La coyuntura política del país ha puesto en el centro del debate los alcances de la libertad de expresión ¿Debería limitarse en alguna medida? ¿La libertad de expresión de una persona termina en aquello que puede ofender a otra? Dos expertos, Ian Vásquez y Diana Seminario, lo discuten.
Es un derecho, no un privilegio; por Ian Vásquez
“La libertad de expresión se está deteriorando porque se está dejando de tratar como un derecho humano”.
El mundo está viviendo un momento cada vez más alargado de intolerancia. Se manifiesta claramente en el asalto a la libertad de expresión que se ha dado tanto en países ricos como pobres durante la última década y que la pandemia ha agudizado.
A nivel cultural, la intolerancia se aplica severamente no solo a actitudes deplorables sino también a una mayor diversidad de opiniones. Eso explica la cultura de la cancelación, presiones sociales hacia el conformismo y la autocensura. Los crecientes razonamientos para limitar la libertad de expresión –ya sea para detener la desinformación o minimizar que ciertos grupos se sientan ofendidos, por ejemplo– han resultado en mayores regulaciones estatales a la expresión.
En el fondo, la libertad de expresión se está deteriorando porque se está dejando de tratar como un derecho humano y se está tratando en vez como un privilegio o un medio hacia otros fines. La tendencia es preocupante.
Desde que irrumpió la pandemia, por ejemplo, dos tercios de los países del mundo impuso restricciones a la libertad de prensa, según la organización Varieties of Democracy. Un tercio ha impuesto medidas de emergencia sin límites de tiempo. La erosión de la libertad de expresión ha sido más fuerte en las autocracias, pero explica también el deterioro de las democracias a escala global y el reducido número desde el año pasado de países que se pueden considerar democracias liberales (las que mejor resguardan libertades fundamentales).
La ONG Human Rights Watch ha documentado que los gobiernos de 83 países han usado la pandemia como pretexto para violar la libertad de expresión y así cometer una serie de abusos contra periodistas y críticos. Entre otras medidas que critica, la ONG observa que docenas de países han usado la criminalización de la desinformación para reprimir.
Por eso es preocupante que la candidata presidencial Verónika Mendoza proponga límites a los medios a nombre de la salud pública. La desinformación es un problema, pero no es un problema que mejor se resuelve con la mano dura del Estado. La mejor manera es enfrentar la mentira con razonamiento y argumentos cuerdos en el debate público.
Si queremos poner límites a la libertad de expresión, vale la pena preguntar quién decide y bajo qué criterio califica lo que es la desinformación, sobre todo en un país en que los políticos y funcionarios públicos son propensos a buscar su propia ventaja desde el poder. ¿A dónde vamos a encontrar estos ángeles? La revista “The Economist” además reporta que, según una encuesta internacional, un 46% de periodistas indicaron que la fuente de desinformación que encontraron ha sido las autoridades electas.
Darle ese poder al Estado ni siquiera es una buena idea en un país avanzado. La ley contra la expresión odiosa en Alemania no ha eliminado el odio, pero sí ha servido de modelo para regímenes autoritarios a fin de justificar la represión.
No hay que abrir las puertas a la arbitrariedad y el abuso. Tratemos a la gente como adultos y a la libertad de expresión como un derecho humano con valor propio. Existen pocos límites legítimos a la libertad de expresión –como la incitación directa a la violencia– y deben pasar un umbral extremadamente alto. Seguir ese camino no resultará en un mundo perfecto, pero si será mejor que las alternativas.
Entre la ofensa y la libertad, por Diana Seminario
“Es inaudito que con la bandera de la libertad de expresión se pretenda vulnerar y atropellar la fe de millones de peruanos”.
Es indiscutible que las libertades de prensa y expresión son una característica imprescindible en una democracia sana, ya que sin estas se vulneran los derechos tanto a expresarse como a ser informados.
Si bien no se puede pensar un país sin una prensa libre y sin la libertad de expresión asegurada para sus ciudadanos, no es menos cierto también, que para que una libertad sea plena debe tender al bien, lo que comúnmente se conoce como el ejercicio correcto de la libertad.
Es más, la libertad de expresión y creación están consagradas en el artículo 2, inciso 8 de la Constitución Política del Perú: “toda persona tiene derecho a la libertad de creación intelectual, artística, técnica y científica, así como a la propiedad sobre dichas creaciones y a su producto. El Estado propicia el acceso a la cultura y fomenta su desarrollo y difusión”.
Sin embargo, como bien lo señala el académico español Javier Plaza Penades, “esa libertad de creación tiene como límites el respeto a todos los derechos [fundamentales], pero, especialmente, el respeto al honor, a la intimidad y a la propia imagen de terceras personas contenidas en la obra”.
Y a esto añadiremos que “el común de la gente entiende que el derecho a la información no otorga a ningún medio de comunicación o periodista el poder de dañar el honor o la intimidad de las personas. En suma, se reconoce el valor del derecho a la información, pero no sus excesos”, escribe Francisco Bobadilla en su artículo “Ficción, creación, literatura”, publicado en “El Mercurio Peruano”, el año 2009.
Es por eso que resulta inaceptable publicaciones como las del domingo pasado en el diario “La República”, donde el dibujante Heduardo echa mano de la imagen de la Virgen María para hacer humor político que no resultó otra cosa que una ofensa para millones de católicos pues con el afán de señalar a un candidato presidencial se toma la figura de María, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, con el objetivo de hacer escarnio. Y debe quedar claro que aquí no viene al caso la tendencia ideológica del político.
Tal publicación mereció incluso el pronunciamiento del presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, Monseñor Miguel Cabrejos, quien en una carta dirigida al director del diario “La República”, precisa que “el menosprecio o atropello, en este caso, a una imagen amada y respetada por millones de peruanos y peruanas, hiere el sentimiento religioso del pueblo católico y azuza una sociedad intolerante y agresiva”.
Monseñor Cabrejos alude además al artículo 2 inciso 3 de la Constitución que establece “que toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o creencias”.
Es inaudito que con la bandera de la libertad de expresión se pretenda vulnerar y atropellar la fe de millones de peruanos que encuentran en los momentos de dolor y enfermedad un regazo seguro a donde acudir, y ese es el regazo de la Madre del Cielo, que es para los católicos la Virgen María.