Niños, sed hombres, madrugad a la vida, porque ninguna generación recibió herencia más triste, porque ninguna tuvo deberes más sagrados que cumplir, errores más graves que remediar ni venganzas más justas que satisfacer. (…) Vuestros antepasados bebieron el vino generoso y dejaron las heces. (…) Todos fuimos ignorantes y siervos; y no vencimos ni podíamos vencer. (…) El Perú es montaña coronada por un cementerio.
Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz. (…) Estos muertos, si nos honran y nos vindican, también nos acusan. (…) Hay que mostrar al pueblo el horror de su envilecimiento y de su miseria (…).
¡Decadencia! (…) ¿Puede rodar a lo bajo quien no subió a lo alto? ¿Nuestros conciudadanos de Moyobamba y Quispicanchis ¿cenan ya como Lúculo, se visten como Sardanápalo, aman como el Marqués de Sade, coleccionan cuadros prerrafaelistas y saben de memoria los versos de Baude!aire y Paul Verlaine? (…)
El Perú gime bajo la dominación de unos cuantos seres privilegiados. (…) En nuestro régimen político, la legalidad y la justicia figuran como breves interregnos. (…) El robo presenta los caracteres de una pandemia nacional (…). (…) Aquí no vivimos como hermanos, (…) sino disputándonos un rayo de sol, como gitanos en feria: tratando de engañarnos sórdidamente, (…) odiándonos interiormente con el rencor implacable de oprimidos y opresores.
Y ¡esto se llama nación y república! Si la historia de las naciones cupiera en una sola palabra, la del Perú se encerraría en la voz mentira. (…) porque no merece llamarse república democrática un estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley. (…) La civilización de una sociedad no se mide por la riqueza de unos pocos y la ilustración de unos cuantos, sino por el bienestar común y el nivel intelectual de las masas.
¿Qué pasa hoy mismo?
Pueblo, Congreso, Poder Judicial y Gobierno, todo fermenta y despide un enervante olor a mediocridad. Abunda la pequeñez en todo: pequeñez en caracteres, pequeñez en corazones, pequeñez en vicios y crímenes. ¿Qué fue nuestra política? (…) con rarísimas excepciones, sólo hay cortesanos rastreros u opositores despechados. (…) Políticos de ambiciones colosales y miras liliputienses (…).
(…) aunque siempre existieron en el Perú liberales y conservadores, nunca hubo un verdadero partido liberal ni un verdadero partido conservador, sino tres grandes divisiones: los gobiernistas, los conspiradores y los indiferentes por egoísmo, imbecilidad o desengaño. (…) Aquí se llama Partido Liberal el grupo en que los adeptos revientan de puro conservadores. (…) Durante muchos años, las gentes abrigarán recelo de oírse llamar liberales.
Si los Conservadores hallaran a su hombre y lograran construir un organismo, consagrarían la República a los Sagrados Corazones, derogarían las leyes que en algo favorecen la emancipación del individuo y ejercerían con sus enemigos una verdadera caza de hombres. (…)
¿Qué nuestros caudillos? agentes de las grandes sociedades financieras, paisanos astutos que hicieron de la política una faena lucrativa o soldados impulsivos que vieron en la Presidencia de la República el último grado de la carrera militar.
¿De qué nos sirven los Congresos? (…) En cada miembro del Poder Legislativo hay un enorme parásito con su innumerable colonia de subparásitos, una especie de animal colectivo y omnívoro que succiona los jugos vitales de la Nación. (…) Minorías, mayorías, palabras de significación aleatoria cuando se piensa que nuestros legisladores suelen amanecer oposicionistas y anochecer ministeriales. (…) En nuestros cuerpos legislativos, en esa deforme aglomeración de hombres incoloros, incapaces y hasta inconscientes, hubo casi siempre la feria de intereses individuales, muy pocas veces la lucha por una idea ni por un interés nacional.
La muerte moral se concentra en la cumbre o clases dominantes. (…) ¡Aristocracias en el Perú! ¿Quién no sonríe cuando las notas sociales de los diarios nos describen una matinée o una kermesse donde asistió lo más granado de la aristocracia limeña? Aquí no existe más línea de separación que la trazada por el dinero (…) La perfección moral de casi todos los buenos señores de la nómina se condensa en tres palabras: Almas de lacayo.
Aquí no conocemos la burguesía europea; hay, sí, una especie de clase media, inteligente, de buen sentido, trabajadora, católica, pero indiferente a luchas religiosas, amante de su país, pero hastiada con la política de la que sólo recibe perjuicios, desengaños y deshonra.
(…) El pantano de la Magistratura no admite drenaje. Desde el excelentísimo de la Suprema hasta el usía de Primera Instancia, todos los Magistrados llevan en su frente la misma inscripción: Nadie me toque.
En la historia de las naciones, todo recrudecimiento del despotismo coincide con una exaltación de las supersticiones. (…) Cierto, los estragos de una mala educación primaria se remedian con una buena instrucción media y superior; más, ¿quién las da en el Perú?
No se conoce bien a un pueblo sin haber estudiado la condición social y jurídica de la mujer; se necesita ver las consideraciones que goza en las costumbres, los derechos de que disfruta en las leyes
El pueblo (…) permanece en la más estólida indiferencia. Gobierne quien gobernare, nada le importa; (…) todo lo sufre, todo lo acepta. El Perú, (…) puede sufrir los ultrajes de un bandolero, de un imbécil, de un loco y hasta de un orangután. (…) Nuestra columna vertebral tiende a inclinarse. (…) Y si hay hambre y miseria en unos mientras hay hartazgo y riqueza en otros, es porque el hambriento y el miserable, en lugar de rebelarse y combatir, se resignan cristianamente a sufrir su desventurada suerte. (…)
A Lima debe mirársela como el gran foco de las prostituciones políticas y de las mojigangas religiosas, como el inmenso pantano que inficiona el ambiente de la República. (…) lo que en Lima hacen ahora es comer (…) Ese banquetear de Lima (digamos de una fracción limeña) contrasta con la miseria general del país, da la falsa nota de regocijo en el doloroso concierto del Perú, es un escarnio sangriento a los millares de infelices que tienen por único alimento un puñado de cancha y unas hojas de coca. (304)
Los que en el Perú marchan en línea recta se ven al cabo solos, escarnecidos, crucificados. (…) Nadie ataca un privilegio ni ridiculiza una superstición sin que mil voces le maldigan ni mil brazos le amenacen. (…)
Y ¿qué hacer?
No acatemos como oráculo el fallo de autoridades, sean quienes fueren, ni temamos atacar errores divinizados por muchedumbres inconscientes. (…) No contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. (…) ¡Abajo esas mentiras convencionales de respeto y resignación! (…) sólo el irrespeto y la rebeldía (…) cubrieron de flores el camino de la Humanidad. (…) Y la justicia no se consigue en la Tierra con razonamientos y súplicas: viene en la punta de un hierro ensangrentado.
¿De qué nos vale ser hombres, si el daño de ayer no nos abre los ojos para evitar el de mañana? (…) Al no sacar una lección provechosa de nuestros descalabros, (…) mereceríamos que chilenos, argentinos y bolivianos cayeran sobre nosotros y nos convirtieran en la Polonia sudamericana.
Nota: Todas y cada una de las frases de esta columna provienen de los dos libros de prosa que Manuel González Prada publicó en vida: Páginas libres (1894) y Horas de Lucha (1908).