Mucho antes de que empezáramos a referirnos a Haití como el país más pobre de América o el Estado más ingobernable del continente o la nación más azotada de la región –todos asertos verdaderos–, había formas más nobles y señeras para aludir a esta porción de tierra caribeña.
Haití fue, después de EE.UU., la primera nación que logró su independencia en América – la alcanzó en 1804 – y fue también la primera república negra libre del mundo. Toussaint Louverture pasaría a la historia, aunque ahora parece estar en un cajón olvidado de ella, como el dirigente y estadista que se alzó contra la esclavitud colonial y que se convirtió en prócer de aquella incipiente nación, cuyo alumbramiento no vio, pues murió encarcelado un año antes en Francia.
Más de dos siglos después de esa gesta precursora, aquel Estado libre con que Louverture soñaba se ha convertido en una pesadilla de país apaleado y sojuzgado por diversas esclavitudes: la corrupción, la miseria económica, la crisis política constante, la inseguridad y hasta los embates de la naturaleza en forma de huracanes y terremotos.
Esta semana, Haití ha vuelto a hacer (triste) historia: ha sido escenario del primer magnicidio del siglo XXI en suelo americano. Encima, a diferencia de aquellos asesinatos de presidentes de los años 50 y 60 del siglo pasado, esta vez el crimen no ocurrió en una emboscada callejera o en un lugar público sino ¡en la propia residencia del mandatario! ¿Puede creerse tamaño estado de indefensión para un jefe de Estado en estos tiempos?
Desgraciadamente, la respuesta, tratándose de este país caribeño que comparte isla con República Dominicana, es que sí, porque todas las líneas rojas han sido cruzadas allí. La seguridad no existe en Haití: la policía luce bastante más débil que las bandas armadas que hoy secuestran impunemente a cambio de dinero en la capital Puerto Príncipe. Pero no es lo único ausente.
“Lo cierto es que antes del asesinato del presidente Jovenel Moise no había Poder Judicial ni Poder Legislativo, y ahora tampoco hay Poder Ejecutivo; por lo tanto, hay un caos y un vacío total de poder”, le ha dicho a este Diario el economista y politólogo haitiano Joseph Harold Pierre.
Más allá de las investigaciones para dar con los culpables del crimen – ¿bandas locales, mercenarios extranjeros, sectores oligárquicos de la industria eléctrica y/o maderera? –, lo que se avecina puede ser todavía peor. Por lo pronto, no han pasado ni 48 horas de la terrible conmoción y ya hay dos hombres reclamando la conducción de la nación: el primer ministro interino que anunció la muerte de Moise y el primer ministro nombrado que justamente debía asumir esta semana.
El país que en los últimos 40 años ha visto terminar su mandato de manera pacífica a solo uno de sus gobernantes elegidos en las urnas estira su espantosa crisis y el legado de lucha por la igualdad y la libertad simbolizado por Louverture luce cada vez más borroso.