Que baile, que tome, que coma, que suba, que baje, que diga, que cante, que hable fuerte, que guarde silencio, que llore, que abrace, que golpee al contrincante, que se sume, que se distancie... que se parezca a ti, que se parezca a mí, que se parezca a ellos. Comunicacionalmente esta ha sido, es y sigue siendo, la triste, trasnochada y precaria pauta utilizada para modelar y modular a la exagerada oferta de candidatos.
Una de las principales carencias en los candidatos presidenciables hoy es la ausencia de empatía, sí, esa característica efectiva y capacidad perceptiva de poder ponerse en una realidad social ajena y, claro, será muy complejo lograrlo si no tiene el interés real en conocerla y, mucho más, si es que nunca se vinculó con ella.
El asunto es que el mercado de electores está cambiando. Hoy tenemos un elector millennial más informado, más perceptivo, más acucioso, más activista, un elector que tiene voz y ganas de reclamar y enrostrar al candidato que no representa. Aunque también tenemos el porcentaje de electores convencionales o tradicionales que se encandila simplemente con lo que se muestra. Ya lo decíamos, comunicación es percepción.
Por ello, la comunicación política juega un rol de alta responsabilidad, que entre sus desafíos debería incluir los pilares del debate, con el objeto de colaborar con la sociedad a superar las contrariedades generadas por la abultada información existente. Por tanto, un compromiso social se hace imprescindible al momento de encontrar respuestas a cuestionamientos básicos pero elementales como: ¿Qué democracia queremos?, ¿cuál es el rol de los medios de comunicación en la construcción de la imagen de los candidatos? Asimismo, está la responsabilidad social de las agencias de tener la capacidad de decirle al potencial candidato: “Usted no tiene ninguna posibilidad, dedíquese a otra cosa, o postule a otra candidatura como, por ejemplo, la junta de propietarios de su condominio”.
Hoy es el momento de ser más responsables con lo que comunican los partidos y/o agrupaciones políticas cuando presentan a sus cartas presidenciables. Y es que, más allá de las primarias y de los “ajustes o enroques” al interior del partido, lo que importará finalmente es la imagen que irradiará el candidato y la percepción social que este genere.
Finalmente, la gestión del acceso a la diversidad de plataformas sociales que le permitirán al presidenciable llegar de manera segmentada a un potencial elector debe ejecutarse acompañada de contenidos que transmitan cercanía, empatía, inclusión social de verdad (que no es lo mismo que aparecer en la sección de sociales) y, sobre todo, veracidad y consecuencia entre lo que se ofrece, se ha hecho (recuerde que Internet tiene memoria) y se hará. Hoy el elector está desconfiado, no se siente representado, está harto de lo y los mismos. Hoy el elector se cansó de los bailes, de los grandes discursos, de la rancia y refinada retórica, se cansó del espectáculo bizarro, del cálculo y cuoteo político. Este elector ya no es el mismo.