Desde hace casi 10 meses, alrededor de 35 millones de niños brasileños no van a la escuela. Brasil no ha controlado la pandemia: en ausencia de confinamientos nacionales y pruebas masivas, el número de muertos diario se ha mantenido alto.
Los gobernadores regionales pensaron que era buena idea reabrir las instituciones más importantes para nosotros: centros comerciales, restaurantes, bares, salones de belleza e, incluso, casas de apuestas. Casi todo, excepto las escuelas.
Por motivos de salud pública, esto no tenía sentido. El virus continuó propagándose. Y, en respuesta, los maestros se negaron a regresar a las escuelas mientras los riesgos eran altos.
Diez meses después, todo está más o menos igual. En Brasil, los bares se han considerado más importantes que las escuelas.
Los resultados, sin embargo, han sido espantosos. Solo aquellos estudiantes que tienen los medios para hacerlo están recibiendo alguna versión de aprendizaje a distancia. Otra investigación encontró que cerca de un tercio de padres estaba preocupado de que sus hijos abandonasen la escuela por completo.
Esto no es sorprendente. Es difícil enfatizar demasiado el impacto positivo del aprendizaje en persona, que va mucho más allá de la lectura y la escritura, y que incluye la salud física y mental, la nutrición, la seguridad y las habilidades sociales. En su ausencia, los pediatras han informado de un aumento preocupante de depresión, ansiedad, trastornos del sueño y comportamiento agresivo entre sus pacientes.
Ojalá tuviera una solución fácil para esta tragedia, pero no hay una. Aunque muchos estudios científicos muestran que los niños no parecen estar expuestos a mayores riesgos de infección en las escuelas y que el personal escolar, en comparación con la población adulta en general, tampoco presenta un riesgo mayor, ello depende de tener tasas de transmisión bajo control y medidas de mitigación implementadas. Pero en Brasil, donde la segunda ola se estrelló sobre la primera en enero, las muertes por COVID-19 suman 200.000, y las escuelas suelen carecen de la infraestructura básica para implementar medidas de salud pública, esas condiciones no están presentes.
No hacer nada no es una opción. Así que aquí van tres sugerencias. Primero, necesitamos aumentar de inmediato los fondos para las escuelas públicas y poner en marcha un plan integral para reformar los edificios escolares. Segundo, debemos brindar a los maestros y al personal escolar acceso temprano a la vacunación. Y tercero, deberíamos pedir el cierre de todos los servicios no esenciales hasta que las escuelas sean lo suficientemente seguras para reabrir. El bienestar y el futuro de los niños de nuestro país es esencial.
–Glosado y editado–
© The New York Times