: la última vez que ganó un gobierno regional fue en el 2010 (en La Libertad) y desde el 2006 no ha podido ganar más de diez municipios provinciales (de más de 190 en todo el país). De hecho, su capacidad de presentar candidatos a nivel provincial se redujo del 94% en el 2002 al 22% en el 2018. En la actualidad, el partido más antiguo del Perú no tiene representación parlamentaria, ni gobernadores, ni candidata presidencial. La alcaldesa de Chepén, María del Carmen Cubas, es la autoridad aprista de mayor rango en el país.
Las razones por la que el Apra está en esta situación son múltiples. Por supuesto, su descomposición organizativa no puede desvincularse de la debacle generalizada del sistema de partidos de finales de los 80, pero ninguna otra organización política con orígenes anteriores a 1990 tuvo la oportunidad de establecerse como un actor central luego de la transición de los 2000. Tenía militantes y tenía un líder. Paradójicamente, la misma figura que hizo funcionar la maquinaria partidaria en la primera década del nuevo siglo fue quien, a su vez, tomó las decisiones que explican la situación crítica del partido y hacen muy difícil su renovación. Estas dañaron la marca partidaria, acaso de manera irreversible.
Cuando Alan García retornó a la Presidencia de República en el 2006 era un adepto de las bondades del libre mercado en un partido de raíces en la centroizquierda. Pero más importante aun, era un presidente con poco interés en mecanismos redistributivos. Si durante su primer gobierno aplicó una especie de socialismo en clave aprista (con nefastas consecuencias para el país), dos décadas después García desestimó invertir en programas sociales y centró su atención en las grandes obras de infraestructura que, en el mediano plazo, no tuvieron los efectos políticos esperados. Pero esta conversión, para llamarla de alguna manera, viró de forma dramática el perfil del partido hacia la derecha. Desde entonces, la derechización del Apra solo se ha agudizado; un proceso paralelo a su debacle electoral. Esto no solo era inconsistente para sus votantes históricos, sino que, en términos prácticos, diluía la marca aprista.
En los subsecuentes años, el Apra afianzó una alianza con el fujimorismo. Primero, como agente principal, pero después como socio menor durante los gobiernos de Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra. No es gratuito que, como ha escrito Fernando Vivas, esta conjunción haya recibido originalmente el nombre de “aprofujimorismo” y, posteriormente, “fujiaprismo”. Así, el Apra fusionó su marca partidaria con el fujimorismo por réditos invisibles.
Dicho de manera simple, el Apra es hoy un partido con más pasivos que activos. Si fuese una empresa, estaría en quiebra. Sin embargo, es posible argumentar que el pasivo más significativo no es el legado reciente de García (sus decisiones políticas), sino su desprestigio mismo. En los años previos a su muerte, de acuerdo con cifras de Datum, era el político más desaprobado del país, y en el 2018 –acorde con la misma encuestadora– era considerado el segundo político más corrupto. Tras su muerte, según Ipsos, un 88% de los entrevistados consideraba que la motivación de su suicido había sido el “temor por enfrentar la justicia”. Por ello, cualquier posibilidad de sobrevivencia del Apra debe pasar por renovar su dirigencia, pero, sobre todo, por restaurar su imagen. Y esto involucra, necesariamente, abandonar la memoria de García. Hacer lo contrario es persistir en el error. En otras palabras, seguir muriendo.