Hay pocos momentos en que el ejercicio colectivo de nuestra ciudadanía importa más que durante la época electoral. Mirado desde un ángulo malicioso, además, este es el momento donde los oportunistas políticos brillan y los actores colectivos tienen la posibilidad de aumentar su capital social, siquiera temporalmente. Esto es, cuando los intereses políticos abundan, los políticos suelen mirar a diversos grupos, otrora ignorados, para ganar simpatías que eventualmente se traduzcan en votos. Es común que estos grupos vuelvan a su estatus de invisibilidad luego de las elecciones. No obstante, siempre existe la posibilidad de la acción ciudadana estratégica sobre ese capital social temporal y, con ello, la obtención del apoyo de una audiencia más amplia respecto de las causas que persiguen y/o les afectan.
Es medianamente vergonzoso hacer un listado de las causas, poblaciones, comunidades y pueblos particularmente ignorados, además de invisibilizados; sobre todo durante el año de nuestro bicentenario. Así que mirémoslo desde el otro lado: ¿Quiénes están particularmente representados en nuestro escenario político el día de hoy? Una mirada superficial nos indica que los hombres adultos blancos/blanco-mestizos son los más representativos en esta fotografía que ilustraría nuestras opciones electorales; son una rotunda mayoría en la carrera por el sillón presidencial, por lo menos. La carrera congresal presenta algo más de diversidad. Hay muchas personas que no están, sin embargo. Así como muchas personas, aun cuando no sea consecuentemente, que no se sienten representadas. Revisábamos en un texto publicado hace algunas semanas en este mismo Diario, que la mayoría de planes de gobierno no incluyen una propuesta para el reconocimiento de los derechos de la población LGTB. Especulábamos que una de las razones podría ser que los partidos no ven en las personas LGTB a un grupo elector importante o con suficiente capital social explotable. No obstante, dejamos por fuera un elemento fundamental: hablar de lo LGTB, aún si integramos lo LGTBIQ+, es sobrerreductivo y reproduce la misma invisibilidad a que hacía mención más arriba.
Las necesidades, particularidades y barreras simbólicas y estructurales a las que se enfrentan las mujeres lesbianas, los varones gays y las mujeres trans, por nombrar tres ejemplos únicamente, son distintos y requieren su propio tratamiento. En este mismo orden de ideas, cuando decimos que los planes de gobierno no recogen las necesidades de atención particular del colectivo, no estamos haciendo una valoración sobre las necesidades diferenciadas y la urgencia de enfoques diferenciales que atiendan a estas necesidades. Con una expectativa de vida estimada en 35 años, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las personas trans son uno de los grupos más vulnerables en el contexto de la comunidad LGTBIQ+, así como el más invisibilizado en el contexto de esta contienda electoral. No solo gracias a las barreras estructurales que encuentran para el ejercicio y goce de sus derechos, como el derecho a elegir y ser elegidas, sino además por las barreras simbólicas que nosotros como sociedad les ponemos por delante. El más básico, la falta de reconocimiento de su propia identidad.
Es demás sabido que el bicentenario nos encuentra con varias tareas pendientes. Empecemos por el reconocimiento mínimo de que es obligación del Estado Peruano el garantizar los derechos de todos y todas, en igualdad. Así también, que para materializar esta igualdad, en un país de profundas brechas como el nuestro, es necesario asegurar medidas para el ejercicio efectivo de derechos. Cómo si no, podemos afirmar en nuestro primer artículo constitucional que: “La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado.” Cómo, si hay tantas personas humanas que nos rehusamos a ver.