El Perú es un problema, pero también es una posibilidad. Un dicho acuñado por nuestro historiador Jorge Basadre que ya tiene casi un siglo de vida y que hoy la llamada generación del bicentenario lo levanta como bandera para cuestionar al poder de turno y ser capaz de lograr grandes cambios, aquellos que se necesitan no solo en la política sino en los medios de comunicación.
Han pasado ya algunos días de aquellos momentos de protesta social encabezados por esta generación que no solo ha expresado su descontento sobre los actores políticos del país, sino que además ha desarrollado una estrategia de comunicación alternativa que impulsa y viraliza casi en el instante mensajes, discursos y acciones. Contra esa estrategia, las estructuras del poder político lucieron desfasadas y obsoletas.
Estamos ante una generación que hace del escrutinio público su mejor arma contra quienes ostenten el poder sin estar en sintonía con las demandas ciudadanas. Si antes, una mentirilla o un dato no consignado por nuestros políticos pasaban desapercibidos, ahora lo recuerdan en un instante. Para esta generación contestona nada es imposible de conseguir. Todo está a la mano para expresar su descontento.
Sin embargo, ¿es posible canalizar ese descontento en una organización política renovada? Sin duda es una pregunta que nos genera cierto temor. Los jóvenes apuestan por una organización sui generis que tenga el alma de la calle como corazón y no necesariamente por aquellas viejas estructuras de la política. Los resultados de los últimos años lo reafirman. Todos los partidos que terminaron siendo Gobierno en lo que va de este siglo terminaron magullados o desaparecidos del espectro político. Y si a eso sumamos la poca convocatoria militante a los comicios internos recientes, el espíritu para construir un partido político que canalice las últimas demandas ciudadanas en las calles parece una utopía.
Ante ese escenario, los medios de comunicación deben responder también no solo mostrando las nuevas voces de esta generación, sino renovando sus formas. La cobertura mediática de las últimas marchas fue un gran reto para todos los periodistas, no solo por arriesgar la vida, sino también por enfrentarnos al poder político al que no le convenía tanto revuelo callejero. Pero también el reto estuvo en lograr expresar de la mejor manera el desencanto de esta generación en las calles. Eso nos colocó y nos coloca en una posición expectante ante las demandas de cambio de viejas estructuras.
Las demandas ahora son tan enérgicas y viralizadoras que no podemos dejarlas pasar, o peor aún darles un mínimo espacio. Ese es tal vez el mayor reto de los medios: la construcción de estructuras mediáticas modernas y plurales constantes, que aseguren ese abanico de posiciones muy característico de esta generación.
Es el momento para hilvanar diálogos reales y permanentes, entre los que ahora ostentan el poder y los diversos sectores de ciudadanos jóvenes. Pero no los típicos espacios de exposición de ideas. De eso ya hemos tenido mucho y casi nadie los recuerda. Hagamos un esfuerzo mayor para lograr esa posibilidad de país basadrino. Apostemos por diálogos orgánicos, con rendición de cuentas y cumplimiento de objetivos. Un acuerdo nacional mediático con jóvenes sería un camino alentador y gratificante como herencia de los últimos acontecimientos. Pero con una agenda concreta y a corto plazo. Es el reto que nos ha puesto este momento de la historia en el país. Construyamos espacios en la política y en los medios. Es viable. Solo hay que tener voluntad y hacer de este país una posibilidad y no un problema.