Aunque es notable que Estados Unidos finalmente esté a punto de tener una vicepresidenta, dejemos de llamarlo un logro sin precedentes. Como sugieren algunos estudios arqueológicos recientes, las mujeres han sido lideresas, guerreras y cazadoras durante miles de años. Esta nueva investigación está desafiando creencias arraigadas sobre los llamados roles de género naturales en la historia antigua.
En noviembre, un grupo de antropólogos y otros investigadores publicó un artículo en la revista académica “Science Advances” sobre los restos de un cazador de caza mayor de 9.000 años enterrado en los Andes. Al igual que otros cazadores de la época, esta persona fue enterrada con un kit de herramientas especializadas asociadas con el acecho de caza mayor. No había nada particularmente inusual en el cuerpo, aunque los huesos de las piernas parecían un poco delgados para un cazador macho adulto. Pero cuando los científicos analizaron el esmalte dental, el cazador resultó ser una mujer.
Con esa información en la mano, los investigadores volvieron a examinar la evidencia de otras 107 tumbas en las Américas de aproximadamente el mismo período. Se sorprendieron al descubrir que de 26 tumbas con herramientas de cazador, 10 pertenecían a mujeres. Los nuevos datos cuestionan un dogma influyente en el campo de la arqueología. Apodado “el hombre el cazador”, esta es la noción de que los hombres y las mujeres en las sociedades antiguas tenían roles estrictamente definidos: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Ahora bien, esta teoría puede estar desmoronándose.
Si bien el hallazgo andino fue digno de mención, esta no fue la primera mujer cazadora o guerrera que se encuentra al reexaminar la evidencia arqueológica antigua utilizando técnicas científicas nuevas.
Hace tres años, los científicos reexaminaron los restos de un guerrero vikingo del siglo X hallado en Suecia a finales del siglo XIX. El esqueleto había sido enterrado regiamente en la cima de una colina, con una espada, dos escudos, flechas y dos caballos. Durante décadas, comenzando con la excavación original, los arqueólogos asumieron que el vikingo era un hombre. Cuando los investigadores en los 70 realizaron una nueva evaluación anatómica del esqueleto, comenzaron a sospechar que el vikingo era en realidad una mujer. Pero no fue hasta el 2017, cuando un grupo de arqueólogos y genetistas suecos extrajeron ADN de los restos, que el sexo del guerrero resultó ser femenino.
El hallazgo generó una controversia sobre si el esqueleto era realmente un guerrero, con eruditos y expertos protestando por lo que llamaron historia revisionista. Aunque la determinación genética del sexo era indiscutible (los huesos del esqueleto tenían dos cromosomas X), estas críticas llevaron a los investigadores suecos a examinar la evidencia una vez más y presentar un segundo análisis en el 2019. Su conclusión nuevamente fue que la persona había sido un guerrero.
Los detractores plantearon puntos justos. En arqueología no siempre podemos saber por qué una comunidad enterró a alguien con objetos particulares. Y una mujer guerrera no significa que muchas mujeres fueran líderes, al igual que el reinado de la reina Isabel I no fue parte de un movimiento feminista más amplio.
A los historiadores ‘de sillón’ les encanta obsesionarse con sociedades míticas dominadas por guerreras, como las amazonas y las valquirias. Seamos claros. Estos hallazgos no revelan un matriarcado antiguo. Pero tampoco reafirman la idea de sociedades en las que los hombres dominan por completo. Lo que indican es mucho más mundano e identificable: algunas mujeres eran guerreras y líderes; muchas no lo fueron. Había desigualdad, pero no era absoluta, y hubo muchos cambios a lo largo del tiempo. Cuando se trata del poder femenino y los roles de género, el pasado fue tan ambiguo como el presente.
–Glosado y editado–
© The New York Times