Si uno es economista, tiene la mente entrenada para ver al mundo a través de los incentivos. Los incentivos están en todas partes, y la economía ha desarrollado un marco conceptual rico y sutil para entender todas las maneras en las que se los podría distorsionar. La mayoría de los problemas en el mundo pueden atribuirse a incentivos distorsionados.
Sin embargo, un antiguo proverbio advierte que no se debería ver cada problema como un clavo solo porque tenemos un martillo en la mano. Si bien la economía puede captar muchas de las sutilezas de los incentivos, ha desarrollado una paleta relativamente acotada con la cual describir las capacidades y cómo se desarrollan. Pero las capacidades claramente importan. Si alguien no está haciendo algo que valoramos como sociedad, podría ser porque no puede. Esta debilidad en la economía tiene implicancias de amplio alcance sobre cómo entendemos el crecimiento y el desarrollo económico, que tiene que ver esencialmente con la acumulación social de capacidades productivas.
Mientras que los incentivos afectan las elecciones que hacemos, las capacidades determinan con qué opciones contamos. El crecimiento y el desarrollo tienen que ver con la expansión de esas opciones y, por ende, dependen fundamentalmente de políticas que catalicen o favorezcan la acumulación de capacidades.
Por ejemplo, cuando se les pregunta qué se puede hacer para fomentar las exportaciones de un país, los economistas tienden a buscar desincentivos para exportar. Quizás el proteccionismo comercial esté haciendo que las empresas prefieran el mercado doméstico. Tal vez las políticas comerciales y los procedimientos aduaneros engorrosos estén sumando costos de transacción. No sorprende que todos estos factores basados en incentivos estén incluidos en el Índice Doing Business del Banco Mundial, y en el Índice de facilitación del comercio del Foro Económico Mundial.
Pocas veces los economistas consideran si un país tiene o no las capacidades necesarias para producir los productos correctos de la calidad correcta. ¿Políticas destinadas a bajar las protecciones comerciales y reducir los costos mejorarían esa capacidad? ¿O una mayor competencia en el mercado doméstico impediría la industrialización y debilitaría la capacidad para negociar con empresas extranjeras? Sin una visión sobre cómo estas políticas afectan la acumulación de capacidades, ni siquiera se las puede evaluar como corresponde.
De la misma manera, ante la pregunta sobre por qué gran parte del empleo de los países emergentes y en desarrollo está en microempresas –es decir, en el sector informal–, la respuesta obvia, según sostiene Santiago Levy de la Brookings Institution, es que el gobierno, mediante impuestos y subsidios, ha conseguido que resulte ventajoso seguir siendo pequeño. ¿Pero no se puede también explicar el problema por la falta de acceso de las microempresas a las capacidades necesarias para crecer, o por la falta de acceso de las grandes empresas a trabajadores distantes?
Para ampliar sus capacidades, los países y las empresas necesitan aprender a hacer las cosas que todavía no saben cómo hacer.
Un primer paso obvio es convocar a personas o empresas que sí saben cómo hacer esas cosas. Muchos estudios han demostrado que la inmigración, las diásporas, la inversión extranjera directa y hasta los viajes de negocios son factores importantes en el crecimiento de las capacidades domésticas.
Asimismo, lo que importa no es solo la diversidad de las habilidades individuales sino también la disponibilidad local de proveedores o clientes, especialmente para insumos o productos que no se pueden transportar fácilmente. Una vez más, estos factores dependen de la estructura del ecosistema comercial existente que las empresas dan por hecho. Y ese ecosistema, a su vez, es un reflejo de la acumulación previa de capacidades, inclusive aquellas adquiridas por el gobierno y utilizadas para ofrecer bienes públicos y regulaciones específicas.
En suma, existen capacidades en diferentes niveles. Pero las capacidades no pueden ser coordinadas exclusivamente por los mercados, sobre todo porque muchas capacidades existen dentro de organizaciones que no pertenecen al mercado.
La acumulación de capacidades debe estar en el centro de cualquier agenda de crecimiento y desarrollo. Hay muchos instrumentos que se podrían utilizar para desarrollarlas. Estos incluyen la protección comercial de las industrias incipientes; garantías de demanda; empresas estatales (como en el sistema postal y los servicios públicos); políticas que instan a los conglomerados nacionales a diversificarse; corporaciones nacionales de desarrollo y sistemas de innovación regionales y nacionales.
El aporte más importante de la economía al mundo ha sido profundizar nuestro entendimiento de los incentivos. Pero no tener una comprensión equivalente de las capacidades puede llevarnos no solo a ver todos los problemas como un clavo, sino también a clavar a los países en desarrollo a una cruz de falsa ortodoxia.