El 31 de diciembre, Ban Ki-moon deja el cargo de secretario general de la ONU, lo que viene siendo motivo de diversas evaluaciones. En lo positivo, se destaca el fortalecimiento de la organización como coordinadora de los intereses de los actores de la comunidad internacional para alcanzar importantes acuerdos, como fue el caso de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible o el Acuerdo de París sobre cambio climático. Asimismo, se destaca su gestión por la creación de ONU Mujer para luchar en favor de la igualdad de género y la inclusión de los jóvenes dentro del sistema de Naciones Unidas.
Sin embargo, en cuanto a lo negativo, se enfatiza su carencia de carácter, creatividad e iniciativa al afrontar ciertos desafíos de política internacional que se le presentaron (Primavera Árabe o misiones en el África), su cercanía a las potencias del Consejo de Seguridad que muchas veces neutralizaron su accionar, y su falta de firmeza ante las acusaciones planteadas por los abusos perpetrados por los cascos azules en operaciones de mantenimiento de la paz (187 casos de abuso sexual solo entre el 2013 y 2015).
La tarea entonces que el nuevo secretario general tendrá que afrontar es diversa y compleja. A nivel de la organización misma, António Guterres hereda una institución extremadamente burocrática, con 15 agencias autónomas, 11 fondos y programas semiautónomos, y numerosos organismos que no están bajo su autoridad; una seria crisis económica ocasionada por el incremento de las actividades para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales —que no ha tenido correspondencia en un incremento del presupuesto—, y agudizada por el no pago de las respectivas contribuciones nacionales por parte de varios de sus miembros. A todo esto, habría que añadir el eterno problema de la composición de los miembros del Consejo de Seguridad que desde hace mucho no refleja la estructura de poder actual.
En cuanto a la política internacional, los retos son aún mayores. Así, en primer lugar, Guterres deberá partir por hacer una lectura inteligente y objetiva del escenario internacional que se presenta en este siglo XXI como línea de base de su acción futura, lo que implica reconocer la existencia de nuevas potencias que presionarán para un nuevo balance de poder frente a la hegemonía de la superpotencia, generando crisis o situaciones de tensión, como es el caso de China en la región asiática o de Rusia en su objetivo de mantener sus áreas de influencia.
En segundo lugar, deberá afrontar de manera inmediata las crisis políticas y humanitarias heredadas, tales como la de Siria, importante no solo por el número de víctimas, los actores involucrados y los intereses en juego, sino también por la ola de refugiados y desplazados provocada.
En tercer lugar, es urgente replantear las misiones de paz en el África, a efectos de lograr alcanzar los objetivos para las que fueron establecidas. En cuarto lugar, y vinculado a lo anterior, Guterres deberá afrontar con firmeza los abusos cometidos por miembros de la organización en operaciones de paz, si quiere mantener la legitimidad y legalidad de estas.
Finalmente, está la agenda social y de seguridad humana que incluye la lucha contra la pobreza, el acceso al agua y la energía, el cambio climático, la seguridad alimentaria, entre otros temas.
A pesar de las complejidades de los desafíos, es entendible la generación de altas expectativas sobre todo por el perfil de Guterres, pero en este caso se debe comprender que mucho dependerá del interés y apoyo que le brinden las grandes potencias. Por último, como bien señalase una ex funcionaria de la ONU, el rol del secretario general es el de “construir puentes y resolver problemas antes de que se conviertan en crisis”, algo que definitivamente Ki-moon no logró.