Frente al rebrote del COVID-19, muchos países europeos optaron por cerrar bares y restaurantes, mientras mantienen abiertas las escuelas. ¿Cómo se explica esta decisión? Es sin duda una elección difícil que algunos números podrían ayudar a comprender.
A nivel global, alrededor de 900 millones de estudiantes siguen sin volver a las aulas. A raíz del cierre prolongado de escuelas y las dificultades económicas ocasionadas por el COVID-19, el porcentaje de niñas y niños que no pueden entender un texto sencillo podría aumentar de 53% antes de la pandemia hasta 63% en los países de ingresos bajos y medianos, según cálculos del Banco Mundial. Ello podría alterar los ingresos futuros de muchas personas, principalmente de aquellas con menos recursos.
Como otros países de la región, frente a un cierre prolongado de escuelas, el Perú encara el riesgo de perder décadas de avances en beneficio de la niñez y la adolescencia, y un capital humano futuro sin el cual las posibilidades de desarrollo a largo plazo se vuelven más inciertas. ¿Es posible mitigar esas consecuencias? Los niños podrán volver a clase solo cuando haya las condiciones idóneas. Muchas de estas condiciones dependen de un esfuerzo colectivo para preparar un regreso progresivo y seguro a la escuela, cuando y donde las condiciones sanitarias y el entorno local lo permitan.
La educación a distancia ha sido necesaria para mitigar los impactos perjudiciales del cierre de las escuelas en los estudiantes y evitar que salgan del sistema educativo. No obstante, no existe estrategia en el mundo que pueda reemplazar los beneficios que ofrece una educación presencial de calidad. Ello es especialmente cierto para los estudiantes peruanos más pobres, quienes sufrirían mayor pérdida de aprendizajes con un cierre prolongado de escuelas y se verían desprovistos de servicios cruciales para su salud, como alimentación, inmunizaciones, apoyo psicológico y protección frente a la violencia.
En el Perú, la estrategia de aprendizaje a distancia Aprendo en Casa, combinada con los esfuerzos de las familias, fue determinante para que más de seis millones de estudiantes sigan en el sistema educativo. Sin embargo, como en otras partes del mundo, la educación a distancia no puede asegurar por si sola un aprendizaje óptimo, detener completamente la pérdida de aprendizajes y ser aprovechada de manera igual por todos. Simulaciones del Banco Mundial para Chile, por ejemplo, sugieren que frente a un cierre de escuelas de 10 meses, los estudiantes del quintil más pobre podrían perder hasta el 95% de lo que aprenden en un año, en comparación con el 64% del quintil más rico.
Aún es posible reducir estos daños. El Perú tiene la oportunidad de prepararse, aprovechando los logros de la educación a distancia y las lecciones aprendidas en otros países. Ello implica analizar los niveles de contagio locales, las modalidades de transporte disponible, la capacidad de testear y tratar de las instituciones de salud, y las medidas de protección en las escuelas. Requiere coordinación y recursos suficientes y bien orientados para implementar las políticas, los protocolos y procedimientos. Supone además el esfuerzo conjunto de todos los involucrados en la educación: los sectores de gobierno, los maestros, la sociedad civil y las familias.
Un planeamiento cauteloso no quiere decir esperar pasivamente que el virus pase, sino estar listos para aprovechar una mejora de las condiciones sanitarias. Estudios para algunos países donde se han reabierto las escuelas no muestran evidencia de que ello haya incrementado las tasas de infección por COVID-19. Contar con protocolos claros, recursos suficientes, capacitación y flexibilidad para adoptar decisiones de acuerdo con las condiciones locales puede ayudar tanto a mitigar la transmisión del virus como a evitar la pérdida de aprendizajes.
Reabrir las escuelas no es una decisión fácil. Por ello, es necesario motivar mayor diálogo y preparar todas las condiciones necesarias desde hoy. El bienestar de los estudiantes y el desarrollo futuro del país así lo demandan.