El recambio de nuestros políticos ha sido parte del debate público durante los últimos cinco años. Esto es especialmente relevante en nuestro país porque, desde hace al menos una década, el sistema se desintegró en su unidad más básica: el político individual. Todo partido electoralmente exitoso creado luego de la transición del 2000 ha sido un vehículo personalista, y los candidatos a cargos de elección popular, especialmente aquellos con trayectorias prolongadas, han sido propensos a cambiar de partido de manera recurrente.
Por ello, descifrar los patrones de las trayectorias políticas es una tarea perentoria. A grandes rasgos, entendemos mejor el funcionamiento de las agrupaciones políticas, marcadas por la informalidad y acuerdos de corto plazo, pero estas son cada vez más irrelevantes para entender el ejercicio del poder, como notaba Félix Puémape en estas mismas páginas. Por supuesto, esta no es una preocupación exclusivamente académica, sino, sobre todo, práctica. Por ejemplo, el llamado a nuevas elecciones generales presume que existe un grupo de políticos de mejor calidad capaz de ganar elecciones. Reformas en curso, como elecciones internas abiertas, operan bajo esa misma lógica.
Lamentablemente, hay pocos indicios para esperar ese resultado. Esto no quiere decir que en el Perú no haya gente valiosa con interés por lo público. Quiere decir, por el contrario, que existe un sistema de incentivos, afianzado durante años, que desalienta su ingreso y permanencia en política.
Pero el sistema no es amable para nadie, o para casi nadie. Las trayectorias políticas en el Perú son fragmentadas y de corta duración. Esto es particularmente evidente en el Congreso de la República. Si analizamos la trayectoria posterior de los parlamentarios que ocuparon una curul en el Congreso en el período 2011–2016, solo siete han sido capaces de ganar una elección 10 años después: cinco son parlamentarios y dos acaban de ganar alcaldías provinciales.
Esto nos dice dos cosas. Primero, que el Congreso suele ser una trituradora de futuro político. Si agregamos al análisis los 62 exparlamentarios de los periodos del 2011 al 2021 que participaron en las Elecciones Regionales y Municipales 2022, solo nueve ganaron algún cargo o pasaron a la segunda vuelta regional. Es decir, el 85% fue derrotado en las urnas. Segundo, que la pequeña minoría que se mantiene competitiva puede hacerlo gracias a amplios recursos personales. La mitad de los políticos que han podido regresar a ocupar cargos electos son empresarios, entre ellos, los actuales congresistas José Luna Gálvez, José Luis Elías Avalos y el virtual alcalde de Cajamarca, Joaquín Ramirez (agradezco a la Unidad de Periodismo de Datos por la base de datos inicial para hacer este ejercicio).
En un contexto como este, no debería sorprendernos que el interés por lo púbico pase a un segundo plano. Candidatos con recursos devenidos en políticos son susceptibles a conflictos de intereses. De otro lado, parlamentarios con corta expectativa de vida política tienen claros incentivos para utilizar su paso por el cargo para avanzar objetivos particulares. En el actual Parlamento, el 80% de sus integrantes no ocupó antes un cargo de elección popular, y es altamente probable que sea la única vez que vayan a hacerlo. Es muy difícil que proyectos orientados a generar valor público prosperen cuando los horizontes temporales de los agentes son tan limitados.
En sí mismo, este escenario incentiva el ingreso de candidatos oportunistas. O de diletantes de la política. No es que se mantengan en el poder “los mismos de siempre”, sino que el sistema reproduce el mismo tipo de político cada ciclo electoral.
La política subnacional muestra un escenario más diverso, con algunos políticos que han logrado construir una trayectoria sostenida desde los niveles locales. Para hacer un ejercicio construí una muestra compuesta por los 50 candidatos que alcanzaron el primer y segundo lugar en la carrera por la gobernación en cada región, más 25 que obtuvieron al menos 5% de los votos (selección aleatoria). Aquellos candidatos que han ocupado de manera regular cargos desde lo local hacia lo regional representan el 28% de la muestra. El 72% restante está compuesto por diletantes (novatos, autoridades eventuales o candidatos eternos) y postulantes pletóricos.
Al igual que los excongresistas, candidatos de bolsillos hondos han mostrado una mayor resiliencia electoral. César Acuña en La Libertad, Wilfredo Oscorima en Ayacucho y Gilmer Horna en Amazonas son buenos ejemplos. Esto apunta a la centralidad de los recursos. Incluso aquellos postulantes cuyas trayectorias se acercan a una línea de carrera han podido hacerlo gracias al control de la estructura municipal. Esto, en el mejor de los casos, puede ser un reflejo de una gestión exitosa, pero también –y no de manera necesariamente excluyente– del acceso a recursos a través del uso discrecional del aparato público. Algunos casos en la muestra sugieren lo segundo.
He querido ilustrar que nuestro problema de representación es mucho más severo de lo que muchos imaginan. Abrir espacios de competencia –nuevas elecciones, primarias abiertas o restituir el Senado– no tendrá el efecto deseado si serán disputados entre candidatos pletóricos y diletantes de la política. ¿Cómo podemos alentar la emergencia de políticos competitivos orientados al servicio público? Tal vez esa sea la pregunta más importante por responder en el Perú de hoy.