- Lee aquí el Editorial de hoy sábado 24 de febrero: “El taxi de Montalvo”
Si grabaras un video de la vida callejera de Kiev sin sonido, esta gran ciudad podría parecerte completamente normal. La vida transcurriría al parecer como en Buenos Aires o Guadalajara. Solo que en algún momento notarás que los peatones se detienen un momento y escuchan, con caras alarmadas. Su comportamiento delata que han oído una sirena anunciando el peligro inminente de misiles y drones rusos. Los habitantes de Kiev abandonan entonces las calles y caminan rápidamente hacia un lugar más seguro. Las madres y los niños corren hacia los refugios antiaéreos o las estaciones de metro. En estos lugares es más fácil esperar a que pase el ataque a la capital de Ucrania.
A veces las madres se ven obligadas a pasar horas enteras sentadas con sus hijos en un refugio antiaéreo. Son estos refugios, los sonidos de las explosiones y el aullido de las sirenas lo que los niños de hoy recordarán cuando piensen en su infancia en medio de la guerra.
Las madres ucranianas lo entienden perfectamente y, lo que más les preocupa, es cómo perciben y viven la guerra sus hijos. Cada vez se oyen más y más discusiones sobre cómo la guerra afecta la psique de los niños y su percepción de la vida. Cada vez más, las madres se preguntan cómo las experiencias de sus hijos –las explosiones periódicas y las horas que pasan sentados en refugios antiaéreos o en los andenes del metro– afectarán su comportamiento cuando sean adultos.
Al mismo tiempo, las madres de niños pequeños buscan información sobre cómo hablarles a los niños de la guerra y la muerte, cómo calmar los nervios de un niño durante un bombardeo, cómo distraerlos de los sentimientos de miedo y ansiedad.
Varios libros infantiles sobre estos temas han aparecido en las librerías y gozan de permanente popularidad. Las columnas en periódicos y revistas escritas por psicólogos infantiles no son menos solicitadas y las madres comparten con gusto lo que han aprendido entre ellas en las redes sociales.
Aunque espero que las madres de Cartagena o Lima nunca necesiten estos consejos, compartiré algunos con ustedes.
Si tú y tu hijo están en un refugio antiaéreo, oyen explosiones y tu hijo está acurrucado contra ti, asegúrate de que respira con normalidad. Puedes llevar un kit para soplar burbujas al refugio antiaéreo e intentar que tu hijo se interese por soplar burbujas. Cuando un niño hace esto, activa los pulmones y lo hace respirar más profundamente. Puedes hacer que tu hijo juegue a “imitar sonidos”: exhala aire para que suene como un globo cayendo o como una moto que arranca. Puedes pedirle que cante canciones. Esto aliviará simultáneamente el estrés y ayudará a restablecer una respiración adecuada.
Con los niños muy pequeños puedes jugar al “elefante”. El niño cierra bien las orejas con las palmas de las manos y luego vuelve a abrirlas con un gran gesto. Puedes jugar a los “mosquitos”: el niño se imagina montones de mosquitos dando vueltas alrededor de su cabeza y empieza a dar palmadas para ahuyentar a los mosquitos imaginarios.
Cuando se oyen explosiones fuertes, es importante mantener el contacto táctil con el niño: masajéale las orejas y acaríciale las mejillas. De vez en cuando, pídele que finja estar muy cansado: que dé un gran bostezo y se estire.
Cuando termine la alarma, felicita al niño por su valentía. Dile: “¡ya pasó! ¡Ya estamos a salvo! ¡Gracias por ser tan valiente y fuerte! Hemos oído muchas explosiones, ¡pero hemos sobrevivido! No hemos tenido miedo”.
Después de estas palabras, invita al niño a proponer lo que quiere hacer en las próximas horas. Hacer planes para el futuro es la mejor manera de distraer a los niños de la guerra. De hecho, hacer planes para el futuro también distrae a los adultos de la guerra. Solo la realidad de la guerra impide a los adultos pensar en el futuro.
También me resulta difícil concentrarme en el futuro. Por supuesto, hay planes para este año, pero no hay garantías de que se cumplan. Cuando pienso en el futuro, miro al cielo. Estos días, el cielo de Kiev es gris azulado. A veces cae nieve del cielo en las calles y se oyen los ruidos habituales de la ciudad y el graznido de los cuervos.
El cuervo es, de hecho, el ave símbolo no-oficial de la ciudad. Los cuervos no desaparecen durante el invierno, como si asumieran la responsabilidad de frecuentar la ciudad durante todo el año. Su graznido no puede llamarse música. Sus gritos se parecen más a advertencias de peligro. En tiempos de paz, parecía que los cuervos se avisaban unos a otros de algo con sus gritos. Ahora parecen advertir a los habitantes de Kiev. Hace un par de días, varios cuervos de la plaza de Lviv gritaban tan fuerte y excitadamente que yo y otros transeúntes nos detuvimos y miramos largo rato hacia las copas de los desnudos árboles invernales, desde donde grandes pájaros negros lanzaban sus estruendosos discursos.
Hace un tiempo, antes de la guerra, los gritos de los cuervos de Kiev me irritaban, pero ahora los escucho con placer. Me dan un respiro. Me distraen durante un rato de la realidad en la que vivo, de la realidad en la que vive hoy toda Ucrania.
Probablemente también soy como un niño, esperando que alguien me diga: “¡Se acabó! ¡Estamos a salvo! ¡Gracias por ser tan valientes y fuertes! Hemos oído tantas explosiones, ¡pero hemos sobrevivido! No hemos tenido miedo”.