El informe de la CVR: palabra, obra y omisión
Carlos Enrique Freyre
“Recién cuando todas las voces tengan un espacio sobre el escenario, se podrá encontrar un punto de equilibrio”.
En la Villa Militar de Chorrillos hay una calle que se llama Elena Fray de Pastor. En algún momento de la década de los 90, las familias de los oficiales que estaban destacados a las zonas de emergencia vivían agrupadas en sus alrededores. Con frecuencia, aparecía un vehículo del que descendía un emisario para comunicar malas noticias. Las esposas, cuando veían el carro detenerse frente a su puerta, sabían lo que iban a llorar. Estaban pagando algo con su propia sangre. Ese dolor era el costo de mantener viva una democracia. Esta imagen resume las miles de tragedias que ocasionó el terror, entre quienes debieron defender a la república.
El informe de la CVR partía de una idea ambiciosa, pero resultó poco integrador y, por el contrario, amplió las brechas, perdiendo una valiosa oportunidad de crear unidad. Salteó, sea por omisión o por falta de insumos, la mención del esfuerzo de miles de ciudadanos uniformados por rescatar al país de lo que hubiera sido una hecatombe nacional, pues concentra la lógica del comportamiento militar en el estudio de manuales de guerra contrasubversiva, en los actores políticos de la época y en eventos que pueden analizarse desde la madera de un escritorio.
Tal como expresa el propio informe en su página 259: “La decisión de encargar a las FF.AA. el control del orden interno en la zona de emergencia se hizo sin claridad ni estudio sobre la especial dificultad de esta misión […] la misión real de las FF.FA. era mucho más extraña y difícil, era poner las condiciones para el surgimiento de un Estado de derecho allí donde no las había”. Es una descripción exacta. Con escasos hilos integradores y preso de un subdesarrollo que parecía una condena a perpetuidad, el país sucumbía a las debilidades de su propia naturaleza y a las engendradas muchos años antes. Fue por esas grietas donde SL y el MRTA se colaron, atizaron sus acciones y las instituciones fueron fracasando ante una escalada de violencia insólita, que pocos podían comprender.
La consumación del fracaso impulsó al Estado a emplear el recurso militar, a través de las FF.AA., en terrenos lejanos, hostiles y desconocidos. El terrorismo acertó en sembrar de neblina el ambiente, lo que dificultó definirlo, entenderlo y, por ende, combatirlo. Fue, en su momento, como esos virus nuevos que causan estragos hasta que se descubre cuál es su índole.
De la misma manera en que se han detallado hechos de gente que no estuvo a la altura de su responsabilidad, el documento prescinde de la versión de los que se batieron en el campo: soldados, suboficiales, tenientes y capitanes. Gente muy joven que estaba lejísimos de conocer los axiomas de la guerra política de la Escuela de Guerra de Taiwán. Gente a la que le encargaron que resolvieran un problema atroz; un problema de la república con cartuchos de fusil, víveres y a pie. La omisión de su testimonio no invalida el valor del informe, pero sí lo deja con una cojera visible a leguas. Recién cuando todas las voces tengan un espacio sobre el escenario, se podrá encontrar un punto de equilibrio; una verdadera aproximación a la verdad. Ninguna voz puede ser soslayada. Eso es historia y memoria.
La CVR: una oportunidad perdida
Raúl Asensio
“Se extendió la idea de que era un informe parcializado y se perdió la oportunidad de convertirlo en eje de reconciliación”.
Poco antes de la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), un colega extranjero me confesó que no pensaba que fueran a lograrlo. No creía que, en un país tan dividido, pudiera culminar con éxito una tarea tan desafiante. Sin embargo, los comisionados lo lograron. Con no poca incertidumbre, los miles de páginas del informe estuvieron listas el día de la entrega.
La CVR fue el intento más serio para comprender las raíces del conflicto armado interno. Algunos tomos son mejores que otros, pero es un informe repleto de información, balanceado y acucioso. Cuando se concluyó, parecía que por fin contábamos con una herramienta para avanzar hacia la reconciliación.
Dos décadas después, soy menos optimista. Según una encuesta publicada esta semana por el IEP, solo un 38% de los peruanos conoce la CVR. Esta cifra es especialmente baja en el nivel socioeconómico D/E: solo el 28%. Peor aún, la mayoría de quienes conocen la CVR la valoran negativamente: 42% frente al 23% con opinión positiva. El apoyo crece entre los más jóvenes (46%), pero es casi idéntico entre quienes se consideran de izquierda (25%) y derecha (27%).
¿Qué explica estas cifras? Sin duda, un factor clave son los ataques que desde el principio recibió el informe. Pero esto ocurrió en casi todos los países donde hubo comisiones similares. Mi impresión es que hay algo más, algo que ocurrió en los años posteriores a la entrega del informe y que fue un error estratégico de quienes creemos en la importancia del recuerdo y la rendición de cuentas: la importación acrítica de “intervenciones de memoria” ideadas en el cono sur, pensadas para situaciones posconflicto donde el principal y casi único perpetrador era el Estado.
El caso peruano es excepcional en América Latina. La CVR demostró que, aunque las FF.AA. cometieron múltiples crímenes, el principal perpetrador fue un partido político convertido en grupo terrorista. Sin embargo, en lugar de preguntarnos qué significa y cómo se recuerda un conflicto cuyo mayor perpetrador no es el Estado, en los años posteriores a la CVR optamos por repetir prácticas desarrolladas en esos países, pensadas para interpelar al Estado y exigirle una rendición de cuentas por sus crímenes: museos públicos de memoria, reparaciones a cargo del Estado, etcétera.
Esta focalización casi exclusiva en la responsabilidad posconflicto del Estado facilitó los ataques de los enemigos de la CVR y llevó a que parte de la población viera los trabajos de memoria como un esfuerzo sesgado. A pesar de que en el informe dice claramente que el principal perpetrador era Sendero Luminoso, se extendió la idea de que era un informe parcializado y se perdió la oportunidad de convertirlo en eje de una narrativa de reconciliación.
¿Pudo ser de otra manera? No lo sé. Era muy difícil, ya que no existen precedentes latinoamericanos de trabajos de memoria para situaciones posconflicto en los que el principal perpetrador no es el Estado. Hubiéramos tenido que empezar desde cero. Sea como fuere, el caso es que se dejó pasar la oportunidad de generar un modelo peruano de memoria, diferente del cono sur. Quizás este sea un factor por el que, dos décadas después, tan pocos peruanos valoran la labor de la CVR.