Tengo dos hijas mujeres aún pequeñas. En esta etapa de su vida suelo estar cansada de cambiar pañales y preparar loncheras, pero soy consciente de que estamos viviendo la etapa menos retadora de su crianza. En algunos años más serán adolescentes digitales (algo que, debo confesar, me aterroriza).
Si bien con la lista larga de retos urgentes que enfrentan niñas y mujeres en nuestro país este no suele estar en la portada, me parece inminente discutir la realidad de las adolescentes en un mundo cada vez más dominado por las interacciones virtuales. De hecho, este 8 de marzo, el tema del Día Internacional de la Mujer es “Por un mundo digital inclusivo: innovación y tecnología para la igualdad de género”. Este foco es una oportunidad para reflexionar sobre qué podemos hacer hoy para que el avance de la tecnología vaya a favor de las niñas y no en su contra.
Personalmente, soy una convencida del potencial de la tecnología para crear oportunidades para las mujeres –es algo que veo en mi trabajo en Laboratoria todos los días–. Dicho esto, no puedo dejar de pensar en los riesgos que implica la tecnología creada por un mundo machista, que simplemente reproduce y amplifica exponencialmente todo lo que ya estaba mal en el mundo real.
Hace unos días, el Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos reveló su Encuesta Bianual de Comportamientos Riesgosos en la Juventud. La encuesta mostró que la mayoría de niñas adolescentes (57%) dicen experimentar tristeza o desesperanza de manera persistente (comparado con el 36% en el 2011). Además, el 30% de adolescentes mujeres dice haber considerado seriamente el suicidio (comparado con el 19% en el 2022). Los adolescentes hombres también están sufriendo, pero sus índices de depresión y ansiedad son menores, y la velocidad de este incremento desde el 2011 también ha sido menor.
Como explica Jonathan Haidt, psicólogo social y profesor de NYU, si bien no todos los retos de salud mental en las adolescentes tienen su origen en la realidad digital, cada vez hay más evidencia de que el uso de redes sociales es una causa sustancial de la depresión y ansiedad en adolescentes. Como explica el investigador, hemos entrado en una era de crianza basada en los dispositivos celulares, que bloquea el desarrollo humano normal al quitar tiempo de sueño, juego y socialización en persona, además de causar adicción y llevar a las niñas a comparaciones sociales que simplemente no pueden ganar. La violencia de género que vivimos en las calles, además, se replica y escala en las redes.
Si bien el reporte refleja la realidad estadounidense, no tengo duda de que en el resto del mundo vamos por el mismo camino. En el Perú, desde hace unos años existe la plataforma ‘noalacosovirtual.pe’, dedicada a recibir denuncias de casos de acoso en medios digitales para, a partir de ellos, diseñar políticas públicas. En el 2022 se recibieron 566 denuncias de hostigamiento, insultos, amenazas, entre otras formas de acoso dadas principalmente en redes sociales. El 90% de las víctimas fueron mujeres y el 35% eran menores de 23 años. Si bien este esfuerzo va en la dirección correcta, capta aún una mínima fracción de lo que sucede.
¿Cómo proteger a nuestras niñas de esta realidad desgarradora? Creo que este es uno de los retos más grandes de nuestra generación para formar adolescentes y mujeres jóvenes seguras de sí mismas, que gracias a ello puedan llegar lejos en todos los ámbitos. No tengo una respuesta mágica, pero se me ocurren tres cosas en las que el Estado, las familias y el sector de tecnología podemos empezar a unir fuerzas.
La primera, más horas de colegio presencial y deporte cada día. La jornada escolar actual, que suele ser de menos de seis horas efectivas al día, es insuficiente de muchas maneras. En hogares donde ambos padres trabajan, niños, niñas y adolescentes suelen quedar abandonados por horas a la distracción que el celular de turno puede darles. En un país con poquísimos espacios públicos y oportunidades deportivas, extender la jornada escolar completa es una medida de alto impacto que debería ser priorizada a escala nacional.
La segunda, más comunicación en nuestras familias, entendiendo además que muchas necesitamos mayor guía y herramientas para saber cómo enfrentar la crianza de adolescentes en un mundo tan complejo como el que tenemos hoy. Como padres de familia debemos informarnos y estar cerca de nuestros hijos e hijas, poniendo límites a su uso de redes sociales y protegiendo su salud mental. Los colegios tienen también un rol que jugar para abordar estos temas y equipar a las familias.
La tercera, y muy cercana a mi corazón, es trabajar por construir una industria de tecnología más diversa e inclusiva. Las mujeres deben ser parte del diseño y la construcción de los productos digitales que hoy influyen en tantos aspectos de nuestras vidas. Estos definirán nuestro futuro y, si queremos tener alguna oportunidad de que la tecnología contribuya al cierre de brechas, necesitamos la mirada de múltiples diversidades detrás de ella.
La tecnología digital sin duda puede ser una fuente de aprendizaje, acceso y comunidad de enorme impacto para las niñas y adolescentes en nuestro país. El reto está en entender también los riesgos que conlleva y actuar proactivamente desde todos los frentes para que, como bien dice el tema del 8M este año, creemos un mundo digital inclusivo, capaz de hacernos avanzar en la igualdad de género.