Nunca antes un cambio de gobierno en Estados Unidos ha sido tan polémico y difícil como el que protagonizan el demócrata Barack Obama y el republicano Donald Trump. Justamente, el tema de Israel ha sido uno de los puntos más álgidos de la disputa entre ambos líderes.
Gracias a la abstención de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó el 23 de diciembre la Resolución 2334 que señala que los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania “carecen de validez legal y son un serio obstáculo para el logro de una paz completa, justa y duradera en el Medio Oriente”. Se basa en un hecho objetivo: tras la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel empezó a controlar el territorio de Cisjordania, Jerusalén Oriental y la franja de Gaza.
Se trata de urbanizaciones o conjuntos de edificios y condominios solo para judíos, pero enclavados en Cisjordania, la tierra en la que debía constituirse algún día el Estado palestino. La particularidad es que como cada colonia alberga a ciudadanos israelíes –la mayoría ortodoxos judíos–, ellas cuentan casi siempre con la defensa de un destacamento del ejército israelí y, además, tienen carreteras que solo pueden ser utilizadas por los judíos para conectarse con las principales ciudades israelíes.
El hecho subjetivo es el argumento de Israel para justificar por qué los colonos judíos “tienen derecho” a vivir en Cisjordania, ya sea por razones bíblicas –se trata de la tierra prometida que llaman Judea y Samaria– o también por una cuestión práctica: vivir en los asentamientos judíos significa tener calidad de vida a bajo costo, alejados de los prohibitivos precios de las viviendas en grandes urbes como Jerusalén o Tel Aviv, lo que beneficia sobre todo a matrimonios jóvenes.
Los sucesivos gobiernos de Estados Unidos siempre han mantenido una sólida defensa de Israel, demostrado con el derecho de veto siempre aplicado para impedir que el Consejo de Seguridad de la ONU condene o critique a ese país. Por ello la abstención de Estados Unidos durante la votación en el Consejo de Seguridad de la ONU en contra de Israel marca un punto de inflexión que significa la ruptura de lo que se conoce como “políticamente correcto” en el escenario internacional.
Desde que Barack Obama llegó a la presidencia en enero del 2009, siempre intentó tomar distancia de la conducta prosionista de sus antecesores.
Para los críticos del gobierno de Benjamin Netanyahu (el más derechista de la reciente historia israelí), la construcción de asentamientos es un claro entorpecimiento a un futuro proceso de paz con los palestinos porque cuestiona el hecho de que los judíos empiecen a poblar zonas donde supuestamente los palestinos ejercerán soberanía. Los asentamientos, sin embargo, ya superan los 200 y albergan a más de 370.000 personas en Cisjordania.
Los seguidores de Netanyahu –hay que reconocer que la mayoría israelí–, por el contrario, apoyan la construcción de los asentamientos judíos en Cisjordania o Jerusalén Oriental porque, afirman, así se evita la filtración de ‘terroristas’ árabes hacia zonas judías.
Y esta dicotomía entre palestinos e israelíes se ha reflejado en las diferencias sustanciales, al menos en lo que a política exterior respecta, entre Obama y Trump. El demócrata ha sido osado en castigar a Israel y a Rusia, dos países con los que el próximo mandatario estadounidense ha dado muestras de acercamiento. Después del 20 de enero, las fichas volverán a moverse en el tablero internacional y allí empezaremos a ver cuál será la estrategia de Trump y cuánto busca alejarse de la postura idealista de Obama.