En uno de los mejores diálogos de “Game of Thrones” (extraordinaria serie escrita por George R.R. Martin), un rey le pregunta a su consejero, ¿quién tiene el poder real en un reino? Este le contesta: “tiene el poder aquella persona que el pueblo piensa que es quien ejerce el poder”.
Me vino esa escena varias veces al recuerdo en estos últimos días a propósito del sainete Barranzuela. ¿Quién tiene el poder real hoy en el Perú? ¿Castillo? ¿Cerrón? ¿Acaso los movimientos cocaleros, anti-mineros o anti-extractivistas? ¿El Congreso? ¿Los empresarios?
Nunca como ahora esa pregunta adolece de una respuesta contundente.
La anomia a la que asistimos es consecuencia de una mala estructuración del poder y del ejercicio de este. Tanto que hoy por hoy, un presidente, un ministro o un Gobierno entero pueden caer o mantenerse por la decisión de uno o dos jueces, de un reportaje televisivo o de una vecina producida para la ocasión, acompañada de sus perros y los excrementos de estos.
Lo que sí se puede identificar con claridad son hechos que marcan el curso en el ejercicio del poder. Incendiar literalmente un campamento minero y una empresa agroindustrial, tomar y amenazar por enésima vez una estación clave de bombeo de una empresa estatal, bloquear una carretera de acceso a la principal empresa cuprífera del país. Todos son hechos que demandan decisiones; es decir, ejercer el poder, gobernar. Porque todos apuntan a paralizar al país, a hacer más delgadas las opciones de invertir y revertir la pálida situación del empleo y a encarecer los bienes por el incremento del tipo de cambio.
Tengámoslo claro y miremos donde corresponde. La idoneidad o no de los actuales y eventuales futuros ministros depende del presidente y de su cada vez más frágil pacto de Gobierno con Perú Libre y el sector magisterial al que representa.
Pero volviendo a la frase inicial. A la precariedad estructural y de origen de este Gobierno, empecemos a sumarle la erosión progresiva del apoyo de aquellos sectores que le son propios: el sur andino y buena parte de los sectores socioeconómicos D y E (según encuestas recientes de Datum y el IEP).
Si el electorado natural de Castillo cae en la cuenta de que él no gobierna y no ejerce el poder, porque básicamente las cosas no solo siguen igual, sino que empeoran por la crisis económica, el factor emocional e identitario que le permitía el beneficio de la duda desaparecerá velozmente.
Por ende, que siga o no en Palacio de Gobierno será un problema menor. El pueblo le endosará su confianza a quien crea que tenga capacidad de ejercer el poder.