Dicen que el país que no conoce su historia está condenado a repetirla. El día de hoy, el Perú repite su historia: llegamos al bicentenario de nuestra independencia tal y como lo hicimos en aquel 28 de julio de 1821. Con un país fragmentado entre la capital y los pueblos aledaños, con una élite criolla aterrada por el potencial ciudadano de los “otros” y con una clase política centralista recurriendo a triquiñuelas para mantener el poder “en defensa de la democracia.” ¡No aprendimos nada!
En este contexto, el presidente Castillo se enfrenta a un desafío monumental. No solo respecto del escenario político-social en el que le toca gobernar, sino dado el juego político en el que se inserta; aquel que ya hizo su primera movida al no permitir al expresidente Sagasti la devolución formal de su banda presidencial.
El primer mensaje de asunción de mando trajo algunas sorpresas. Muchas de ellas, sin embargo, esperables por ser coherentes con las promesas de campaña: incremento de la inversión pública para la innovación, educación y tecnología, así como para la mejora de infraestructura e industrialización, la reforma integral del sistema de salud, la lucha frontal contra la corrupción en todos los niveles de gobierno, el fortalecimiento de la educación pública y acceso al crédito, entre otros. Algunas sorpresas un poco menos esperables, como el aparente retorno del servicio militar, la educación secundaria técnico-productiva y la eventual participación de las Fuerzas Armadas en proyectos de infraestructura y desarrollo.
Antes bien, este mensaje presidencial trajo consigo momentos poderosamente simbólicos que hacen ahora parte de nuestra historia. El presidente José Pedro Castillo Terrones, como él mismo lo mencionaría, es nuestro primer presidente constitucional maestro rural y campesino, perteneciente además a un partido formado en el interior del país, y quien saludaría de manera explícita a los pueblos indígenas, originarios, afrodescendientes y asiático-peruanos inmediatamente después del formal saludo a los dignatarios invitados a la ceremonia. Tenemos un presidente cuyo mensaje seguiría con un recuento histórico de la formación de nuestra nación al día de hoy. No con la historia curada que “nos enseñaron”, sino con la mirada histórica crítica que incluye las voces invisibilizadas en la misma; aquella que reconoce y afirma la humanidad y los aportes de “los otros” a la nación. Un mensaje que propondría la idea de un gobierno del pueblo y para el pueblo, donde la interculturalidad sea transversal a todo el servicio público y donde la diversidad cultural sea puesta en valor. El anuncio sobre la cesión del Palacio de Gobierno al que sería renombrado Ministerio de las Culturas, si bien una sorpresa tamaña y que merece una mención especial, también sería una sorpresa coherente con la imagen de un presidente aparentemente dispuesto a dar un nuevo propósito a los símbolos históricos de la colonialidad en nuestra nación, sobre todo a 200 años de independencia republicana.
Es bien sabido que el nivel de expresiones racistas violentas, microagresiones y actitudes colonial-condescendientes (vistas y escuchadas inclusive hoy en los comentarios de quienes están llamados a opinar objetivamente sobre este discurso y los primeros días de Castillo Terrones como presidente constitucional) no ha cesado y, más bien, ha sido un tema incendiario desde la aparición del mismo señor Castillo en las arenas políticas actuales. Ojalá este mensaje presidencial pueda instarnos a mirar un poco mas allá, a reconocernos como peruanos y peruanas, sin discriminación. A verificar que en estos 200 años muchos peruanos y peruanas han sido dejados atrás (la comunidad LGTBIQ+ ha sido la gran ausente en este primer mensaje presidencial). Que el gobierno del Perú nos mire a todos y todas en igualdad.