Ayer fue el Día del Maestro. Quienes cuentan con conectividad, seguro celebraron virtualmente, pues la mayoría de escuelas están cerradas hace 16 meses. Esta situación es devastadora para niños, niñas y adolescentes. Cerca de 705 mil estudiantes han abandonado sus estudios o están en riesgo de hacerlo, ha incrementado la angustia en menores y se proyecta una pérdida del 70% de aprendizajes en los escenarios rurales. Es tarea urgente del Gobierno acelerar el plan de retorno semipresencial. Sin embargo, mientras eso demora, muchos docentes están haciendo esfuerzos inimaginables para continuar enseñando y cuidar la salud emocional de sus estudiantes. Hoy comparto tres historias de áreas rurales que son dignas de aplausos, pero también ponen evidencia la agenda pendiente que tenemos como país con los docentes.
La primera historia viene desde Pomacancha, Junín con el profesor Manuel. Él buscó apoyo de las únicas tres instituciones del distrito que tenían conectividad, y solo el Tambo Río Molino lo apoyó: brindó acceso a Internet a los estudiantes e imprimió materiales. Además, el profesor aprendió por sí mismo cómo usar un celular inteligente; organizó a las familias para comprar equipos y les enseñó a usarlos. Gracias a su estrategia de educación en el Tambo, sus estudiantes pudieron continuar aprendiendo desde mediados del 2020. El Minedu, recién en mayo 2021 aprox. ha iniciado la estrategia “Aprendo en Tambos” que, en cierta manera, es la experiencia del profesor Manuel llevada a 100 tambos del país.
La profesora Gabriela protagoniza la segunda historia desde Quinhuaragra, Áncash. Ella continuó enseñando mediante llamadas telefónicas individuales y multiconferencias de hasta tres personas diariamente, pues no se contaba con Internet. Además, la profesora logró organizar un voluntariado con jóvenes de otras ciudades que apoyaron como “mentores” a sus estudiantes. Se enfocó en promover el valor de la diversidad mediante estos intercambios, y en crear espacios de socialización para sus estudiantes que sufren por el aislamiento.
La profesora Emilia de Cabo Pantoja, Ucayali es la tercera historia. Ella es directora de una escuela rural unidocente y, durante el 2020, se mudó de manera permanente a Cabo Pantoja para enseñar de manera semipresencial sin poner en riesgo a sus estudiantes con la movilización. Las familias no accedían a conectividad ni a dispositivos. Por ello, trasladó sus propios equipos (televisor, laptop, celular, proyector y conexión a Internet) a la escuela e hizo posible la trasmisión de Aprendo en Casa. Además, se enfocó en fortalecer las habilidades comunicativas y la confianza de sus estudiantes con dinámicas de reconocimiento de su propia voz mediante WhatsApp.
Estas son solo tres historias de docentes referentes entre muchas más que falta visibilizar. “Yo solo estoy haciendo mi trabajo” nos dijo uno de los profesores cuando le comentamos lo impactante que era su historia. Al elegir enseñar en área rural, él sabía que su labor implicaría gestiones extraordinarias porque no recibiría apoyo suficiente del Estado. Igual asumió el reto porque enseñar es su vocación. Todas y todos los docentes que hoy hacen estos esfuerzos inimaginables en las áreas rurales son inspiradores y los celebramos con cariño. Sin embargo, mal haríamos en quedarnos solo en aplaudirlos.
Se requiere atender de manera prioritaria a los docentes que enseñan en áreas rurales para lograr garantizar calidad educativa a sus estudiantes. Como país, se tiene una agenda pendiente con ellos que debería incluir a corto y mediano plazo, por lo menos, lo siguiente: formación docente en competencias digitales; provisión de recursos para enseñanza semiprensencial (equipos, conectividad y software); fortalecimiento de los institutos pedagógicos; mecanismos de visibilización y reconocimiento de su trabajo; y mayor soporte para la educación intercultural y especial. La mejor manera de celebrar a las maestras y maestros es priorizar la inversión en ellos desde el Estado y desde las organizaciones privadas también.