Se dice que Henry Ford, pionero de la industria automotriz, sostuvo que si le hubiera preguntado a la gente qué necesitaba, ellos le hubieran respondido que necesitaban un caballo que vaya más rápido. Al consultarle a las personas sobre lo que necesitan se debe calar profundamente para comprender las reales necesidades y problemas que padecen. El valor de la empatía no consiste en la capacidad de escuchar, sino en la capacidad de ponerse en los zapatos del otro y, desde este lente, entender mejor los problemas que se deben solucionar.
Una de las principales razones por las que no solucionamos los problemas en el Estado es porque no identificamos con claridad cuál es ese problema que buscamos resolver. Por lo tanto, nos esforzamos en cambiar aspectos superficiales del asunto que no son capaces de cambiar la realidad. Está claro que necesitamos hacer las cosas de manera distinta, pero en muchos casos, al identificar un problema que debe ser resuelto, este viene con la solución de manera intrínseca, lo que automáticamente nos condena a pensar en una sola solución. Por ejemplo, si nosotros identificamos que la falta de hospitales es un problema que debemos solucionar, veremos que la única salida posible para ese caso es la creación de hospitales, en vez de pensar de manera más profunda en el problema real que está afectando a las personas más allá de la falta de hospitales. Si nos enfocamos en el problema real, podemos pensar en diferentes alternativas de solución y, a partir de ellas, escoger aquella que funcione mejor para atacar ese problema de verdad. Algo que siempre le digo a mis alumnos es que debemos casarnos con el problema que queremos solucionar y no con la solución que traemos a la mesa de discusión previamente diseñada.
Resulta ya bastante trillado comentar que la pandemia ha desnudado diversos problemas que tenemos que resolver como país, y un cambio de la Constitución parece ser la única salida. Las preguntas que me hago, como especialista en gestión pública y en políticas públicas, son: ¿realmente un cambio de la Constitución es lo que necesitamos o qué hay detrás de esta demanda de querer cambiarla? ¿Qué es lo que necesitamos cambiar realmente? ¿Qué queremos cambiar al cambiar la Constitución? Estoy segura de que responder esto puede traernos alternativas más efectivas para beneficiar a la gente.
Nuestra débil institucionalidad pública está plagada por fuerzas invisibles que evitan que las reformas se logren. La tensión entre reformistas y antirreformistas se concentra en querer cambiar las normas a un nivel superior en vez de concentrarse en cambiar la forma en la que diseñamos e implementamos las políticas públicas, que son el medio para lograr soluciones concretas. Es decir, líderes con un genuino interés por un cambio que beneficie a la gente se concentran en el cambio de las formas más no del fondo del problema, fortaleciendo la cultura del gatopardismo.
En vez de hablar del “momento constituyente”, aquellos agentes que buscan un cambio real para las personas deberían estar hablando de construir un “momento de reformas del Estado”, en donde se piense cuáles son los problemas en los que debemos concentrarnos. Esto es lo que se llama diseñar soluciones centradas en los ciudadanos. Esta es la revolución que necesitamos, lo que puede, además, ayudar a generar mayores consensos y un ambiente de gobernabilidad, lo cual escasea en estos tiempos.