El Sahara Occidental es uno de esos problemas internacionales que asoman de vez en cuando como noticias alejadas en los medios de prensa y que están en la agenda de pendientes de las Naciones Unidas.
Hace unos días, el Sahara Occidental volvió a convertirse en noticia, luego de conocerse que el gobierno de Donald Trump reconoció la autonomía de Marruecos sobre el Sahara Occidental, una medida que prende las luces del semáforo de la comunidad internacional.
El Sahara Occidental es una zona desértica y escasamente poblada en la costa noroeste de África. Fue anexionada por Marruecos en 1975 y, desde entonces, es objeto de una disputa por su soberanía entre los marroquíes y el Frente Polisario, que concentra al pueblo saharaui que reside en la zona y que autoproclamó su independencia en 1976. La ONU reconoce el derecho de los saharauis a celebrar un referéndum de autodeterminación que, por ahora, aparece como una opción alejada.
El reconocimiento del gobierno de Trump ha sorprendido a los propios marroquíes, pues hasta hace siete años –durante el gobierno de Barack Obama– la posición estadounidense era que el tema sea visto en la ONU. Para ello, inclusive, se cursó una propuesta al Consejo de Seguridad de la ONU a fin de que este revisase todo lo relacionado al tema de los derechos humanos; algo a lo que la monarquía marroquí se opuso.
Alejado de cualquier tono diplomático y subrayando el énfasis en su apoyo a la monarquía marroquí, Trump les ha dado un portazo a los saharauis que pugnan en la ONU por lograr el reconocimiento de un estado independiente. “Estados Unidos cree que un Estado saharaui independiente no es una opción realista para resolver el conflicto y que una autonomía genuina bajo soberanía marroquí es la única solución viable”, ha dicho el presidente estadounidense.
La decisión de Trump se explica por el acercamiento entre Marruecos e Israel, una política de apertura que el Gobierno Israelí de Benjamín Netanyahu ha emprendido en los últimos años y que le ha valido al Estado judío para establecer relaciones con países árabes, como Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Omán y Sudán.
Así, Rabat sale ganando en una apuesta arriesgada, pero explicada desde una perspectiva realista, pues su pretensión más grande es ostentar la soberanía del Sahara Occidental y que la primera potencia del mundo así lo reconozca.
Los saharahuis, por su parte, pierden un enorme terreno en la cancha diplomática, pues aunque siguen contando con el apoyo de la ONU, dos potencias importantes (EE.UU. y Francia) ya han reconocido la soberanía de Marruecos sobre el Sahara Occidental. Con esto, el Frente Polisario ve resquebrajadas sus opciones de lograr la independencia, al menos en el corto plazo.