Por un lado, hay quienes creen que la implementación del voto voluntario podría quitarle legitimidad a la democracia y disminuir la participación electoral. Por otro, quienes consideran que el voto obligatorio va contra la propia esencia de la democracia y que motiva que muchos ciudadanos voten desinformados, en blancos o viciado. Por lo que surge la duda: ¿El voto debe ser obligatorio o voluntario? Lo discuten Daniel Encinas y Walter Albán Peralta.
Cuidado con el voto voluntario, por Daniel Encinas
“El voto obligatorio hace que un porcentaje más alto de la ciudadanía asista a votar”.
Estoy más inclinado a defender que no se debería adoptar el voto voluntario en reemplazo del voto obligatorio. Las intenciones que animan esa propuesta suelen ser encomiables, pero es probable que no se generen los efectos esperados y aparezcan otros problemas. Las razones que animan esta conclusión tienen diferente origen, pero quizás debería comenzar por hacer una confesión.
Cuando de reformas políticas se trata, soy un escéptico dispuesto a ser convencido. Escéptico, porque tengo dudas de que se pueda crear resultados políticos deseables a partir de uno u otro cambio en la constitución y las leyes. Como sostienen los politólogos Eduardo Dargent y Omar Awapara, muchas reformas en nuestro país terminan siendo irrelevantes, incrementan la falta de legitimidad del Estado o, peor aún, crean efectos negativos e inesperados. En suma: ¡cuidado con las reformas!
Ahora bien, decía que estoy dispuesto a ser convencido. ¿Qué señala la literatura académica sobre el voto obligatorio y voluntario? Sin complicar en exceso la respuesta, una mirada metodológica nos invita a ser muy cautos. Comparar países con uno u otro tipo de voto no basta y hay muchos estudios previos que cargan con limitaciones en sus diseños. Entonces, las conclusiones pueden llegar a ser contradictorias o débiles.
Recientemente, esfuerzos de investigación muy innovadores nos dan mejores pistas. Una de las conclusiones más importantes es que el voto obligatorio efectivamente hace que un porcentaje más alto de la ciudadanía asista a votar. Y este es uno de los argumentos más importantes a su favor. Las dudas se minimizan gracias a los metaanálisis que reúnen cientos de estudios previos, como Cancela y Geys (2016), o que sacan ventaja de la variación dentro de países, como Fowler (2013).
Uno debería notar que no tenemos hallazgos tan sólidos cuando se trata de otras supuestas bondades del voto obligatorio. Pero resulta clave reconocer que tampoco hay evidencia contundente sobre sus supuestas maldades. Los opositores del voto obligatorio suelen decir que previene un sufragio “calificado” o de “calidad”. En cambio, el sofisticado estudio de Dassonneville y colaboradores (2019) concluye que, en el peor de los casos, los efectos negativos en la calidad del voto son limitados.
Es evidente que toda esta discusión debe aterrizarse en el contexto político peruano. Me parece que un punto de partida clave es el esfuerzo que se impulsó desde la llamada Comisión Tuesta: un conjunto de reformas “amplio” e “integral”, que sigue esperando mayor deliberación pública. Precisamente, sus autores no promueven propuestas como el voto voluntario en el Perú y advierten que esta reforma podría agravar los problemas de una democracia representativa ya de por sí débil. Los sectores más vulnerables de la ciudadanía pueden cargar con las peores consecuencias.
Ante la evidencia revisada y el razonamiento de especialistas, considero preferible tener prudencia con el voto voluntario. El día de la votación sigue siendo uno de los pocos vínculos que mantenemos con nuestros supuestos representantes. No vaya a ser que pasemos de una democracia con serios problemas de representación a no tener representación ni democracia, cuando menos para los grupos menos privilegiados de la sociedad.
El voto ciudadano: entre la opción y la coacción, por Walter Albán Peralta
“Una sociedad de ciudadanos es incompatible con tutelajes”.
Reconociendo que se trata de una cuestión delicada y sobre la cual no dejan de contrastarse argumentos razonables en uno y otro sentido, considero que en el Perú ya es tiempo de optar por el voto voluntario. En efecto, el actual carácter compulsivo de este derecho no es consistente con los principios que inspiran el sistema democrático de gobierno, que conjuga libertades como las de pensamiento, información o expresión y, desde luego, la de elegir. En ese marco, tan respetable es que cada persona pueda decidir libremente a quién elige, como abstenerse de participar en un proceso electoral. Lo contrario, tiende a menoscabar su voluntad para imponer el criterio de quienes, aun con las mejores intenciones, terminan avasallando ese fuero interno que constituye el núcleo mismo de la condición de ciudadanía. A no dudarlo, la construcción de una sociedad de ciudadanos es incompatible con tutelajes de ninguna clase.
Durante mucho tiempo se ha sostenido que la obligatoriedad del voto resulta indispensable para evitar que el sistema político y la propia gobernabilidad corran el riesgo de una pérdida de legitimidad. Cabe preguntarnos entonces si en el Perú de hoy no estamos acaso experimentando ya esa situación; no obstante, haber mantenido, casi sin discusión, dicha obligación. No han sido pocas las oportunidades en las que se ha señalado que un cambio de esta regla tendría consecuencias nefastas para nuestra institucionalidad democrática y que no existiría evidencia de que el voto voluntario pudiera ofrecer otro resultado. Ocurre, sin embargo, que tampoco existe manera de probar que la obligatoriedad garantice una mayor estabilidad institucional y confianza en el sistema político. Por el contrario, asistimos progresivamente a un deterioro cada vez más pronunciado del mismo y las perspectivas no son en absoluto halagüeñas.
Comparativamente, la situación en el mundo indica que una mayoría de países ha optado por el voto voluntario, entre ellos, por ejemplo, los que nos acompañan en la alianza del Pacífico: México, Colombia y Chile. Incluso Costa Rica, que se apresta a ingresar a esta alianza, coincide también con el voto facultativo. Por lo demás, abundan los ejemplos de países con voto voluntario, donde la institucionalidad de los partidos y la legitimidad de sus líderes superan sin duda la que observamos en el Perú (el propio Costa Rica, EE. UU. y casi el conjunto de los europeos). Más cerca de nuestra situación se hallan otros países con voto obligatorio (Honduras y Bolivia), y aún peores indicadores muestran algunos de similar opción respecto al voto, como la República Democrática del Congo. Un estudio de Idea Internacional, hecho en 199 países, muestra que al año 2010 las tendencias al ausentismo, tanto en los países con voto voluntario como obligatorio, son igualmente crecientes. La participación en estos últimos solo es mayor en siete puntos porcentuales. El problema de fondo a afrontar, en consecuencia, parece ser distinto al asumido hasta el momento por nosotros.
Lo que hoy tenemos en el Perú, como en otros países donde se mantiene la obligatoriedad del voto, no parece que contribuya a legitimar el sistema político; antes bien, distorsiona la realidad al crear una suerte de espejismo o legitimidad artificial, que nada tiene que ver con los contenidos sustantivos de la democracia.