Hace unas semanas El Comercio publicó un sondeo realizado por Ipsos sobre el poder y el prestigio en la región. Más allá de los interesantes datos presentados, podemos concluir que hay personas e instituciones con poder y prestigio. También las hay solo con poder y solo con prestigio aunque, desde luego, el ideal es que tanto las personas como las instituciones tengan ambos.
¿Qué es más importante el poder o el prestigio? No existe una respuesta objetiva, pues depende mucho del valor que se les otorgue. Así, mientras para algunos el poder tendrá más valor, para otros será el prestigio.
¿Qué es poder? ¿Qué es prestigio?
Sobre el poder se ha escrito mucho, desde politólogos, pasando por filósofos y psicoanalistas. La palabra viene del latín, ‘potere’ y sus definiciones incluyen ser capaz de hacer algo, de tomar decisiones, de imponer la voluntad y persuadir a otro para que haga algo con la finalidad de alcanzar un objetivo. Pero hay otras definiciones. “El poder es la producción de los efectos deseados”, decía el filósofo inglés Bertrand Russell. Así también, el politólogo francés Bertrand de Jouvenel señalaba que el poder es una relación de mando-obediencia y el norteamericano Talcott Parsons afirmaba que el poder circula de modo muy parecido al dinero “cuya posesión y uso permite desempeñar más eficazmente el cometido de un cargo con autoridad en una comunidad”.
Pero el poder no se posee solo para que una persona pueda ejercerlo, pues se requieren los medios adecuados para instrumentalizarlo. Para ello se cuenta con un conjunto de recursos políticos, económicos, jurídicos, administrativos e incluso ideológicos.
El poder también se expresa a través de varias formas o manifestaciones como fuerza, dominación, Estado, autoridad, influencia, control social y desobediencia civil. Cuando decimos que en democracia el pueblo tiene poder, nos referimos a que en cualquier momento puede ejercerlo (por ejemplo, en un referéndum, elecciones o revocaciones). Además, lo puede activar cuando crea conveniente, pero eso sí, dentro del marco establecido en las leyes (a diferencia del poder del dictador que lo ejerce sin límites).
La mejor y más democrática manera de ejercer el poder es mediante la persuasión. Eso es lo que intentan hacer los candidatos: persuadirnos para que votemos por ellos. Cabe precisar que no solo tienen poder las autoridades, sino también las personas e instituciones (se les llama grupos de poder, son muy plurales y de diversa índole en una democracia). Igualmente, existen niveles de poder. Por ejemplo, el poder del presidente es mayor, en cuanto a su alcance jurisdiccional, que el del alcalde.
El prestigio, por otro lado, deriva del latín ‘prestigium’. El “Diccionario de la lengua española” dice que es pública estima de alguien o de algo, fruto de su mérito. Pero, así como el poder, el prestigio tiene una serie de manifestaciones. Por lo general una persona prestigiosa tiene influencia porque goza de credibilidad. Además, una persona puede tener autoridad sin ocupar un cargo, por ejemplo, la autoridad que se le concede a un sabio o un artista. Algunos llaman a esta condición ‘autoridad de la palabra’, porque se basa en la confianza que ante los demás otorga una trayectoria.
Pero así como el poder, el prestigio tiene sus alcances. Puede ser local (por ejemplo, un vecino de vida ejemplar en su distrito), nacional (cuando se goza de prestigio en todo un país) o incluso cosmopolita (cuando el prestigio es en el ámbito internacional).
Pero cuidado con el poder, hay que saberlo manejar, porque muchas personas lo perdieron al ejercerlo. Y en cuanto al prestigio, al perderlo se va con él la buena imagen que se tiene ante los más allegados y ante la opinión pública.