La historia clínica de mi paciente fue breve. Un diagnóstico de cáncer de colon que podría haberse curado si él no hubiera dejado de asistir a sus citas médicas.
Mis colegas del hospital lo habían llamado para programar citas, hacer un seguimiento y comenzar la quimioterapia, pero nunca respondió. Ahora, estaba de regreso, pero no había nada que los cirujanos pudieran arreglar, por lo que permanecería en la unidad de cuidados intensivos hasta su muerte.
Cuando llegó a nuestra unidad, tan pronto como los médicos en formación y yo nos reunimos junto a su cama para explicarle su pronóstico, se molestó. No le pasaba nada, insistió. Todo lo que quería era que tratáramos su dolor para que pudiera irse a casa. Quería ver un partido en la televisión esa noche.
Como médico de cuidados intensivos, estoy familiarizada con la negación. Sé lo que se siente hablar con pacientes y familiares que no pueden o no quieren reconocer lo que se está desarrollando frente a ellos. Pero los médicos pueden estar mucho menos preparados para lidiar con la negación de un paciente.
Podría haberle asegurado que todo iría bien, pero había una parte de mí que quería que mi paciente supiera la realidad de su situación. Entonces, me paré junto a su cama y le dije la verdad. “Ojalá pudiéramos hacer algo, pero el cáncer está demasiado avanzado. Te estás muriendo”, le dije.
Él se estremeció. La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido del monitor de frecuencia cardíaca.
Entonces, gritó: “¡Fuera!”, con toda la fuerza que su cuerpo debilitado pudo reunir.
Más tarde esa noche, supe que llegó su familia: una hermana y un hijo. En ese momento, ya se estaba desvaneciendo, pero en la televisión del hospital pasaron el juego que él quería ver y lo vieron juntos mientras moría. Nunca volví a hablar con él.
Durante los siguientes días, recordé ese momento junto a la cama. ¿Qué esperaba lograr? Como médico, puede ser difícil aceptar que a veces la “verdad” no es lo que un paciente necesita. La negación era el único mecanismo de defensa de mi paciente. Y tan pronto como las palabras salieron de mi boca, me di cuenta de lo cruel que era intentar quitarle esta defensa en las últimas horas de su vida.
En la mayoría de los casos, es responsabilidad del médico decirles la verdad a sus pacientes para ayudarlos a comprender incluso las realidades más devastadoras. Pero cuando pienso en esa noche, sé que agregué dolor a mi paciente en las últimas horas de su vida. Ojalá lo hubiera hecho de otra manera. Podría haberme detenido y decirle que se iría a casa. Simplemente podría haber estado allí con él y no decir nada. Esa pequeña bondad podría haber hecho más por él que la verdad.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times