El ataque sorpresa de Hamas contra Israel
Roberto Heimovits
“La letalidad y la crueldad del ataque terrorista han alterado la realidad estratégica”.
El 7 de octubre, a las 6:30 a.m., el movimiento palestino islamista Hamas, que controla la franja de Gaza desde el 2006, lanzó repentinamente alrededor de 2.500 cohetes contra ciudades israelíes. Usando esto como distracción, más de mil militantes rompieron la barrera de seguridad israelí en el borde de la franja y, empleando motocicletas y otros vehículos, se dirigieron a más de 20 centros poblados israelíes.
Una vez allí, fueron de casa en casa para asesinar a civiles israelíes, en muchos casos a familias enteras –incluyendo bebes–, y tomar rehenes para llevarlos a la franja.
El ataque causó la muerte de más de 1.200 israelíes, la gran mayoría civiles, la mayor cantidad de muertos para un solo día en 75 años. Alrededor de 150 israelíes, incluyendo niños, mujeres y ancianos, han sido secuestrados. Se trata del mayor atentado terrorista –de lejos– desde la independencia del Israel moderno en 1948.
Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han informado que han sido ultimados alrededor de 1.500 militantes del Hamas en territorio israelí. Esto da una idea del tamaño de la infiltración.
Si bien Hamas busca dentro de su visión religiosa fanática destruir a Israel (eso figura en su propia constitución), eso no necesariamente explica que hayan atacado a un estado muy superior militarmente con fines suicidas. Hamas percibiría que su amenaza de matar a los rehenes israelíes impedirá que las FDI intenten reocupar la franja.
Por su parte, el liderazgo israelí enfrenta un duro dilema: puede lanzar una operación terrestre en la franja de Gaza para intentar destruir la capacidad militar de Hamas, a costa de una cantidad importante de bajas y de arriesgar que maten a los 150 rehenes.
O no hacer nada significativo e iniciar negociaciones con Hamas para liberar a los rehenes a cambio de centenares de terroristas detenidos; y arriesgarse a que Israel sea percibido como una nación débil y pasiva, y así alentar nuevos y más grandes ataques, esta vez de Hezbolá (la milicia chiita libanesa armada por Irán) o del mismo Irán.
Durante años, Israel ha tratado de mantener limitado el conflicto con Hamas, porque no quería reocupar militarmente la franja, un lugar pobre y sin valor estratégico, y volver a gobernar a dos millones de palestinos. Sin embargo, la letalidad y la crueldad del ataque terrorista han alterado la realidad estratégica y no le dejaría otra solución.
Existe también la posibilidad de una escalada, con Hezbolá involucrándose y atacando a Israel. Su líder espiritual amenazó con atacar si Israel lanzaba una ofensiva terrestre contra la franja. Un ataque directo de Irán –hasta ahora el principal beneficiado por el conflicto– es menos probable, pero no imposible.
Israel está llamando 300 mil reservistas, la mayor movilización desde la guerra de 1973. Esto implicaría que está tomando en serio la posibilidad de estos escenarios.
Hamas no es Gaza
Farid Kahhat
“La solución no reviste mayor misterio: el retiro israelí de los territorios ocupados para permitir la creación de un estado palestino”.
Un grupo terrorista ingresa a centros urbanos de un país de Oriente Medio y asesina con enorme brutalidad a cientos de civiles. Las estimaciones de la inteligencia israelí hablan de entre 700 y 800 muertos, pero reportes posteriores hablan de más de un millar de fallecidos. El año era 1982, el país era el Líbano, los centros urbanos eran los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, y el principal grupo terrorista era el Ejército del Sur del Líbano, milicia mercenaria creada por Israel.
Los crímenes infames cometidos por Hamas en Israel son los primeros de esa magnitud en ese país, pero no son los primeros en Oriente Medio. E, históricamente, la gran mayoría de las víctimas civiles han sido palestinas. Lamentablemente, estos antecedentes permiten prever lo que viene. Por ejemplo, cuando se produjeron las masacres de Sabra y Chatila hubo protestas masivas en Israel por la complicidad de su gobierno con los terroristas: ahora no veremos algo parecido. Ni siquiera en un contexto en que el ministro de Defensa israelí sostiene que “estamos imponiendo un sitio total a Gaza, no habrá electricidad, ni comida, ni agua ni combustible, se cerrará todo. Estamos combatiendo contra animales y actuaremos en consecuencia”.
Es decir, no solo no hace distinción alguna entre Hamas y los más de dos millones de civiles que viven en Gaza, sino que además ordena un bloqueo que, como recuerdan la ONU y la Unión Europea, es ilegal y constituiría un castigo colectivo contra la población civil. Cuando se intentó enviar un convoy con alimentos desde Egipto, el ejército israelí bombardeó el paso fronterizo. Lo que recuerda lo que dijera en el 2021 el entonces ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, según el diario “The Jerusalem Post”: “No hay inocentes en Gaza”. Es la misma lógica criminal que aplica Hamas cuando sostiene que, en tanto los ciudadanos israelíes eligen a los gobiernos que ejercen la ocupación y sirven en el ejército, son blancos legítimos. Pero atrocidades como las cometidas por el terrorismo de Hamas abren grietas de larga duración entre los pueblos.
Una paradoja trágica en todo esto es que, como documentaran reportes de David Shipler para “The New York Times”, en 1981, y de Andrew Higgins para “The Wall Street Journal”, en el 2009, lo que ahora es Hamas fue fomentado en su momento por el gobierno israelí para confrontar a las fuerzas seculares dentro del movimiento nacional palestino. Es una reedición de lo que admitiera en su momento Hillary Clinton con respecto a Afganistán: contribuimos a crear el monstruo al que ahora combatimos.
Aunque lejana en lo político, la solución, sin embargo, no reviste mayor misterio: el retiro israelí de los territorios ocupados para permitir la creación en ellos de un estado palestino (como exigen las resoluciones de la ONU), poniendo fin así a la más prolongada ocupación militar del mundo contemporáneo.