Recientemente, Claudia Goldin fue galardonada con el Premio Nobel de Economía. Es la tercera mujer en la historia en ganar este premio en la disciplina y la primera en hacerlo en solitario. Su trabajo es amplio y su aporte ha influido sustancialmente en la forma en que entendemos las diferencias entre hombres y mujeres en el mercado laboral.
El tema de las diferencias salariales genera mucha discusión, apasionamiento y hasta enfrentamiento. Para entenderlo integralmente, Goldin ha estudiado la participación laboral de las mujeres en los últimos 200 años en Estados Unidos desde varias aristas, como los cambios estructurales de la economía, el acceso a educación y las innovaciones que cambiaron el marco de decisión de las mujeres no solo para tener un trabajo, sino para construir y mantener una carrera.
A partir de los 70, se dan cambios que amplían la presencia de mujeres en la educación superior y las impulsan a construir una carrera antes (no en lugar) de formar una familia. Dichos cambios se relacionan con la reducción de la importancia de la fuerza para el trabajo y una mayor importancia del trabajo intelectual; la tecnología y el acceso a servicios que brinda un mayor espacio para la planificación. Pero es cierto que no todos los avances en EE.UU. aplican a las mujeres en el Perú. O al menos no en la misma magnitud.
En el Perú, si ocho de cada diez hombres en edad de trabajar lo hacen o buscan trabajo, esto se reduce a seis para las mujeres. Sobre la brecha salarial, al 2021, por cada S/1.000 que gana un hombre, una mujer gana S/730. ¿Qué hay detrás de esto? Por un lado, una subrepresentación de mujeres en los campos más rentables, como las ciencias, tecnología e ingenierías, así como una sobrerrepresentación en oficios más asociados al cuidado y menos remunerados. Sin embargo, Goldin explica que, aun controlando (estadísticamente) ello, hay diferencias que perduran dentro de cada profesión y que se marcan significativamente desde que se tiene al primer hijo. De hecho, en un trabajo pasado, Ñopo y Jaramillo reportan que tener un niño en el hogar amplía la brecha de empleo entre hombres y mujeres en 10 puntos porcentuales en el Perú.
Las labores de cuidado acentúan nuestras diferencias. En promedio, una mujer dedica 24 horas (tres jornadas de trabajo) más a la semana que un hombre al trabajo doméstico no remunerado. Cuando una mujer no trabaja, se debe principalmente a labores de cuidado. En el caso de un hombre, a los estudios. Además, aunque se ha avanzado, hay un largo camino pendiente en la generalización del uso de métodos modernos de anticoncepción y el combate a la maternidad adolescente. Hay, también, un factor cultural: más de la mitad de los peruanos ven adecuado que las mujeres posterguen sus metas para ser antes madres y esposas.
Goldin añade una capa de complejidad al análisis y demuestra que los mercados laborales valoran desproporcionadamente más las horas largas e inflexibles de trabajo. Esto, claramente, varía entre profesiones. Al tener un hijo, las parejas deben tomar la decisión de que uno tome un empleo con mayor flexibilidad y asuma el costo para estar al pendiente del hogar. Típicamente, lo hacen las mujeres. En el Perú, las mujeres están más presentes en la informalidad, el autoempleo y sectores como el comercio y los servicios. La mayor flexibilidad penaliza los ingresos hoy y la carrera a futuro.
Cabe preguntarse por qué es la mujer la que debe asumir dicha penalización o por qué no hay un mayor reparto de esta. Hay también un rol para la política pública en hacer menos costosas las labores de cuidado. Pero debemos ver más allá de lo evidente. ¿Qué cambios estructurales harían que el trabajo flexible sea más productivo, formal y mejor remunerado? ¿Hasta qué punto podemos acabar con la penalización? ¿Qué rol tiene la tecnología –en particular, el teletrabajo– para esto? Que tengamos a Claudia Goldin para rato para estructurar bien estas respuestas.