Los ciclos, en economías como la peruana, están fundamentalmente influenciados por la evolución de los precios de los minerales. En décadas recientes, ha sido clara la correlación observada entre un rally alcista de estos y la oportunidad de experimentar altas tasas de crecimiento, impulso de la inversión, fortalecimiento de nuestras cuentas fiscales, mayor capacidad de absorción del empleo, entre otros. En contraposición, esa “magia” siempre ha desaparecido cuando cambian los vientos y se vuelven contra nosotros dando inicios a los tramos depresivos del ciclo.
Hoy en día, parece que no será necesario que caigan los precios de nuestros metales para ser testigos de la ralentización y la desaceleración de nuestra economía. El desgobierno, el ruido político y la caricaturización de nuestro modelo económico vienen generando la presencia de un escenario nocivo para la inversión y el crecimiento. Acá, brevemente, algunos hechos que nos permitirán entender las oportunidades que estamos perdiendo en un entorno de poco orden y direccionalidad como país.
Primero, con altos precios de los ‘commodities’ mineros como los de hoy, normalmente la inversión privada en el Perú crece significativamente y siempre a dos dígitos. Así, por ejemplo, entre el 2005 y el 2012, sin considerar la crisis del 2009, esta variable se expandió anualmente entre un 10% y un 24%. En contraste, hoy lo que tenemos proyectado para el próximo año es un muy pobre crecimiento de esta inversión que, inclusive, podría aterrizar en un decrecimiento abierto de hasta dos dígitos. Como si esto fuera poco, hacia el 2025, la más reciente actualización del Marco Macroeconómico Multianual no tiene previsto un crecimiento de la inversión privada superior al 4,3% como promedio anual. Es decir, el mismo Gobierno estima que la inversión privada crecerá a un ritmo que será la tercera parte de lo que usualmente debería hacerlo. En lugar de presenciar un círculo virtuoso por efecto de los precios de los minerales, seremos testigos de un proceso de merma de nuestra inversión privada y, con ello, de la hipoteca de nuestro crecimiento futuro.
Segundo, durante el mismo período (2005-2012), se observa que la inversión pública acompañó en la misma dirección a la dinámica de la privada. Es así que el segmento público de la inversión creció a un ritmo promedio anual que osciló entre el 10% y el 33%. Nada menos. En contraste, ahora nuestro BCR estima que el promedio de su crecimiento anual para el período 2022-2023 sería de solo el 3%. Otro desastre. Lo peor de todo es que esto sería poco enmendable, en la medida en que transitaremos las secuelas del relevo de los gobiernos regionales y municipales y, además, no experimentaremos corrección alguna a la tremenda ineficiencia en la asignación del gasto de nuestro sector público. Para decirlo de otra forma, aunque habrá recaudación excepcional por efecto del círculo virtuoso de los precios de los metales, no habrá capacidad de gasto y, si la hay, será ineficientemente asignada.
Tercero, la confianza, variable crucial para impulsar la inversión, muestra niveles de deterioro igualmente preocupantes. El Comercio publicó recientemente una reveladora encuesta en la que el 56% de las familias sentía un retroceso en la situación económica; un nivel de percepción solo comparable con lo observado en el desastre hiperinflacionario de fines de la década de los 80. En esa misma dirección, las expectativas empresariales hoy muestran un claro sesgo pesimista que se acentúa a mediano plazo. Como si esto fuera poco, noticias que trascienden nuestras fronteras ligadas al trato que se le da a la inversión extranjera y minera acentúan la posibilidad de licuar aún más la inversión en nuestro país. En resumen, tenemos casi un desastre.
Cuarto, de continuar el lamentable desgobierno que hoy impera, el 2022 mostrará con claridad el inicio de un nuevo ciclo de oportunidades perdidas para el Perú. Crecer, por ejemplo, alrededor de solo un 3% en un contexto en el que el precio del cobre se cotiza por encima de los US$4,2 la libra, es realmente un fracaso. Los términos de intercambio de nuestro país serán los más altos de los últimos 20 años y cuando se presentan ese tipo de elementos excepcionales nuestra economía suele crecer normalmente a tasas de alrededor del 6% al 8%. Eso fue lo que ocurrió durante el período 2005-2012, con la sola excepción del 2009; eso es lo que no ocurrirá en el Perú. En realidad, vamos a dejar pasar una excelente oportunidad para crecer como usualmente se hace en el tramo del ciclo del alza de los precios de los metales. Una lástima.
Debemos entender que, si no se destraba la perspectiva decreciente de nuestra inversión, poco lograremos en materia de crecimiento. No hay nada más absurdo en economía que pretender luchar contra la pobreza destrozando, paralelamente, la inversión. El derrotero proyectado para la inversión el 2022 y los próximos cinco años no es nada consistente con las necesidades que pretendemos satisfacer.
No nos preguntemos cuánto vamos a crecer, preguntémonos cuánto podríamos haber crecido de no haber afectado la confianza de los inversionistas. Cuanto más pobre sea el desempeño de nuestra inversión, más pobre será nuestro crecimiento y más pobres los resultados de este quinquenio.