Cuando PPK ganó en Arequipa en la primera vuelta del 2016, quebró una persistente tendencia electoral en el sur desde el 2001. Las propuestas ganadoras usualmente prometían desafiar al modelo, buscando un reconocimiento político. Así lo reflejaron las victorias de Toledo (2001) y Humala (2006 y 2011). Pero todo volvió a su cauce en el 2018, con el triunfo de Elmer Cáceres Llica y la victoria de UPP en el 2020 en las elecciones congresales, bajo el liderazgo clandestino de Antauro Humala. Lo sucedido con PPK –que podría haber creado una fisura en el macizo voto del sur– fue una golondrina que no hizo verano.
Cada cinco años, a nuestras élites les recorre un sudor frío cuando comienzan a revisar las proyecciones del voto del sur y advierten que –parafraseando a José Luis Rénique–, se comienza a incendiar la pradera. La historia se repite cíclica e inevitablemente. Le llamarán voto de protesta, antisistema, radical o antilimeño. No solo es un comportamiento electoral. Es una identidad política diferenciada del resto del Perú detrás de la que hay razones históricas y sociológicas expresadas también electoralmente. Obviamente, no todos en el sur votan así, pero las mayorías son contestatarias.
En una campaña diabólicamente centralista, donde la opinión pública se mira empecinadamente el ombligo, esta visión territorial de la política está siendo subestimada. ¿Es clave ganar el sur? Toledo y Humala, ganaron el sur y llegaron a segunda vuelta. Keiko no tuvo una votación despreciable en el 2011 y 2016, sus números fueron halagüeños, pero jamás pudo ganarlo, como tampoco su padre, salvo en 1995. En el 2016, fue Verónika Mendoza la que conquistó el sur, con excepción de Arequipa, y la única a la que ese triunfo no le bastó para llegar a segunda vuelta. Recordemos que Guzmán hasta antes de su exclusión electoral y Barnechea antes del ‘chicharrongate’, lideraron la intención del voto en el sur. Mendoza, Guzmán y Barnechea, representaron propuestas que desafiaban al sistema, lo que Vergara llamó propuestas del horizonte “estadonacional”, que respondían a la aspiración de los ciudadanos que no se han beneficiado aún con las bondades del modelo.
Sorprende que, en una campaña donde los porcentajes de intención de voto en enero son tan bajos en comparación con el 2011 y 2016, la mayoría de candidatos presidenciales no le hayan hablado aún a los electores del sur, en un lenguaje que los identifique. No buscan destruir el modelo económico –como equivocadamente se cree–. Antes bien, exigen el cumplimiento de eternas promesas olvidadas: desarrollo inclusivo, agenda política descentralizada y respeto por su identidad cultural representada en sus concepciones sobre el valor de la tierra y la comunidad.
Hoy lideran el voto del sur Yonhy Lescano y George Forsyth, como lo confirman Datum e Ipsos. Lescano tiene una propuesta que desafía al sistema político y económico, y viene creciendo sostenidamente en silencio. Forsyth tiene un envidiable apoyo en todas las regiones (incluidas norte, centro, sur y oriente) con un discurso antipolítico. No sorprendería que tanto Guzmán como Mendoza, quienes les siguen en la intención del voto en el sur, no lo conquisten porque han moderado sus discursos políticos. Lejos estamos del Guzmán que desafiaba a la clase política tradicional en el 2016 y de la Mendoza valiente con aires de María Parado de Bellido. Pareciera que el remolino mediático limeño los ha devorado. El electorado mayoritario del sur necesita que sus candidatos se pongan el alma y no anden con mensajes timoratos. No hay región más distante del país que Lima. Si quieren ganar esta elección, miren al sur.