La nueva variante del coronavirus, ómicron, ha renovado la incertidumbre sobre el futuro de la pandemia. La variante parece propagarse rápidamente, pero se desconoce hasta qué punto puede evadir o debilitar la protección de las vacunas. Si bien hacer llegar las vacunas a todas las personas que las necesitan sigue siendo una de las principales prioridades, el mundo nunca ha combatido eficazmente una enfermedad infecciosa con un solo conjunto de herramientas. Las opciones de tratamiento para el COVID-19 se ampliarán enormemente con nuevas píldoras antivirales orales. Estos medicamentos tienen el potencial de disminuir el impacto de esta enfermedad en todo el mundo si las personas que los necesitan pueden obtenerlos.
Un panel de expertos de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) votó el martes para recomendar que la agencia autorice uno de estos medicamentos para personas con alto riesgo de contagiarse de COVID-19 grave. El medicamento, conocido como molnupiravir y fabricado por Merck, no es perfecto. Sin embargo, Pfizer también ha presentado su medicamento antiviral para que pase la revisión de la FDA.
La necesidad de medicamentos para tratar el COVID-19 es fundamental y la investigación de los tratamientos debería haberse priorizado mucho antes. Y a pesar del descubrimiento y desarrollo de vacunas extraordinariamente efectivas a una velocidad vertiginosa, los países de altos ingresos administraron 35 veces más dosis por residente que los países de bajos ingresos a fines de setiembre. Esta brecha de vacunación tiene consecuencias devastadoras, que incluyen hospitalizaciones, muertes y el riesgo de que surjan variantes más peligrosas a medida que se propaga el virus.
El mundo ha cometido errores en el pasado en lo que respecta al acceso a nuevos medicamentos. Por ejemplo, la terapia de combinación antirretroviral, que transformó el VIH en una infección crónica y manejable, fue aprobada en 1995 en los Estados Unidos. Pero tomó una década completa antes de que estos tratamientos estuvieran ampliamente disponibles en África subsahariana y otros países pobres, donde residió la mayoría de los 40 millones de personas del mundo con VIH.
Hasta ahora, dos empresas han firmado acuerdos de licencia voluntaria que permiten la producción de medicamentos genéricos a precios más bajos en ciertos países de bajos ingresos. Pero la mayoría de los países de ingresos medios, como Brasil, Malasia y Tailandia, están excluidos de estos acuerdos y también necesitarán producir los medicamentos.
Si las empresas se niegan a cooperar, los gobiernos, muchos de los que financian la investigación subyacente de nuevos medicamentos y vacunas, pueden intervenir para exigir a las empresas farmacéuticas que compartan conocimientos, hagan que sus productos sean asequibles y anulen las patentes y otra propiedad intelectual cuando sea necesario.
Las decisiones que se tomen hoy determinarán si los frutos del progreso científico se compartirán de manera equitativa durante las generaciones venideras.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times