El COVID-19 no es la única infección respiratoria que el mundo ha estado combatiendo, especialmente en los meses en los que hace más frío. El invierno pasado, la gripe casi desapareció en el mundo porque las precauciones tomadas contra el COVID-19, incluidas el uso de mascarillas y el distanciamiento social, también funcionaron para prevenirla.
Este año podría ser diferente, ya que la gente vuelve a sus actividades habituales y las precauciones se relajan. Pero al adoptar lo que se ha aprendido del SARS-CoV-2, incluidas las ideas más recientes sobre cómo se propagan los virus respiratorios en general, el mundo puede cambiar la trayectoria de las temporadas de influenza, lo que podría salvar decenas de miles de vidas en el proceso.
Cuando apareció el COVID-19 por primera vez, las autoridades de salud pública se preocuparon principalmente por la propagación del virus a través de las gotas de fluidos corporales. Para prevenir el contagio, entonces, se les solicitó a las personas que se lavaran las manos, mantuviesen dos metros de distancia y, si era posible, limpiasen sus comestibles.
Pero una explicación detallada de la transmisión de la gripe –desarrollada durante décadas y reconocida por no muchos científicos hasta hace poco– ha ayudado a los expertos a entender cómo ocurre la transmisión aérea del SARS-CoV-2.
Las investigaciones han descubierto que, al igual que con el coronavirus, las personas infectadas exhalan el virus de la gripe en pequeñas partículas mientras respiran, hablan y tosen. De hecho, el virus de la gripe se ha encontrado en aerosoles en ambientes interiores, incluidos hospitales, guarderías y aviones. Al igual que con el coronavirus, las personas pueden propagar la gripe incluso cuando no tienen síntomas, lo que es una indicación más de que la transmisión puede ocurrir sin que alguien tosa o estornude.
Si las recomendaciones para combatir la gripe continúan dependiendo, en gran medida, del lavado de manos y de la limpieza de superficies sin reconocer el papel de los aerosoles en la transmisión, es poco probable que hagamos mella en las decenas de miles de muertes anuales causadas por la gripe solo en Estados Unidos.
Las personas que quieran prevenir la infección por influenza deben vacunarse contra la influenza estacional. Ahora también deberían sentirse más cómodas usando mascarillas. Su uso, junto con el lavado de manos, parece reducir la transmisión de la gripe a otras personas dentro de los hogares. Aquellos preocupados por las infecciones de la gripe también pueden considerar limitar el tiempo que pasan durante la temporada de gripe en ambientes interiores abarrotados, donde la transmisión puede ocurrir más fácilmente.
Debo admitir que esto es difícil de hacer durante las vacaciones, cuando queremos reunirnos con otros, pero es una forma eficaz de reducir el riesgo.
Se necesitó mucho tiempo para que la limpieza del aire fuera reconocida como una herramienta poderosa para reducir el riesgo de transmisión del COVID-19. La ventilación y la filtración son dos técnicas probadas para eliminar físicamente los virus del aire, de modo que las personas estén menos expuestas a ellos.
Hay algunas formas sencillas de mejorar la ventilación, como abrir ventanas y puertas. Un pequeño estudio reciente, que aún no ha pasado por una revisión paritaria, mostró que la cantidad de coronavirus en el aire se redujo sustancialmente cuando la ventilación se incrementó significativamente al hacer funcionar un extractor de aire que eliminaba el aire viciado de una habitación, aspirando el aire exterior a través de una ventana abierta. Otras opciones eficaces pueden requerir más esfuerzo. El tratamiento ultravioleta es otro método que se utiliza en los hospitales para eliminar los virus en el aire. Esta técnica podría aplicarse de manera más amplia en áreas públicas concurridas, aunque debe instalarse adecuadamente para que sea efectiva y evitar los riesgos. El costo inicial es alto, pero vale la pena considerarlo como parte de un análisis de costo-beneficio.
El aumento de la humedad también puede ser útil para reducir la transmisión. La evidencia no es tan fuerte, pero algunos datos muestran que humidificar el aire en el rango de entre un 40% y un 60% podría ayudar. En este rango, ciertos virus de la gripe, el coronavirus y otros virus no sobreviven tan bien, y nuestra respuesta inmunológica es más fuerte que cuando el aire está más seco. No obstante, este efecto debe investigarse más a fondo.
Durante mucho tiempo he creído, basándome en años de investigación, que la comunidad médica subestima el papel de los aerosoles en la propagación de muchos virus respiratorios. Espero que el COVID-19 haya operado un cambio en el pensamiento sobre el aire que respiramos.
Es cierto que todavía hay algunas incógnitas al respecto: no está claro cuántas de las transmisiones de virus respiratorios se atribuyen a la inhalación de aerosoles, a la exposición a gotas de fluidos corporales y a las superficies contaminadas. ¿Cómo cultivamos ese conocimiento y diseñamos espacios para minimizar la transmisión de enfermedades? Esa es una pregunta que los gobiernos y los científicos deberían abordar.
Será un desafío repensar el diseño y el funcionamiento de los edificios, casas y espacios públicos para tener en cuenta la calidad del aire, pero no será imposible. A principios del siglo XX, la proliferación y modernización de los sistemas de tratamiento de agua y aguas residuales ayudó a que las enfermedades comunes transmitidas por el agua, como la fiebre tifoidea y el cólera, fueran una rareza en los Estados Unidos y Europa. Los resultados de las inversiones en infraestructura hídrica se consideran uno de los mayores logros de salud pública del siglo XX. Hacer que la calidad del aire sea más saludable para reducir las enfermedades debería ser un enfoque de salud pública para este siglo.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times