Hace unos días, la prensa reportó que el candidato presidencial por Perú Libre, Pedro Castillo, le había ofrecido la Presidencia del Consejo de Ministros al exalcalde de Lima Ricardo Belmont. ¿Quién en su sano juicio podría hacer eso? Un alien.
¿Está Castillo loco o es, como muchos líderes de opinión lo han expresado, explícita e implícitamente, un ignorante? Ni lo uno ni lo otro. Probablemente, el problema ha sido que comenzó a jugar en una cancha que no conoce y le es esquiva. En 1990, Alberto Fujimori emergió como un candidato por fuera de las élites políticas tradicionales. Sin embargo, sabía quién era quién en la arena política nacional. Limeño, exrector de la Universidad Nacional Agraria y exconductor de un programa en el canal del Estado, tenía una idea clara de cuáles eran los códigos de competencia en la política limeña-nacional. Castillo, en cambio, es un sindicalista que se ha socializado, predominantemente, en la sociedad rural. Habiendo llegado a la política limeña de casualidad, no tiene idea de cómo vota el elector de las ciudades, cuáles son sus intereses, quiénes son sus voceros ni con quiénes tiene que juntarse y con quiénes no. En suma, el candidato es una expresión más de la inmensa brecha que divide al Perú de las ciudades prósperas con el Perú rural y empobrecido.
La división centro-periferia no es algo nuevo. Desde el regreso a la democracia en 1980, cientos de distritos votan de manera diferente a como lo hacen las ciudades intermedias y grandes. La explicación automática que se le ha brindado a este fenómeno es que la periferia ha sido olvidada, y cada cinco años decide gritarle al centro que existe, votando por propuestas “antisistema”. ¿Es exacta esta afirmación? Si bien parece existir una relación entre pobreza y rupturismo, hay datos que no permiten sostener esta idea. Si los pobres buscan un antisistema, ¿por qué en Huancavelica no votaron por Rafael López Aliaga? ¿O por qué los pobres de Lima y Piura votan por Keiko Fujimori? En la actual circunstancia en la que el COVID-19 ha aniquilado a miles de familias de bajos recursos, ¿tendrían estos la posibilidad de ponerse a analizar quién es el antisistema de turno y darle su voto? Un poco complicado. Entonces, ¿qué une a todos los candidatos favoritos de la periferia? Su origen provinciano o marginal. Fujimori, migrante; Toledo, ancashino; Humala, de raíces ayacuchanas; Mendoza, cusqueña; Castillo, campesino. Antes que por un factor socioeconómico o, incluso, algún sentimiento antilimeño, el voto fuera de las grandes ciudades estaría expresando un ansia de representación (y, también, un atajo cognitivo): voto por quien se parece a mí. Los aliens quieren dejar de serlo.
El alien Pedro Castillo también ha querido dejar de serlo, pero no ha podido ni se lo han permitido. Como era de esperarse, se ha movido relativamente bien en “su” mundo. Sin embargo, no ha podido conquistar al crucial sector C, enclavado en las grandes ciudades que no conoce. Al parecer, buena parte del C ha cedido a la ignominiosa campaña de las élites contra el profesor. ¿Por qué unos pobres cedieron y otros no? De repente la respuesta tiene que ver, de nuevo, con los diferentes espacios de socialización que existen en el país. Mientras que, para los citadinos, ricos y pobres, el terrorismo y la economía de mercado movilizan, para los periféricos no son temas relevantes. Los casi treinta años de fujimorismo cultural no parecen haber pasado en vano. ¿Su mayor fracaso? Lejos de haber creado una narrativa común, han reforzado la brecha entre los dos países.
Hoy, los aliens están a punto de perder, y los citadinos de ganar, pero con una legitimidad social ínfima. ¿Se viene una revolución? No creo. Cuando llegan a un nuevo planeta, antes de atacar, los aliens principalmente se adaptan, perennizando por siempre la brecha que nos separa.