Los recientes hechos que han tenido lugar en el país han provocado que la mayoría de los grupos políticos, incluso los que se han caracterizado por su férrea disciplina como el Apra y el fujimorismo, ahonden sus divisiones internas. ¿Tales rupturas son hechos coyunturales o estamos frente a una profundización de la crisis de los partidos políticos peruanos?
Usualmente, la política peruana siempre ha sido caracterizada como caótica. Por un lado, se ha señalado que la ausencia de instituciones políticas es la causa de conflictos políticos y sociales. Por otro lado, permanentemente se ha tendido a visibilizar con especial énfasis los conflictos políticos, especialmente a nivel parlamentario.
Pese a ello, hay evidencia para relativizar estas percepciones. Aunque varios de los conflictos sociales que han tenido lugar en el Perú movilizaron a importantes sectores de la ciudadanía, si se ven en perspectiva comparada, es posible observar que no se han dado con tanta frecuencia. Asimismo, más allá del ruido político ocasionado por las pugnas parlamentarias –lo que es usual acá y en cualquier parte del mundo– el actual Parlamento ha venido funcionando con significativos niveles de colaboración y cohesión. El proyecto Parlamento Abierto, en el que yo participo, (patrocinado por ESAN y el Grupo de Análisis Político 50+1) encontró que, pese a las declaraciones altisonantes del keikismo, en cuestión de medidas fundamentales, Fuerza Popular se ha alineado con el Gobierno. Más importante aun, el último reporte (de diciembre del 2017) encontró que todas las bancadas, salvo la de Nuevo Perú, mantenían altos niveles de disciplina parlamentaria.
En los últimos días, la endémica sensación de caos en el país se ha visto promovida por las disidencias que la mayoría de partidos políticos han sufrido. No obstante, frente a lo que se asume en el Perú, es normal que los partidos políticos tengan bajo su seno facciones y que, en algún momento, estas decidan emprender un camino propio. La ruptura no necesariamente significa crisis. Por el contrario, el hecho de que una disidencia decida independizarse puede abrir una nueva etapa y aminorar las presiones sobre la organización que la acogía. Lo fundamental en estos casos es qué parte es la más competitiva (electoralmente hablando).
En otras palabras, si la facción que se queda es la que posee la maquinaria política y los líderes carismáticos, no habría nada que temer. Los problemas asoman cuando pasa lo contrario. El hecho de que los partidos más disciplinados del país hayan tomado medidas draconianas contra sus disidentes habla más de sus juegos políticos internos antes que de la profundización de sus “crisis internas”. El keikismo no quiere perder su mayoría parlamentaria y el alanismo quiere seguir siendo la fuerza que determine qué se mueve y qué no dentro del Apra. Más allá de eso, ambos grupos son más que sus anquilosadas estructuras jerárquicas; son movimientos con fuertes identidades políticas y con políticos profesionales.
En suma, me parece que el concepto de “crisis política” es lo que realmente está en crisis, pues todo lo que vemos hoy como 'crisis' no es tan grave como parece. Hoy en día se hace necesario observar los acontecimientos políticos con una mayor perspectiva y entender que en el Perú no hay –ni habrá– partidos jerárquicos, sino movimientos unidos por identidades antes que por estructuras carcelarias. El uso del concepto de ‘crisis’ solo ha servido para imaginar proyectos encaminados a un supuesto fortalecimiento de los partidos políticos o de su democracia interna que, antes que mejorar las cosas, las terminó empeorando. El Perú necesita de una reforma institucional pero, claramente, ese no es el camino.