El resultado de la moción de vacancia presidencial no oculta la realidad. La mayoritaria y creciente desaprobación del Gobierno singulariza las limitaciones del presidente para afrontar los problemas del país y para aprovechar históricas oportunidades. El Congreso tampoco se salva en las encuestas, carece de simpatías y las oposiciones cargan con sus pasivos.
Cerrando su defensa, el presidente afirmó: “Los desafíos urgentes que tenemos en salud, educación, economía, seguridad, exigen que trabajemos unidos, que dejemos de lado las antipatías y las desconfianzas, y actuemos con grandeza, compromiso y patriotismo. Estos son tiempos de unidad, son tiempos de colaboración. Eso es lo que nuestros ciudadanos nos piden. Ello solo depende del esfuerzo y la voluntad de cada uno de nosotros”.
Igualmente, sostuvo: “Rechazar esta moción de vacancia no significa que los temas no sigan siendo investigados; todo lo contrario, estamos dispuestos a seguir colaborando con las indagaciones”.
Simplificando, reconoció la gravedad del momento y tendió la mano sin exclusiones para gestar colaboración y descomprimir la tensión con el Poder Legislativo y con la calle.
Horas después, la vicepresidenta, que había mantenido un administrado silencio, afirmó: “Si la familia o el entorno del presidente está no habido, yo les sugiero que se pongan a derecho [...]. Preséntense y den la cara [...]. Caiga quien caiga”.
El presidente sabe que el Congreso puede imponerse legislando por insistencia. También, que no puede prescindir de un sólido Banco Central de Reserva. A partir de julio, el Perú recibirá pautas para ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), un proceso que implica elevados estándares y supervisión efectiva. Paralelamente, tras los sabotajes a mineras, se incrementan los bloqueos de carreteras, que todo lo encarecen. Aun así, se resiste a hablar y a rendir cuentas claramente. En el balance prevalecen el sesgo ideológico, la insuficiencia cognitiva y el deseo por controlarlo todo. Esta es la fórmula infalible del fracaso más rotundo y doloroso.
Dada la magnitud de la crisis, la gran mayoría de peruanos demanda diálogo y acuerdos porque el fracaso del presidente perjudica al país. Así, enfrentaríamos dos caminos: darle una oportunidad o negársela.
Dado que el entrampamiento parece no tener fin, si no se recoge el guante y el presidente sigue gobernando con impunidad, aumentará la conflictividad política y social. Si, a pesar de sus grandes pasivos, esta vez se le cree, puede construirse un camino democrático, constructivo, condicionado y superador, aunque sea temporal.
Considero que correspondería que el presidente y las oposiciones dialoguen, concuerden y pacten públicamente respecto de lo que la primacía de la realidad indica. ¿Y qué nos indica?
El presidente priorizó los sectores Salud, Educación, Economía e Interior. Añadiría infraestructura, brecha digital, déficit social, racionalización normativa, corrupción y comprobadas competencias para ejercer la función pública.
Para pactar y ejecutar, no hay tanto que inventar. Debemos partir de una visión integral e integradora del país, y el Gobierno no la ofrece. Acorde con una visión integral e integradora, razonablemente construida y compartida, se acuerdan mínimos y máximos de las reformas priorizadas y las medidas necesarias para lo que sobran competencias y ejemplos empíricos técnicamente medibles de lo que da y de lo que no da resultados, recordando que el país demanda del presidente transparencia y resultados, principalmente.
Lo acordado constituiría un “Pacto de Concordancia Nacional” por un período de tres años, deponiendo las armas y silenciando el lenguaje bélico para encaminar la reconstrucción y la construcción del país, según sea el caso. Después que cada quién tiente su suerte política y que el elector lo juzgue.
Si este camino y apuesta políticamente disruptiva gozara de la máxima prioridad, concordar el pacto no debería tomar más de tres meses porque la crisis se agudiza profundizando carencias.
El reto dicho y escrito está. Si las oposiciones lo asumen y el presidente no obra en consecuencia, entenderemos que sus ofrecimientos carecieron de voluntad, que su genérica admisión de errores no comprometió enmienda alguna, que la guerra continúa. En suma, entenderemos que no fue ‘palabra de presidente’