¿Ha escuchado de ‘Pizzagate’? En el 2016, el ciudadano estadounidense Edgar Maddison Welch irrumpió en una pizzería de Washington D.C. armado con un rifle, convencido de que iba a encontrar en el local un sótano donde, según había leído en internet, operaba una red de pedofilia liderada por Hillary Clinton. Evidentemente, Welch no encontró lo que buscaba y fue sentenciado a cuatro años de cárcel por sus actos.
El problema, sin embargo, fue que ni Welch era el único que creía en ‘Pizzagate’, ni esa teoría conspirativa desapareció de las redes. Ese episodio fue simplemente el inicio de otra teoría de mayor alcance, de la cual se habla mucho hoy en los medios norteamericanos: Q Anon. De forma resumida, los seguidores de Q Anon creen que las élites globales son totalmente corruptas y que hacen acuerdos secretos para controlar a la población mundial. Estos denominados “globalistas” serían líderes del Partido Demócrata y otras figuras poderosas conocidas como George Soros y Bill Gates.
Sería sencillo desestimar estas creencias como locuras inventadas por personas que se encuentran en los márgenes de la sociedad, y ciertamente han circulado antes otras teorías de la conspiración en EE.UU.: recordemos el macartismo de los 50 o el ‘birtherism’, la creencia de que Barack Obama no es realmente un ciudadano norteamericano (algo promovido en el 2008 por el ahora presidente Donald Trump). Pero la pandemia del coronavirus ha resultado ser un caldo de cultivo perfecto no solo para la proliferación de Q Anon sino también para otras teorías, como la de que Bill Gates creó el coronavirus para implantarles posteriormente microchips a las personas a través de una vacuna. Y en esta ocasión, son teorías promovidas por líderes políticos en posiciones muy altas: el mismo Trump es conocido por sus fascinaciones conspirativas. Aparte del ‘birtherism’, el presidente insistió en un momento en que el coronavirus era una farsa inventada por el Partido Demócrata, ha retuiteado hasta ahora 145 cuentas de Twitter relacionadas con Q Anon y otros grupos conspirativos de la ultraderecha, de acuerdo con el “New York Times”, y desde la semana pasada despotrica contra un supuesto complot elaborado por Barack Obama contra su gobierno, al cual llama ‘Obamagate’.
Las teorías conspirativas, en realidad, tienen una explicación y un propósito político que funcionan en conjunto. Según el politólogo estadounidense Joseph Uscinski, estas creencias son utilizadas por grupos que sienten que no tienen o que han perdido poder en la sociedad, para acusar a sus enemigos políticos de ser corruptos que deben ser eliminados. La noción de que existen élites en la sombra que manejan el mundo a través de métodos secretos, y que deben ser revelados, parte de esa ansiedad por la falta de control. De aquí también surge el concepto del ‘deep state’ o “estado profundo” –la supuesta existencia de operativos ocultos dentro del gobierno que lo controlan–, que mencionan grupos como Q Anon o Trump mismo. Las teorías de la conspiración también sirven como sistemas de alerta para quienes las creen, de acuerdo con Uscinski, porque sienten que a través de ellas pueden anticiparse a lo que viene.
El deseo de “recuperar el control” y de desenmascarar al enemigo es justamente lo que hace que estas teorías sean tan peligrosas: puede ser utilizado por un actor político dispuesto a ir contra principios democráticos para lograr sus propósitos. En el caso más extremo, las teorías conspirativas pueden atraer a grupos radicales que son motivados a tomar acciones violentas para eliminar al enemigo y “despertar” al resto de la población, según los investigadores Jamie Barlett y Carl Miller. Y entre la ciudadanía común, promover la desconfianza absoluta hacia las élites genera que cualquier información que provenga de ellas o de instituciones “globalistas” sea inmediatamente descartada como falsa o perniciosa, y que otras fuentes que en muchos casos no tienen sustento factual o científico, sean vistas como legítimas.
En una sociedad en la que ya existe ansiedad económica y un descontento general con la política tradicional –exacerbados ambos ahora por el coronavirus–, el pensamiento conspirativo encuentra tierra fértil. Y también la agenda política de aquellos líderes que lo promueven. Eso explicaría por qué Trump (quien, según Q Anon, es el mesías que se traerá abajo a las élites globalistas corruptas, y la pandemia sería solo un intento de derrocarlo) es tan partidario de estas teorías. Como señala “The Atlantic”, ante sus numerosos fracasos y deficiencias, el presidente necesita construir su propia realidad para sostenerse en el poder. Ser el mesías, entonces, resulta muy útil.