Las elecciones regionales y municipales han terminado y, una vez más, las hemos desaprovechado. Nuestra obsesión por la figura presidencial ha vuelto a cegarnos y ha conseguido que la opinión pública se pierda en los partidos políticos y los candidatos a Lima. La cobertura de esta elección de –ni más ni menos que– 13.032 autoridades se redujo a una revancha presidencial.
Nuestros análisis siguen siendo leídos en clave nacional y central, sostenidos por la creación heroica limeña de una suerte de cuarto poder del Estado que sirva como contrapeso a Palacio de Gobierno, en favor de las élites y poderes fácticos formales e informales. Así, nos hizo más falta que nunca investigación e inversión para la socialización de perfiles rigurosos de candidaturas y organizaciones, junto con encuestas independientes y representativas.
La crisis política, legal y ética, de estructuras y actores, pero sobre todo de representación, continúa. Seguimos repitiendo que tenemos un problema de oferta, pero en el fondo no queremos mirarla. Se reflexiona en medios sobre la caída de Perú Libre, cuando desde hace por lo menos 20 años el electorado peruano castiga a los partidos ganadores de la elección presidencial en los siguientes procesos. Se pregunta en redes sobre la derrota de Fuerza Popular o Acción Popular, cuando desde hace por lo menos cinco elecciones regionales y locales el 50% de las candidaturas ganadoras pertenece a movimientos regionales (JNE, 2022). Como vimos en el sondeo a boca de urna de Ipsos-América Televisión, los movimientos tienen el doble de candidatos con el número más alto de votos en la competencia por gobiernos regionales que los partidos políticos. Si no tenemos información sobre los movimientos regionales hasta que son mencionados en un flash electoral, ¿podemos decir que conocemos la oferta política regional y local?
La defensa de los organizaciones políticas se confunde con la defensa de los partidos políticos. La ausencia o distorsionada representación que nos mantiene en jaque no se resuelve sin organización. Venimos auto-diagnosticándonos una crisis de partidos políticos sin asumir que las organizaciones políticas no solo son partidos nacionales. Sin duda, necesitamos una agenda y visión nacional, pero será difícil construirla sin aterrizar antes en las agendas regionales y locales.
Tal vez sea el momento, aunque una vez más hayamos desperdiciado la oportunidad para hacerlo de forma previa a las elecciones, de mirar a los movimientos regionales, fácilmente identificables porque la legislación les permite competir independientemente; o de prestarle atención a los movimientos distritales que –gracias a las decisiones de Congresos anteriores– viven a la sombra de los logos, liderazgos y pasivos de los partidos nacionales. La política subnacional no es una excusa para volver a hablar de los vicios del Ejecutivo y Legislativo, sino una oportunidad desaprovechada para poner a prueba nuevas formas de organización política que rompan en universos más pequeños prácticas políticas que minan las instituciones democráticas.
La democracia, representativa o directa, necesita colectivos y no puede ser pensada para responder a las demandas de millones de individuos sin pasar por la construcción de comunidades, de grupos, de organizaciones. Organizaciones como las iglesias, las empresas o las asociaciones civiles de las que formamos parte o que tan cerca tenemos. Reducir la idea de organización política a los partidos políticos nacionales es un error, no solo porque están inmersos en una profunda crisis de legitimidad en el Perú y el mundo, sino porque no son hoy organizaciones que apalanquen proyectos colectivos.
En un país tan denso y diverso como el Perú, sin la mirada subnacional, lamentablemente, en muchos casos lo único que nos deja la mirada nacional es una gran sesgada –y limeña– generalidad.